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Bienvenida a la primera sesión espiritista del Bestiario cuir. Siéntete libre de cogernos de la mano, te la tendemos para invitarte a un viaje tranhistórico, transgénero, transgresor, transespecie, transcultural, transponedor, transformador y transfronterizo, por el poder desbordador de algunas imágenes fantásticas que llevan tiempo susurrándonos de muy cerca. A partir de ahora, asumimos que somos médiums y dejamos que todas aquellas criaturas que se crucen con nuestra mirada hablen a través de estos cuerpos hipersensibles en los que vivimos y desde los que reivindicamos nuestro derecho a ser monstruos. Shhhhh, silencio. Agárranos más fuerte, ya casi podemos oírlas. Se acercan cuatro jinetas anunciando un apocalipsis bestial.
Hemos humedecido todas las cuerdas marineras para que cuando os intentéis atar, éstas se pudran y sucumbáis a nuestro canto coral de ternura radical. Nos habéis representado como híbridos amenazantes en novelas épicas, en capiteles y en todo tipo de atlas y cartografías. Nos habéis localizado, taxonomizado y hundido en el abismo con la intención de protegeros de las posibilidades salvajes de devenir umbral. Sirena-pájaro, sirena-pez, sirena-centaura. Pero, ¡ay amigas!, todo el mundo sabe que el miedo es la otra cara de la fascinación y de la curiosidad; que a la que podemos, nos asomamos a un acantilado para que se nos remueva felizmente el estómago… De ahí que deseemos habitar un bestiario, pues este tipo de publicaciones medievales, de aparente tranquilidad clasificatoria, despliegan al mismo tiempo el a-sombro de sus autores, esto es, su impulso para conducirse hacia las sombras, ese territorio donde, de nuevo, sucede todo aquello que tememos y deseamos. Y las sirenas deseamos mucho. Por eso anhelamos formar parte de un bestiario que no solo abrace el asombro de sus autoras, sino que también predisponga a sus lectoras al encantamiento. Cuando os acercáis a los volúmenes de un bestiario, lo hacéis movidas por la emoción del descubrimiento de territorios ilegibles, de corporalidades mutantes o en devenir, de criaturas invisibles que, ahora, se os revelan. Qué gusto, por fin nos cantamos nosotras junto a nuestras hermanas transsirenas hermosas: Lía García la novia sirena, Coco Guzmán la sirena bigotuda de tetas grandes y pezones desiguales, Linn da Quebrada la sirena de asfalto o Daze Jefferies y Celeste González, sirenas de aguas atlánticas. No queremos ahogarnos ni ahogaros, queremos compartir humedades y por lo tanto, un mundo mucho más fluido, como el que, eternamente, han construido nuestras hermanas, las hermafroditas.
Somos las hermafroditas a caballo, y hemos puesto a trotar el mundo desde narrativas no duales y corporalidades andróginas, orgánicas y fusionadas. Hemos nacido del abrazo, del fango sin límites precisos y de la noche soleada. Hasta que nos cortasteis, nos partisteis por la mitad y enviasteis a los ángeles rebeldes al infierno. Y ese ha sido siempre vuestro castigo y vuestra condena. Hasta ahora, que volvemos a ser invocadas: Laura Vila Kremer cabalgando escenarios, Mer Gómez alistando ángeles caídos, Del Lagrace Vulcano preparando atentados, Breyer P-Orridge y Forrest Bess deviniendo corporalidades del origen. “Somos una horda de hermafroditas a caballo. Y debajo de las bragas tenemos un paisaje que crece, que se expande, que se dilata. Que lo transforma todo. Nuestros cuerpos, los cuerpos intersex, jaquean la estructura binaria del mundo. Nuestros cuerpos multiplican las posibilidades de deseo. Lo vuelven flexible. Lo derriten. Lo transforman. Y transformar el deseo es transformar el mundo. Y yo me pregunto: ¿Qué pasa si lo hacemos?” [1]Fragmento de la pieza teatral Hermafroditas a caballo o la rebelión del deseo, creada por el colectivo Que no salga de aquí.
¡Ey! Sí, mirad arriba, estamos aquí. Sabéis quiénes somos perfectamente, no hacen falta presentaciones; pero, por favor, dejad de decir que sois las nietas de aquelles de nosotras que no consiguieron quemar. Nosotras hacemos parientes, no bebés; fue precisamente por ello que se prendieron las hogueras. Si devenimos brujas en su día fue por nuestra obsesión con la vida, por nuestra tozudez por permanecer y aferrarnos a la horizontalidad del mundo que nos había hechizado. Malhechoras, nos llamasteis, pero es nuestro hedonismo lo que verdaderamente perturba vuestros ojos inquisidores. Os molesta nuestro goce sobrenatural, nuestra sensibilidad interconectada y nuestro conocimiento atávico, pero… jamás os hemos impedido que gocéis con nosotras. Primero nos intentaron erradicar en Europa y luego fuimos las de las colonias, pero se olvidaron de las imágenes que fueron dejando acá y allá para advertir a las gentes benditas de nuestra peligrosidad. ¡Ay, inocentes! Deberían de haber sabido que nuestras potencias más profundas se despliegan desde ahí. Gracias a los grabados y pinturas hemos sobrevivido y hemos conseguido prender en llamas la mirada de miles de cuerpos deseantes y deseosos de insurrección. Es a raíz a esta genealogía imperceptible del mal por lo que hoy podemos existir a través de vosotras y seguir haciendo irresistible la revolución. Seguid los sollozos entre carcajadas de las brujas adolescentes de The Craft, el sonido de los tacones sobre el altar de la bruja-stripper Judi Werthein, la invitación estremecedora de Jesse Jones a habitar las tinieblas, la orgásmica y ruidosa hibridación de las Quimera Rosa y Transnoise; practicad los amarres de Linda Stupard y las coreografías de Veronika Eberhart, removed el caldero junto a Britney, desconcertad a vuestro algoritmo para adentraros en WitchTok, sumaos al vuelo erótico de Marianne y Heloïse. Estamos para sosteneros allá donde vayáis, amantes, solo tenéis que atreveros a mirarnos.
Al galope, llegamos las amazonas como las amantes que faltan. Encaramadas en caballos, escobas, cabras, motocicletas y algún que otro hombre, sudadas pero con las piernas firmes, nos abrimos paso entre las humanas: quítate tú que llegó la caballota, la perra, la diva, la potra. A horcajadas, a asentadillas o al revés, las jinetas hemos sido socializadas dentro de una genealogía de la perversión que nos ha obligado a aprender a vivir en el temblor del trote. Tienes que saber que te quiero ride y que tú también vas a anhelarlo cuando acabes de escucharme, luego no digas que no te avisé, súcubo mío. Una vez fui Filis y me subí –por petición de mi montado, embrujado por mis encantos– a lomos de Aristóteles, a quien paseé por un jardín al mediodía frente a la mirada humilladora de heteros desubicados. ¡Já! Somos también Diana, Herodias, Bensozia y Holda, desde tiempos remotos arrastrando a un séquito lesbiano abierto y desbordante, una tropa de cíborgs unidas por la veneración a nuestras diosas y demás cabalgantes. Somos las brujas, sobrevolando el cielo estrellado sobre escobillas con las que, gozosamente, aplicamos ungüentos fantásticos en nuestros genitales (los nuestros y, por supuesto, los de las demás participantes del akelarre). Soy cada noche sin falta, La Llorona, madre plañidera, galopando por el firmamento para dejar por estela un cántico ancestral de resistencia anticolonial que os persiga y os recuerde la vigencia de mi duelo jamás completo. Somos las insumisas medievales castigadas a la monta inversa por desordenar la economía sexo-genérica de nuestros tiempos: hombres apalizados por nuestras mujeres, viudas recasadas, las adúlteras y las indisciplinadas. Soy la Ramera de Babilonia, portadora de la destrucción de la verdad cisheteropatriarcal, aupada en mi Bestia del Apocalipsis, mi dulce furia escarlata de siete cabezas y diez cuernos. Soy Inez Milholland a lomos de un caballo blanco entre cientos de hombres cis negándome el voto. Somos las Dykes on Bikes, bolleras inadmisibles interrumpiendo los orgullos maricacéntricos con el ruido de nuestros motores, quemando el asfalto con las ruedas para pavimentar el camino para las que están por venir. Soy Megan thee Stallion, ¡Real fucking ride or die! Unidas por el gesto transtemporal de la monta, caballotas, perras, divas y potras os invitamos a uniros a esta yeguada en infinita expansión, a deformarla y resemantizarla hasta sentirla vuestra. Yeguas y montadoras, amantes y amadas, habitantes de la frontera, ignorantes de la norma: os llamamos a vosotras. Subíos al caballo y bajad a la piel: body-ody-ody-ody-ody-ody-ody-ody que, en otras palabras, significa nadie sabe lo que puede un cuerpo.
Qué extraño estar de vuelta, qué muerto se siente el reino de las vivas. ¿Qué hacemos ahora, compañeras? ¿Cómo entrenar el canto abismal de las sirenas? ¿Por qué desear al Hermafrodito en la peana y no en nuestra cama? ¿Cómo aprender a leer el mundo desde el deslizamiento de la percepción que nos regalan las brujas? ¿Por qué no sumarnos al devenir al que nos invita esta horda de montadoras? Por ponerlo de otra manera: ¿cómo conseguir que esta predisposición nos acompañe más allá de las puertas de salida de un museo o de la lectura puntual de las páginas de un Bestiario cuir?
(Imagen destacada: Colectivo que no salga de aquí, Hermafroditas a caballo o la rebelión del deseo, 2021. Fotografía: Nuria Gàmiz.)
↑1 | Fragmento de la pieza teatral Hermafroditas a caballo o la rebelión del deseo, creada por el colectivo Que no salga de aquí. |
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