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Siempre se había dicho que el arte es uno de los territorios más sensibles a las crisis. Que si avecinaba una el primer lugar que lo notaría, con anticipación, sería el arte. Y también el arte sería el último lugar que la crisis abandonaría. Y ahora, en plena crisis (se la llame con el eufemismo que se la quiera llamar, pero carreteras cortadas, miedo al desabastecimiento, subida de la gasolina… son elementos constitutivos de una crisis) parece que el arte no la nota. Al menos en el mercado. Parece fortalecido. Las ferias cierran con números inflados y la euforia, aunque asustada por los cortes de carreteras, parece que no ha desparecido. Desde que esta subida del mercado empezó, con el inicio del nuevo milenio, numerosas voces recordaban los ochenta y el batacazo posterior. Esas mismas voces insistían en que esta vez es diferente, porque hay la conciencia de, justamente, lo que pasó en los ochenta, que no había una verdadera tendencia especulativa tipo Donald Trump comprando y revendiendo en el momento al doble o al triple. Pero ¿y si ya estaba instalada entre nosotros desde hace tiempo? ¿y si en arte no se trata de crisis económica? o si no ¿cómo llamamos a las depresiones, tristeza y aburrimiento de que nos han llenado las tournées por bienales y documentas? ¿centenares de bienales y nuevos museos, multiplicados en China, no son un síntoma de inflación? ¿Dónde están los contenidos en arte, verdadera columna vertebral? Y no será porque la realidad no dé juego para que sea necesario tomar posición con fuerza. No estaría mal recordar a Valle Inclán y su renuncia a su práctica literaria poniendo su escritura al servicio de derrocar y denunciar la dictadura de Primo de Rivera, y como eso reveló el compromiso político de, precisamente, sus obras de teatro y sonetos. Tal vez así veremos como en esta crisis lo de menos es la economía y lo de más las fronteras cerradas, la exclusión democratica que asegura derechos a unos y los niega a otros, Guantánamo…
Justamente una exposición en la galería Helga de Alvear en Madrid toma el lema que llevó al gobierno de Bush a crear Guantánamo: «Extraordinary Rendition». En este número damos cuenta de ella y aprovechamos para publicar una reflexión sobre Santiago Sierra frente a la estética relacional realizada desde Belo Horizonte por Fabiola Tasca. Nizaia Cassian reflexiona sobre las preguntas que sobre la representación de los excluidos conlleva la exposición de Hannah Collins en CaixaForum Barcelona. Y sin dejar la crisis, o por lo menos la economía, Martí Manen se ha fijado en las estrategias de promoción (mercantil) que implican las exposiciones de jóvenes graduados de las escuelas de arte en Londres. Finalmente, Milena Pi reflexiona a través del trabajo de Francesc Ruíz sobre la marca Barcelona.
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