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“La descolonización será un proceso violento”, decía Fanon, y le sobraban razones para estar convencido de ello.
En Bolivia, a principios del milenio entre 2000 y 2003, se vivieron fuertes revueltas anticoloniales: la Guerra del Gas y la Guerra del Agua. Estas movilizaciones representan para muches bolivianes un punto de ruptura radical respecto al orden colonial y todas sus relaciones vigentes a través de las multinacionales y de la raza/clase opresora local hasta entonces gobernante, los blancos/mestizos, cooptados también por los mandatos de la globalización y sus procesos de saqueos a través de las armas y todo tipo de violencia sobre los cuerpos y territorios bolivianxs. Aunque después de este proceso de resistencia y la expulsión tanto de las empresas expoliadoras como de los políticos serviles, Bolivia no ha dejado de ser un territorio indígena en disputa con profundas heridas coloniales. Estas revueltas supusieron reencontrarnos de nuevo con la capacidad de resistencia desde la organización popular, el tejido comunitario, la persistente fuerza ancestral anticolonial que devino en el Estado Plurinacional, que fue y es un proceso de reparación fruto del poder popular, arrebatando de manos de colonos ladrones de lo que es nuestro.
Inicio este escrito desde mi archivo personal, de haber estado ahí, y también con la necesidad permanente de encontrar referencias genealógicas que desde el pasado puedan motivarnos a seguir luchando a pesar del enfriamiento y de la supuesta imposibilidad de cambiarlo todo en este mundo anti-nosotras. Sacar al colono de nuestros territorios fue posible, ¿sacar a los colonos de los museos lo será? ¿Cómo opera la restitución o reparación, propuesta desde las cúspides de los privilegios coloniales y las vanguardias aliadas? ¿Es posible descolonizar los museos?
Desde hace ya años, en España, algunos museos inician un proceso de «debate y acciones» sobre una propuesta de supuesta descolonización a partir de la restitución, reparación y devolución, aunque no se menciona casi, también la garantía de no repetición. A la vez se generan socialmente narrativas y viralización de posiciones negacionistas/nacionalistas de la violencia colonial hacia nuestros territorios del sur global, negando los genocidios de nuestros pueblos. Lo que racistamente llaman «La historia negra» o imperiofobia.
«El robo colonial que activa una herida histórica», partiendo de esta reflexión de Yki Yos Piña, activista travesti cimarrona, podemos reflexionar sobre el ensañamiento permanente del proceso transtemporal con el que la violencia colonial ha marcado nuestros cuerpos, a propósito del debate negacionista y banalizante de la blanquitud extendida no sólo en círculos académicos y políticos, sino también profundamente y vecinalmente sociales. El supremacismo está instaurado en la ciudadanía plena que otorga los privilegios del orden colonial heredado. El debate insistente y burlesco que se genera también en torno a la devolución sí o no, es bastante violento y pone en evidencia el lugar de poder respecto a la herida espiritual, histórica que nos atraviesa. Los activistas en nuestro amplio espectro estamos permanentemente violentados por los buenos alumnos de toda la pedagogía colonial, no hay excepción, hay amos por todas partes, inclusive benevolentes.
La colonialidad y su racismo, la colonialidad y su saqueo, la colonialidad y su patriarcado, la colonialidad y sus genocidios son vigentes, basta ver toda la violencia desplegada sobre el pueblo y los cuerpos palestinos y su exterminio transmitido online. Cuerpos racializados no blancos, situadamente los migrantes podemos hablar desde la herida, la herida propia y la herida colectiva, que jamás están separadas.
Habitamos un mundo que por fronteras está configurado con cicatrices, heridas en la tierra y en nuestros cuerpos que son marca justo ahí donde empieza el saqueo, cicatrices en nuestras creencias, en nuestras identidades, en nuestras cosmovisiones. Los museos occidentales nos deben a todas mucho más los respectivos intereses. Hay una herida, hay una deuda.
Las políticas del perdón tienen una historia tan siniestra porque son la propia historia del colonialismo y desde ahí han constituido el supremacismo también moral de los blancos colonos, sus descendientes y sus empresas, y sus gobiernos, es algo en lo que deberíamos estar muy atentas y desconfiar radicalmente de toda estructura que represente legitimación tanto simbólica como material de la jerarquía racial histórica y todas sus ecuaciones económicas. Desconfiar de todos los blancos en situaciones de poder, desconfiar de todos.
Respecto al orden colonial, es ineludible pensar en la distribución de «lo humano» y «lo no humano» desde toda organización articulada desde el privilegio de destruir o salvar «al otro» para autoreferenciarse en la cúspide del orden. En este sentido, lo museístico históricamente también se ha erguido como fábrica y reproducción del humanismo blanco eurocentrado, sublime que a la vez y cínicamente se funda en el saqueo de otros pueblos.
La desconfianza a la narrativa de descolonización, parte de la idea de que toda reparación debe ir mucho más allá de lo simbólico o dialéctico, tomando en cuenta la capacidad que tiene el capitalismo de apropiarse y rentabilizar a su favor tantas demandas políticas para sostener su narrativa de modernidad, inclusión, diversidad y universalismo, procesos asimilacionistas como el del feminismo liberal, o los LGTBIQ y sus discursos nacionalistas (feminacionacionalismo, homonacionalismos) que son herramientas de propaganda «salvacionista» utilizada por colonos genocidas en territorios donde la geopolítica extermina a la población indígena por un territorio de estratégica localización y expolio que garantice su zona de privilegios.
Necesitamos una mirada de enfoque radical y transformador que entienda que las estructuras que expoliaron objetos de representación culturales de territorios dominados por el colonialismo han sido utilizados en una suerte de ejercicio económico empresarial que ha servido y sirve para configurar el sistema mundial y todas sus prácticas supremacistas, utilizados como herramientas/trofeos/fetiches para crear pedagogías y distancias entre lo civilizado y lo salvaje, entre lo humano sublime europeo y lo protohumano no europeo.
Entendemos la restitución como un acto importante, pero no suficiente como para interpelar el sistema mundo que sigue operando en lógicas extractivistas, genocidas y deshumanizantes. Dice Susy Shock, activista travesti marrona argentina, «No queremos ser más esta humanidad». La devolución tampoco es tan suficiente como para hablar en términos reales del robo, saqueo y todas las violencias que supusieron tanto objetos como sujetos utilizados en sus museos para determinar su dueñidad supremacista absoluta.
Reconocemos que estas acciones actuales, inclusive las de reparación histórica, están diseñadas para sostener el sistema; el museo para descolonizarse debería desaparecer. Dice Mikaela Drullar, activista trans dominicana (parafraseo), «No se puede descolonizar el museo, pues el museo es la propia estructura colonial, al igual que no se puede descolonizar los Estados».
Convengamos que abrazamos las devoluciones, las restituciones, las cuotas raciales (sarcasmo), abrazamos la posibilidad de que las comunidades que han sobrevivido a todas estas violencias por más de 500 años puedan reencontrarse con sus inconmensurables objetos/sujetos, pensando en otras ontologías negadas que aún resisten. Sabemos que desde lógicas occidentales la imposibilidad de tratar estos “objetos” como entidades, sujetos vivos sagrados, respetando su importancia espiritual, genealógica y sus múltiples significados culturales y no como simples piezas de museo a devolver, inclusive si les acompaña la narrativa de justicia social.
El papel de las comunidades debería ser fundamental en estos procesos y no lo es.
¿Entonces pueden los museos transformarse de manera que dejen de reproducir las estructuras de poder que les dieron origen? Podemos imaginar políticamente varias cuestiones al respecto, que los museos deberían transformarse en espacios de activismo con protagonistas reales donde haya reflexiones críticas radicales a los procesos históricos de expolio, epistémico, material, simbólico que interpelen toda estructura y canon occidental supremacista, favorecer lugares de activación de memoria y reparación colectiva, presupuestos liberados, esto implica apoyar causas políticas de resistencia a los procesos coloniales vigentes, financiar investigaciones académicas y no académicas en el sentido occidental de la academia del activismo antirracista, desnaturalizar los lugares de poder supremacistas, academias, universidades, museos o cualquier otra parroquia. ¿Podrán?
Estas reflexiones y otras compartidas por mi tejido antirracista situado en un espacio tan profundamente racista como Cataluña, que por cierto, ¿para cuándo? El debate sobre el reconocimiento y reparación del proceso de tráfico de personas africanas para los regímenes coloniales en las Américas. El daño es tan inmenso como el enriquecimiento e hipocresía en esta ciudad.
Proponemos desafíos que sabemos imposibles de asumir a la par del mantenimiento de estructura y prácticas políticas, económicas y morales de la blanquitud y sus instituciones coloniales que sostienen sus privilegios, ponemos en cuestión también la benevolencia desde lugares históricamente de producción y reproducción de los valores “neo” coloniales y capitalistas. ¿Soportarán?
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)