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«Debería haber más espacio dialógico y de negociación con el público»

Magazine

28 noviembre 2011

«Debería haber más espacio dialógico y de negociación con el público»

En las salas de exposiciones de un museo, una agente de seguridad ha recogido, durante años información sobre lo que pasa en ellas. Mireia C. Saladrigues invita a la agente de seguridad a escribir las memorias de este periodo. La mirada, y las opiniones, de aquel que supuestamente es invisible dentro de la exposición sirve como punto de partida para analizar comportamientos institucionales y, también, de público. Saladrigues publica un libro con las memorias de la vigilante y, recientemente, ha sido la primera propuesta del ciclo de exposiciones del Espai 13, «The End is Where We Start From», comisariado por Karin Campbell.


Oriol Fontdevila: Tu proyecto expositivo «El seu museu»(Su museo) se focaliza en el papel de una guardia jurado, Montserrat, que ha trabajado durante años en las salas de un museo. El nombre del museo, del que relata los recuerdos en la publicación, queda oculto en todo momento. ¿Por qué motivo invitaste a una agente de seguridad a escribir sus memorias?

Mireia C. Saladrigues: Conozco a Montserrat desde hace bastantes años. Fue por casualidad, ella me tenía vista de la pastelería que tienen mis padres y un día, encontrándome yo en el museo donde ella trabajaba, me reconoció y me preguntó, «oye, ¿tú no eres tal?». Todo ello hubiera podido quedar en una anécdota, pero a medida que visitaba las exposiciones del museo, se fue construyendo una relación más cercana.

Me llamaba la atención la manera como ella subjetivaba las normas del espacio museístico, que si bien partía de una implicación muy fuerte con el trabajo, su identificación también acababa por ser excesiva y a veces la llevaba a sentir el museo como propio. Algo similar ocurría con su relación con el uniforme: si de entrada este tendría la función de matizar la subjetividad de quien ejerce de agente de seguridad, en su caso se invertía la relación y utilizaba el uniforme para potenciar aún más su feminidad, haciéndose ajustar los pantalones, sustituyendo el calzado plano por unos tacones, etcétera.

La invisibilidad que usualmente tienen las historias que me contaba, su capacidad de observación y a la vez la soltura con que afrontaba la relación con el público, es lo que me hizo pensar en el interés que podía tener invitarla a escribir unas memorias en torno a esta experiencia, en las que hemos estado trabajando desde principios de 2010. En cuanto al anonimato en que se mantiene el museo donde trabajaba, tiene que ver con la cláusula de confidencialidad que ella debe cumplir, al tiempo que tampoco queríamos que la atención del lector se pusiera sobre un museo en particular, sino que queríamos tratar de «el museo», ya que al fin y al cabo las vivencias de Montserrat se pueden traspolar a cualquier otra institución.

OF: ¿Puedes explicar cómo ha ido la negociación con ella?¿ Montserrat es consciente de que con la exposición de su caso tú estás articulando una mirada crítica hacia el mismo dispositivo de seguridad del que ella forma parte?

MS: No lo hemos llegado a verbalizar de esta manera, yo creo que su conflicto es que no se siente como una persona que impone disciplina y si no llevara un uniforme no actuaría como lo hace. Pero no creo que a partir de este proyecto se plantee si los museos deberían funcionar de la misma o de otra manera. De hecho, las conversaciones que hemos mantenido a lo largo de este tiempo también son el punto de partida de «Radicalmente emancipado(s)» (Barcelona, ​​2011), que trata sobre los robos de fragmentos de obras de arte por parte del público. Pero desde su punto de vista, estas actitudes son absolutamente reprobables, sin que dé pie para reflexionar sobre la relación que mantenemos con los objetos artísticos o el deseo de que estos pueden suscitar en el espectador. En cuanto a «El seu museu» lo hemos planteado como un proyecto de ayuda mutua. Por su parte ha dejado el trabajo de vigilante de seguridad recientemente y está en proceso de establecerse como terapeuta, así como la publicación del libro la voz como un puente hacia a su dedicación a la escritura, que también quiere potenciar.

OF: ¿Cómo crees que debería ser un museo en la actualidad?

MS: No lo sé a ciencia cierta aún. Pero creo que debería haber más espacio dialógico y de negociación con el público.

Me parece divertido que me hagas una entrevista, porque de repente es como estar al otro lado. Precisamente es un formato que utilizo a menudo para la elaboración de mis proyectos, especialmente los que he realizado para tratar en torno a aspectos que componen el mismo sector del arte. Es el caso de «Projecte E/F” (Barcelona, ​​2007-2008), que reflexionaba sobre aspectos relacionados con la condición del artista. En aquella ocasión realicé una treintena de entrevistas a diferentes agentes en el entorno del tópico que para tener una carrera exitosa hay que ir al extranjero.

OF: ¿Y qué crees al respecto?

MS: Ahora mismo tengo claro que quiero ser consecuente con mis proyectos. Y iré donde estos me lleven. Mi objetivo no es llegar a conocer ciertos comisarios o exponer en unos determinados centros de arte. En el momento que hice «Projecte E/F» acababa de llegar de mi primera residencia en el extranjero, en Helsinki, y la realización del proyecto me hizo ver que no me quería sentir desvinculada del contexto artístico de aquí . Por el contrario, me pareció prioritario conocerlo bien, saber que estaba pasando.

OF: De hecho «Projecte E/F» ya interroga el funcionamiento del mismo circuito artístico en el que te mueves.

MS: Exactamente, fue de los primeros proyectos que hice con esta intención. Por otra parte también había estado realizando proyectos en la calle, deslocalizados, como es el «Projecte Taulell» (Figueres – Terrassa, 2004-2005), los cuales se basaban en generar espacios de diálogo con los participantes. En estos casos, me inquietaba encontrar maneras para valorar la aportación que con el proyecto estaba haciendo al público. Estaba cansada de leer libros sobre estética relacional o arte contextual, que lo que hacían era tratar de proyectos de artistas basados ​​en la interacción con públicos, pero en los que no se trataba en ningún caso de la recepción que estos tienen, la reacción de las personas con quien se había hecho aquel proyecto, las comunidades a las que había afectado, etcétera. Creo que se estaba generando un discurso en el que parecía haber bastante implicación política por parte de algunos artistas, pero escasamente se hablaba de los efectos sociales que los proyectos tenían ni cómo estos debían evaluarse. En cierto modo me parecía poco responsable.

OF: Proyectos como éste se podrían entender como una evaluación por ellos mismos en torno a determinados aspectos del sector artístico. ¿En qué sentido crees que son útiles tus proyectos, en relación con qué parámetros buscan tener eficacia? ¿Crees que pueden servir para la mejora de las instituciones con las que interactúas?

MS: Creo que lo que estoy haciendo tiene mucho que ver con una investigación que ante todo es personal. En el caso de proyectos como «El poder de la convocatòria» o también «0912 10» (Barcelona, ​​2010), así como ahora mismo «El seu museu», hay igualmente una voluntad de activación de la conciencia del rol por parte del público, pero en ningún caso hay un objetivo directo y claro de satisfacer o dar respuesta a según qué instituciones. Creo que eso es bastante delicado y precisamente me da bastante respecto la forma en cómo estas interpretan mis proyectos. De hecho, antes de verlos útiles, creo que a las instituciones les resultan bastante incómodos, por el componente de crítica institucional que conllevan. En cuanto a la Fundació Joan Miró creo que les ha resultado considerablemente incómodo el rol de Montserrat y el dar visibilidad a un agente que se dedica al control de públicos. De hecho, a los visitantes de la Fundación se les deja bastante margen en comparación con muchas otras instituciones culturales. En este caso, no hay guardia jurados en las salas de exposición y, por tanto, les chocaba dejar uno en el Espai 13 actuando con los criterios que le son propios. En todo caso sí que me ha sorprendido la frialdad con que se ha reaccionado al respecto de este agente, que está en la sala interactuando con el público, recogiendo datos, escribiendo un diario de la experiencia a su vez, y es cierto que esto también podría ser una información significativa de cara a la gestión del mismo espacio.

OF: Y para terminar, el rol del artista, ¿cuál crees que debería ser en relación a la sociedad actual?

MS: Soy muy consciente de que tengo que generar pensamiento crítico, pero a la vez también creo que en cierto modo esto nos viene impuesto por la estructura donde nos movemos. ¿Por qué se me presupone una función pública? ¿Debido a que se me facilitan un dinero para producir los proyectos que son públicos? ¿O bien en eso todavía está el poso de la época de Velázquez o de Goya, cuando se entendía que la función de estos artistas era la de pintar el rey? En realidad, aunque me siento responsable política y socialmente, la función del artista prácticamente me la cuestiono a diario.

Oriol Fontdevila cree que es interesante la dimensión política y social de las prácticas artísticas y los fenómenos culturales; que la cuestión de la innovación cultural tendría que tratarse en correspondencia con la de progreso social; que el trabajo transdisciplinar es una oportunidad, no solo apara sumar conocimientos, sino para generar entornos desde donde problematizarlos; y que desde la crítica de arte y el comisariado se pueden hacer aportaciones al respecto.

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