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Llegué a Kassel el 2 de septiembre de 2012, días antes de que la 13 edición de Documenta fuera clausurada. Comprobaba días antes de mi viaje la escasa y dispar presencia española en la programación oficial. Dora García, Albert Serra y Enrique Vila-Matas. También Dalí, Julio González y alguna colaboración a mayores.
Había comenzado mi interés meses antes, cuando una serie de colegas se habían acercado a la inauguración y cuando estas páginas se llenaban de opiniones que en muchos casos coincidían en nombres como Tino Sehgal, Susan Philipsz, Pierre Huyghe, Ryan Gander, Theaster Gates, Janet Cardiff & George Bures Miller o Lara Favaretto entre muchos otros.
Abandoné la ciudad el jueves 6, cinco días antes de que Enrique Vila-Matas iniciase su participación como escritor residente en el Dschingis Khan, un restaurante chino situado en uno de los extremos del Karlsaue Park. Me inquietaba entonces la forma en la que un escritor podía participar de aquel modo en una Documenta. Sentarse en una de las mesas del restaurante, cuaderno en mano, e ir escribiendo no sé el qué bajo la atenta mirada de los que, concretamente en una de las jornadas que él permaneció allí, habían decidido probar la comida asiática de aquel restaurante alejado del centro de la ciudad.
Hace un tiempo leí la noticia de la inminente salida de su nuevo libro, Kassel no invita a la lógica. Viajé a Kassel solo, las fechas no coincidían con las de ningún posible acompañante y me planté allí porque bajo ningún concepto quería perderme aquello.
A mi vuelta no supe cómo explicar a mi familia y amigos muchas de las sensaciones del viaje, de la experiencia vivida dentro de esa habitación perdida en el Grand City Hotel Hessenland, para la que Tino Sehgal había creado una nueva situación; del andén de la Hauptbahnhof en el que sonaba Study for strings, composición creada por el checo Pavel Haas para la orquesta de su campo de concentración poco antes de ser enviado a Auschwitz.
No supe cómo explicarles la impresión que me produjo la instalación sonora de Cardiff y Bures Miller en el bosque; el paisaje que Pierre Huyghe creó con la ayuda de aquel perro mágico que copó las páginas de todos los medios a nivel mundial o la brisa de Ryan Gander en el Fridericianum.
Vila-Matas acaba de tender un puente por el que el arte transita hacia un público al que la crítica no es capaz de llegar. Explicar el arte lejos de lo objetual, bajo una hábil mirada que se muestra escéptica desde el primer momento. Vila-Matas descubre en Kassel una serie de sensaciones que logran abrir una vía al escéptico y acercar lo puramente espiritual a un público especializado que visitamos Documenta libro en mano, anotando, frunciendo el ceño y sin ser conscientes -en muchos casos- del poso que esa experiencia ha dejado en lo que hemos estado haciendo en el último año y medio.
¿Quién había dicho que el arte contemporáneo estaba de capa caída? Solo los intelectuales de países incultos y deprimidos como el mío podían llegar a pensar este tipo de barbaridades. Despertar el interés por un medio desconocido y cargar contra los prejuicios que han convertido al artista en un individuo cuya categoría parece estar un escalón por debajo de la del resto de habitantes, que parece tener que pedir perdón constantemente. Esto pasa en un país que se jacta de su propia incultura, que se enfanga a mandíbula batiente en los lodos de la ineptitud y el adoctrinamiento más podrido. Kassel no invita a la lógica es un libro para leer y para regalárselo a muchos.
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