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En 2007, Santiago Sierra lanzaba al mundo su nuevo producto artístico, en el marco de Proyecto Juárez, una iniciativa de “arte público que desborde la frontera de lo local y se inserta en circuitos internacionales”. Se titulaba “Sumisión”, aunque originalmente iba a llamarse “Palabra de Fuego”. Consistía en dicha palabra excavada en un cerro y repleta de gasolina que se encendería para activarla. El barullo empezó cuando Sierra denunció la censura de las autoridades al prohibir su encendido. Así, su título también se transformó para coincidir con la palabra excavada. Formada por letras de 15 metros de longitud, se situó en Anapra, una de las zonas más pobres de la ciudad, junto a frontera con Estados Unidos que divide radicalmente Ciudad Juárez y El Paso, Texas. Cerca de Anapra han aparecido también algunas de las tristemente famosas muertas de Ciudad Juárez, víctimas de feminicidios aún sin resolver.
El contexto se entiende perfectamente. ¿Pero de qué sumisión nos habla Sierra? ¿De la sumisión de las autoridades ante los asesinos? ¿De la de los habitantes ante narcotráfico y crímenes? ¿De la de los empresarios ante los cárteles? ¿De las víctimas ante sus verdugos? ¿Es una acusación, una constatación, una proposición?
La ambigüedad de la palabra, su mezcla entre discurso político y falta de mensaje claro en su significado textual, su magnitud y monumentalidad, y por supuesto, la gracia de la censura, hicieron de esta pieza un hit del arte político en los circuitos internacionales. Porque tenía la gentileza de dejarle al espectador un espacio para la reflexión, porque no daba respuestas directas y no hacía preguntas específicas. El tipo de obra que puede viajar de Hong Kong a Nueva York, comprometida ergo censurada (¡qué escándalo!).
Pero la interpretación de la pieza en Ciudad Juárez es muy diferente. En primer lugar, la palabra resulta ofensiva a colectivos, activistas, asociaciones y habitantes en general (todos ellos grupos con los que Sierra no buscó juntarse) que aguantan el envite de una situación degradada y violenta, a menudo poniendo en riesgo sus vidas por reivindicar derechos humanos básicos. Ellos y ellas ni se sienten sumisos ni creen que las víctimas lo fueran. Y desde luego, consideran a la clase política más bien cómplice que sumisa. Y a pesar de reconocer la complejidad de la situación, ninguno de ellos duda en que hacer preguntas concretas y dar respuestas contundentes es algo fundamental.
Por otra parte, una se pregunta de qué hablamos cuando hablamos de arte contextual o público en esta pieza. Cierto, la palabra se excavó en Juárez. Pero no fue para ningún beneficio local que el dinero se dirigiera a esta producción en un contexto en el que prácticamente todos los agentes artísticos se rascan con sus propias uñas y trabajan por amor al arte; en una ciudad de 1.300.000 habitantes que sólo tienen un museo de arte. “Sumisión” fue producida y nunca presentada en Juárez, sus imágenes son vendidas en galerías que nada tienen de públicas, y circulan por redes internacionales que nada tienen de contextual. Ciudad Juárez no es un contexto, sino un tema que el artista utiliza en su propio beneficio, un lugar de producción que aporta sólo ganancias: como ocurre con la industria maquiladora, responsable de gran parte de la situación. De la misma manera se benefició de la acusación de censura, cuando en realidad Proyecto Juárez no tomó las medidas de seguridad apropiadas y los bomberos comunicaron que en esas circunstancias les resultaba imposible controlar un fuego provocado en el desierto (eso sí es contexto).
No soy la única que se muestra escéptica ante las propuestas de Santiago Sierra, pero en este caso, me preocupa la facilidad con que asumimos en los circuitos artísticos internacionales discursos supuestamente políticos, descontextualizados, de los que no sabemos más que lo que el artist statement nos quiere contar. Lo fácil que es ser engaged en el cóctel de la bienal de turno. Lo fácil que es mirar a los demás y, diciendo que no juzgamos porque nos amparamos en obras de significado abierto, sacar conclusiones superficiales que circulamos al próximo cóctel, a la próxima bienal, a la próxima galería.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)