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Ejercicios de complicidad o la obstinación de lo mutable

Magazine

18 julio 2022
Tema del Mes: arte y ficciónEditor/a Residente: Ana Llurba

Ejercicios de complicidad o la obstinación de lo mutable

Un pulpo en un video viral se estira y se contrae para deslizarse por la superficie de un barco. Sus tentáculos se retraen y luego se alargan, se recogen y se agarran a la cubierta blanca del bote, resbalando de manera controlada por ella. Su piel viscosa y movediza chupa la arquitectura recorriéndola, hasta que aligera su forma de modo que logra entrar en un desagüe de la mitad de su diámetro y escapar cayendo al agua del mar.

Una piedra caliente se desliza pocos centímetros sobre un pedazo de tierra seca y llega hasta el borde de una pendiente.

En las manos de un curador, un objeto de cerámica pasea de un lado al otro de la sala. ¿Qué va dónde? La cerámica se empieza a calentar a pesar de la barrera de los guantes de montaje. El curador vuelve a recorrer la sala, posicionando el objeto cerca de una esquina y se aleja mirándolo. Choca de forma suave con un pedestal ubicado al lado izquierdo de la sala, se tambalea un poco y se desplaza hacia la derecha. Reflexiona. Da un giro y se devuelve, agachándose para mover el objeto con sutileza hacia el interior del espacio.

Humeante, la piedra continúa absorbiendo los rayos del sol mientras una leve ventisca la cubre de arena, haciendo brillar las diminutas partículas de su mezcla mineral.

Al interior de una fábrica, un lingote de aluminio se adentra con lentitud en una máquina extrusora. A muy alta temperatura, la masa de metal ingresa en la matriz de la máquina, produciendo el perfil que enmarcará la ventana de una casa. Han sido años de investigación del material para que la máquina diseñada logre superar la resistencia del metal y generar este producto. De repente, el constante sonido del motor se apaga. Al revisar la máquina, el técnico concluye que, debido a un error de rectificación, el perfil se ha ido torciendo, creando un producto defectuoso. Lo descarta en la pila de viruta de metales y otros desperdicios. El metal se enreda con placidez en las demás hilachas brillantes, que tintinean vibrando, acogiéndolo en su montículo de formas sueltas.

A pleno sol, los bichos revuelan y remueven el aire denso mientras se enredan en las filas de hierba que salen por debajo de la piedra.

El aire sacude las ventanas, se infiltra por las ranuras y silba por la casa fría. El aliento del perro le nubla la vista cada vez que respira. Afuera una rama se restriega y retuerce contra el vidrio templado, sus hojas minúsculas y mojadas pegándose a la superficie lisa y traslúcida, se sujetan lo máximo posible hasta el próximo golpe que las hará estallar y estrellar contra el cristal. El contorno de pelos iluminados levanta las orejas y gime nervioso. En intervalos, el palo repica sobre el vidrio deshilachándose en la punta con cada golpe y mostrando sus fibras claras. Luego recorre el recuadro dibujando líneas en cámara lenta sobre la capa de agua que vuelven y se diluyen ahí mismo, llevándose consigo concentraciones de hojitas y tierra trazando y borrando, trazando y borrando como plumillas sobre un parabrisas. ¡Clac! Se parte la rama. El perro, ya tranquilo, sale olisqueando el aire todavía húmedo y recoge un palo entre los dientes.

Inmóvil, la piedra sigue tumbada, con sus estrías milenarias todavía blancas en la penumbra.

Dos burbujas espejadas se desplazan distendidas oscilando entre corrientes de viento. Ondulan iridiscentes entre violetas brillantes y metálicos como amebas aéreas reflejando casas, edificios, carros y botes en el río. Una rebota sobre el agua varias veces, ligera y pasajera, la otra, más gorda, flota ondeando cansada. De repente se topan. Dos cámaras de aire medio traslúcidas que se pegan. Poco a poco la pompa de menor tamaño es fagocitada por la más grande, tratando de adoptar una forma con la menor área posible. La pared común se desplaza sigilosamente hacia la izquierda, bordeando las curvas e integrándose al área de menor presión interna. La superficie enjabonada y elástica continúa volando unos segundos más hasta que en un pequeño bajón se pincha con el borde de una casa, su superficie tensionándose al dejar entrar la esquina en su forma esférica hasta que la compresión la explota, desapareciendo en el aire.

El recorrido de una babosa suelta una película pegajosa y reluciente sobre la roca y el polvo y bichos se amalgaman en el moco. Una hoja planea y aterriza sobre el pegote.

Un tubo ancho, recubierto en espuma negra y material aislante parchado por segmentos gotea de forma consistente, creando un surco de óxido líquido que baja por la culata de un edificio. Con el paso del tiempo, se va filtrando en la última capa de pintura amarillo clarito, remarcando la textura y enfocando sus bordes con un ocre cobrizo. Unas ampollas grumosas van creciendo sobre la pared, rodeadas de rosetones verde pálido y marrón aguado, conectando burbujas de aire atrapado entre la pintura y el repello. Pronto se agrieta una burbuja de pintura floreada que se empieza a descolgar, despicándose poco a poco hasta caer en pedacitos mientras que un conjunto de puntitos gris oscuro, verduzco y negro aterciopelado va recubriendo el muro. Pronto se desprende otra esquina humedecida en la parte superior y el plano se desploma hacia adelante, revelando el verde pastilla de la capa anterior de pintura y cayendo resquebrajado sobre un colchón de musgo fresco.

Las esporas se valen de la sombra para disparar sus tallos y sombrillas y regar su red horizontal de raíces alrededor de la roca. En poco tiempo de la hoja, ya seca, no queda nada más que una baba marrón que se filtra entre la tierra.

En una galería de una capital latinoamericana, una artista cuelga una superficie de pintura acrílica que ha pintado a mano capa por capa en su taller y ha desprendido al terminar del soporte. El plano blando y frágil de bordes irregulares atraviesa el espacio de forma horizontal apoyada en algunos tubos y pasando por una ranura en una pared divisoria. Al llegar a cada punta de la galería, la pintura desciende pegándose al piso. A cada extremo de la sala, un mecanismo de piñones jalonado por pesos de acero inoxidable jala de la membrana verde manzana en direcciones contrarias. Los pesos corresponden al de la masa de material pictórico a cada lado de la apertura en la pared, que conecta las dos salas de tamaños diferentes. En un constante enfrentamiento de tensiones, fuerzas y cambios en las condiciones ambientales, la materia rueda, se estira, se adelgaza y se acumula, describiendo la arquitectura particular de la sala de exposición, a la vez que va revelando sus propiedades. A contraluz, empiezan a aparecer las marcas de los brochazos en la superficie cada vez más fina hasta que se empieza a desgarrar en una esquina. La materia se muestra como algo no terminado, algo que permanece en continuo proceso sin dirigirse hacia una forma final, algo que se mantiene en un perpetuo estado de volverse algo.

Un pedazo de tierra cede, descendiendo hasta el pie de la montaña. La piedra tiembla con levedad, se libera y cae, rueda y resbala, empujando otras piedras e insectos a su paso. Un último giro y la piedra se escurre por fin hasta el río, siseando al contacto con el agua fría.

Verónica Lehner explora cómo la materialidad de los objetos y lugares afecta y determina las acciones y decisiones de los humanos y produce espacios activamente. En los últimos años ha dedicado su trabajo a experimentar con la performatividad de la pintura, la cual se muestra a sí misma a medida que desvela las características del espacio expositivo y su arquitectura. Es amante de la manga viche con sal y mucho limón.

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"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)