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A principios del 2016 el gobierno de los Estados Unidos aprobaba la construcción de un oleoducto de 1.886 km de largo, destinado a transportar 570 barriles de crudo al día. Según el trazado, la tubería cruzaría el río Missouri y el lago Oahe, muy cerca de la reserva Sioux de Standing Rock, poniendo en riesgo la principal fuente de agua potable de la región y afectando lugares sagrados y cementerios pertenecientes a dicha reserva. Varias tribus Sioux se organizaron para emprender acciones legales. Así nacía la protesta Dakota Access Pipeline (#NoDAPL) que llegó a ser todo un evento mediático. Bajo la presidencia de Obama, se consiguió que las autoridades de EE.UU. denegaran el permiso hasta que se realizaran estudios del impacto medioambiental. Sin embargo, hace unas semanas veíamos cómo se desalojaba bajo fuerza policial el último de los campamentos. Durante los primeros días de su presidencia, Donald Trump había firmado una orden ejecutiva para resucitar el acuerdo inicial, amparado por su promesa de dar a la industria petrolera más libertad para expandir sus infraestructuras.
#NoDAPL nacía consecuencia de un enfrentamiento entre el sistema de valores de los Estados Unidos, y el propio de las comunidades Sioux. Mientras que en EEUU el 1% tiene el poder de hacer con el territorio del país (y lo que este contiene), aquello que desee, la comunidad nativa considera que el agua merece el mismo respeto que cualquier otra existencia. Siguiendo una lógica DIY, las comunidades Sioux optaron por defender y proteger aquel espacio simbólico y físico que les pertenece, enfrentándose a la segregación racial a la que les somete EEUU, y que es endémica del país. Sobran ejemplos que muestran cómo el racismo sobre el que se erigió occidente está entrelazado con el desarrollo del capitalismo. La misma idea de raza es sólo una manera de organización social y distribución de privilegios, una herramienta que ha servido como justificación de las invasiones y genocidios que permitieron levantar los imperios Europeos. Pero el capitalismo no está únicamente basado en el racismo, también en la división de clases y el patriarcado. Decía Angela Davis que género, raza y clase son elementos entrelazados, realidades que dependen una de las demás. Es, en definitiva, una estructura económica y social basada en la supremacía del hombre blanco cuyas lógicas siguen activas. Frente a ella, la comunidad nativa defendía su existencia como ciudadanos de pleno derecho y, a través de la protesta, recuperaban su dignidad. Reivindicaban su existencia frente las estructuras económicas y sociales sobre las que occidente sigue construyendo unas identidades nacionales, las mismas que benefician solo a unos elegidos y a otros los deja fuera.
Mostrar desacuerdo a través de la protesta es la manera de reivindicar la existencia misma, pero a la hora de pensar cómo llevarla a cabo, es imprescindible ser consciente de los mecanismos a los que nos enfrentamos. Por definición, el estado es violento con aquellos que no aceptan o transigen con sus exigencias. La búsqueda de acuerdos entre los colectivos que los componen es algo que les es ajeno, ya que el acuerdo social dictamina que no hay espacio para el debate de los límites de lo correcto y solo se puede acatar lo dictado. Queda bloqueada toda posibilidad de ser cuestionado y con ello, todo pensamiento a la contra solo puede existir como amenaza de la estabilidad de dicha hegemonía. La consecuencia de esta estructura es que las actitudes de resistencia (como es el DIY) han de tomar una posición defensiva frente a esta violencia que acosa su existencia, pero esta defensa, al ocurrir dentro de un sistema simbólico que no permite el diálogo y puesta en crisis de sí, es en realidad interpretada como una agresión. O dicho de otra manera: cuando los movimientos contraculturales alzan la voz para defenderse, están condenados a ser entendidos como fuerza de agresión. Desgraciadamente, aquel que inicia el ataque tiene las de perder, y en las lógicas de la hegemonía, toda contracultura es fácilmente cuestionada. Llegados a este punto, y partiendo de que la protesta es imprescindible, se hace necesario pensar nuevas maneras de llevarla a cabo.
En Standing Rock las comunidades nativas, en vez de manifestantes, se hacían llamar “protectores”. El término les protege de ser acusados de iniciar una acción de ataque, ya que implica etimológicamente todo lo contrario: el cuidado. Así no podían ser acusados por el corpus social de desafiar la entidad monolítica del estado, si no percibidos como un sistema que evita daños. Con un gesto tan sencillo conseguían desactivar ese mecanismo con el que toda protesta es entendida como fuerza agresora. Conseguían, además, dos cosas fundamentales: dejar claro que su epistemología es otra a la occidental y señalar que la epistemología occidental necesita repensarse. Su manera de entender al hombre y la relación que éste tiene con la tierra, no tiene nada que ver con la que nosotros hemos heredado. En occidente, la tierra no ha de ser defendida, sino explotada como fuente de recursos. Nuestra tradición dicta que el hombre es el centro en torno al que todo gira, y la conciencia con el medio viene después de los deseos humanos. Por el contrario, ellos decían “Todos somos agua” y esto no responde únicamente a que un alto porcentaje del cuerpo es, en efecto, agua. Responde al hecho de mirar a la tierra, al planeta, como un sistema interconectado y en equilibrio donde los elementos que lo componen dependen unos de los otros. Nos están recordando que si el agua sufre contratiempos, nosotros también, ya que ambos tenemos la misma importancia dentro del equilibrio del planeta. Desgraciadamente no está dentro de las agendas políticas hablar del antropoceno, el e-waste y los cambios que hemos provocado en el equilibrio del planeta, en su escala temporal y su funcionamiento. Standing Rock le da voz al agua, pero no es necesaria demasiada atención para escuchar que él mismo protesta contra los sistemas de explotación de recursos. A través de síntomas como el cambio climático, la sexta gran extinción de las especies, el deshielo de los polos… el planeta nos habla de su crisis, con su propia voz. Nos anuncia que el impacto de las actividades humanas devenidas de las ideologías y sistemas económicos derivados del capitalismo han hecho cambiar su ecosistema y su era geológica.
Es evidente que el sistema social que hemos creado es desastroso. La superestructura de la sociedad necesita ser cambiada y, aprovechando el agotamiento de la democracia, es el momento de cuestionar el sistema simbólico occidental en su totalidad: el del antropocentrismo del hombre blanco. Hemos de rehacer nuestra propia ontología teniendo en cuenta que los sistemas simbólicos de otras culturas son tan valiosos como el nuestro; que la supremacía cultural, de género o raza no existe; que necesitamos cambiar nuestra mirada hacia el planeta… En definitiva, hemos de aprender que nada gira alrededor del hombre blanco, sino que éste somete a todas las demás identidades. Esta reestructuración sólo se puede realizar a través de escuchar a aquellos que hemos dejado fuera. O lo que es lo mismo, dando espacio a la protesta para que sus voces puedan ser oídas.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)