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La Triennale, de la que Okwi Enkwezor es el comisario, trata los temas candentes de una Francia y una ciudad de París que se pregunta por su racismo. La propuesta expositiva presenta las claves desde las que hablar de una situación, la actual, que pide a gritos una revisión.
La Triennale de Paris nació en 2006 para mostrar periódicamente arte francés. Del planteamiento patriótico daba fe su título, La Force de l’art, y su realización en el Grand Palais, expositor de la feria universal de 1900 que en uno de sus frontones reza: “Monumento consagrado por la República a la gloria del arte francés”. La Fuerza del arte representaba una escena con manifestaciones casi autónomas, construidas a partir de una tradición formal autosuficiente y retroalimentada, que sólo aspiraba a legitimar tautológicamente su grandeza nacional.
La edición de 2012 nace con unos condicionamientos diferenciales: el ministro de cultura Frédéric Mitterand orquestó la Triennale como el acto de reapertura del recién renovado Palais de Tokyo, después de un año de trabajos financiados en parte por la Presidencia de la República francesa. Esta reinauguración dentro de los márgenes de la campaña electoral ofrece un contexto de lectura interesante: el discurso público racista exhibido por Nicolas Sarkozy en los últimos meses es exactamente el contrario de lo que significa la elección de Okwui Enwezor, comisario nigeriano bien conocido por sus ejercicios postcoloniales, como director artístico del evento. Junto con los jóvenes comisarios asociados Mélanie Bouteloup, Abdellah Karroum, Émilie Renard y Claire Staebler, la exposición presenta cerca de 150 artistas en un contexto de globalización “frente al espectro de repliegues identitarios”. O lo que es lo mismo: esta Triennale ha de comprenderse como una anomalía, una discontinuidad.
La reforma de los arquitectos Lacaton y Vassal, incluida entre los artistas presentes en la exposición, continúa el proyecto que habían realizado a comienzos de los 2000. El espacio se duplica gracias a una plaza pública interior que ellos mismos relacionan con Jamaa El Fna en Marrakech. Esta referencia topográfica, magrebí pero con vistas al Sena, introduce un principio de desterritorialización y resignificación que es el eje central de la Triennale: la complejidad de la convivencia de las subjetividades postidentitarias.
El lema «Intensa proximidad» sirve a Enwezor para tomar como punto de partida la antropología cultural francesa, desde la documentación de las expediciones del pionero Marcel Griaule o André Gide, a los dibujos de Lévi-Strauss sobre los juegos de manos con hilos y los tatuajes de los rostros de los Caduveo de Brasil, que se despliegan como residuos visuales de la gestación de la teoría estructuralista. Las salas acumulan piezas en continua frotación: «Cobra verde» de Herzog o «Todos nos llamamos Ali» de Fassbinder, conviven con obras formalistas de las ya ancianas Geta Bratescu o Carol Rama, con obras teóricas como la de Ariella Azoulay, articulaciones de display de Daniel Buren, performances como la ideada por Mathieu Kleyebe Abonnenc o artistas nacidos en los 80 como Neil Beloufa o Mihut Boscu.
Además de esta muestra central, Enwezor recupera el planteamiento de plataformas que construyó para la Documenta 11. Por un lado, las diferentes publicaciones online completan el catálogo, que reedita ensayos de referencia del postcolonialismo francés, desde Leiris a Fanon. Por otro, incorpora otros centros periféricos de París pero sin fagocitarlos, invitados a participar de una complicidad intelectual; no son ocupados por la exposición sino que cada uno desarrolla un proyecto independiente, como la historia de la introducción de las plantas tropicales en Francia en Bétonsalon y el proyecto performativo sobre lo tóxico, los cuerpos extranjeros, los de la clase media y los de los obreros, desarrollado por Pauline Boudry y Renate Lorenz en los Laboratoires d’Aubervilliers.
Desde el punto de vista de los “museos del sur”, esta es una correcta y estimulante propuesta con un enorme potencial sociopolítico. Desde París, es un ejercicio de violencia simbólica que es necesario contextualizar. Si bien el racismo es imposible por los ideales de igualdad y fraternidad que construyen la República Francesa, en el momento en que una identidad concreta genera una colectividad sufre el envite del poder, acusada de comunitarismo, el término codificado por el sarkozismo para referirse a la insurgencia antirepublicana de africanos, caribeños o argelinos. Este espacio público donde el agonismo, la diferencia o la discordia no tienen lugar, aplicado a productos culturales, explica la razón de que cualquier obra referida a una comunidad concreta y diferencial, con una agenda sociopolítica determinada, se califique de comunitarismo amenazante o de sociología no legitimada por la academia. Quizá el republicanismo explique también la ausencia de Community Based Projects, la inexistencia en sus universidades de los Cultural Studies o, incluso, la tradición eminentemente formal y escenográfica del arte francés.
Ahí es donde la efectividad de la exposición ha de ser medida: no se trata de un ejercicio de globalización que junta casos concretos de problemáticas de contextos alejados, traídos para exhibirse como piezas exóticas en la Trienal, sino que el conjunto de obras viene a integrarse en un sistema complejo de signos que se verifican, contradicen y complejizan los unos a los otros en una proximidad tensa. La crítica fácil al trabajo comisarial sería señalar su incapacidad para buscar esa proximidad turbadora en la banlieue radicalmente cercana. Pero ya la realidad de una República racista era obvia en la inauguración. Casi todo el personal de sala del Palais de Tokyo, a diferencia de otros espacios de arte de París, está integrado por negros; incluso el personal de limpieza eran mujeres negras. También la tienda de Chanel de la cercana Avenue Montagne es vigilada por un hombre negro. Enwezor habla en su texto de estímulo cívico. Habrá que ver si una Triennale bajo gobierno socialista es capaz de enfrentarse de cara a esa proximidad inquietante, con normalidad y sin anomalías.
El título de este artículo es una referencia a la canción “Swerve the Reeping of All that is Worthwhile (Noir Not Withstanding)” del grupo de hip-hop Shabazz Palaces que forma parte de su álbum «Black Up» (2011).
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