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Nos montamos en el taxi. Una de mis compañeras le pone delante de la cara al taxista un mapita, de esos de diseñuqui mínimo y mono que reparten en las bienales, y le pide que nos lleve ahí, a la “Sharjah Biennial Area”. El señor mira primero el mapa y luego a mi compañera como Elliot miró a E.T., y le hace un gesto con los hombros que bien podría querer decir “no sé dónde está” o “me ha sentado mal el hummus”. Le pregunta “next to what?”, y ahora es mi compañera la que mira al taxista como si no fuera de este mundo. “I don’t know. YOU should know!” le dice. Es la tercera vez que estamos en esta situación desde que llegamos a Emiratos. Es la tercera vez que cogemos un taxi.
Esta anécdota no vendría a cuento si no fuera porque la bienal de Sharjah se llama, precisamente, Re:emerge. Towards a new cultural cartography (Re-emerger. Hacia una nueva cartografía cultural) y nos habla, con contundencia conceptual, estética y postcolonial, de la necesidad de que nosotros, los “occidentales” blancos y racionales, dejemos de considerarnos el ombligo del universo. Las líneas marcadas por la bienal siguen rutas diferentes de las que unen Europa con otro lugar (ese “otro lugar” informe, exótico, lejano, con recursos naturales inextinguibles, vegetación a tutiplén y muchos mosquitos). Por ejemplo, nos revela la posición estratégica de la península arábica entre África y Asia, en una ruta de comercio antiquísima que produce intercambios culturales completamente ajenos a nuestro conocimiento. Y levantando la vista hacia la marrón ciudad de Sharjah, en la que el 70% de la población son hombres, más de la mitad de ellos emigrantes de otros países de los vecinos continentes, con el mar a un lado y el desierto al otro, por fin te das cuenta de que es cierto; que para la gente con la que nos cruzamos, el centro de su mundo es esto, y si no, otro aún más lejano al nuestro.
Volvamos al taxi, que consigue llevarnos al museo. Allí, una primera pieza de Saâdane Afif: una silla de arish, un tejido de palma tradicional de Arabia, y la transcripción de la entrevista del artista con el artesano, en la que vamos leyendo que este último no sabe (ni le importa) de qué epoca son los diseños, y de hecho los cambia dependiendo de los gustos de los turistas. La que está expuesta aquí sigue un modelo de Enzo Mari de 1974 que le dio Afif, y hay otras treinta en las salas de exposiciones. Salas de exposiciones situadas en edificios rústicos con patios interiores, en la “zona de patrimonio” en vías de construcción. Puesto que la arquitectura en Emiratos siempre ha sido efímera y, por lo tanto, no hay edificios antiguos, las grandes ciudades construyen ahora supuestos centros históricos, pasados contemporáneos ideales e idealizados, que se completan maravillosamente con la tradición enzomariana de arish.
Esto que algunos considerarían simpáticas historietas son en realidad las dos primeras patadas en la boca para el orgullo universalista occidental. En primer lugar, porque la gente en Emiratos (y probablemente en Pakistán, de donde eran muchos de los taxistas), no tiene una concepción del espacio abstracta y representada en una combinación bidimensional a escala matemática. Miran el mapa y ven lo que vemos nosotros al mirar las inscripciones en las mezquitas: unos diseños muy bonitos. Ellos se orientan con referencias físicas, distancias entre lugares conocidos o emblemáticos, con una intuición absolutamente diferente de la ciudad. Y en segundo lugar, no tienen un concepto de pasado y presente similar al nuestro. No es un problema que la zona histórica se construyera ayer; de hecho, en la Meca se están dedicando a destruir los edificios de la época de Mahoma para que la gente no los idolatre. Igual que en Japón el santuario de Ise, el más importante de la religión shinto, se destruye y reconstruye en un lugar adyacente cada veinte años para renovar su naturaleza.
Son muchas las bases supuestamente naturales y racionales de nuestro pensamiento que se ponen en cuestión en Sharjah, a través de la ciudad y de las obras de arte. También la propia idea de los valores artísticos. Si la concepción del pasado es ya tan distinta, ¿no lo serán de igual manera las referencias filosóficas, las obras artísticas, los modos de jugar con los formatos, las técnicas, los conceptos? En un primer momento cuesta, por ejemplo, responder a las obras de Mohamed Ali Fadlabi, quien toma como punto de partida la pintura eclesiástica de Etiopía para mezclarla con referencias de superhéroes, retrofuturismo, y la música y estética de Sun-ra entre otros. Nos sentimos completamente alienados ante la obra caligráfica de Mouneer Alshaarani, nosotros que comprendemos instantáneamente a Jenny Holzer. Y tal vez nuestra primera tendencia es despreciar, como se desprecia lo que no encaja en nuestros esquemas, como defensa para no reconocer nuestra ignorancia.
Pero una selección de obras magníficas (imposible hacer justicia en un artículo tan corto: lectora, lector, pásate por la página web de la Sharjah Foundation y tómate tu tiempo) y la sensación de navegar por un espacio en el que las referencias son otras, acaban haciéndonos comprender que el título, con su «towards», como si se emprendiera el viaje ahora, se dirige a nosotros: a nuestro mundo de arte de Documenta, Manifesta, Londres y Nueva York; a nosotros, herederos de Colón, que estamos descubriendo que existen otras formas de representar el espacio vital. En el resto del mundo ya lo sabían. Y ya están allí.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)