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El diario de Kuba Dąbrowski

Magazine

12 marzo 2014
Kuba Dabrowski

El diario de Kuba Dąbrowski


Que Kuba Dąbrowski tenga treinta y pocos años y que Museo Nacional de Arte Contemporáneo de Varsovia (Galeria Zachęta) le dedique una exposición monográfica, es algo que a muchos (la mayoría, mayores que él -valga la redundancia) llega a irritar sutil o descaradamente. Pero que Zacheta le venga o no grande a Kuba no es algo que vengamos a discutir aquí.

Que todo el mundo “haga fotos”, pero no las haga, o todos las hagan genialmente bien o terriblemente mal, que ya nadie sepa muy bien dónde situar este arte y sus fronteras … tampoco es algo que nos propongamos resolver aquí. Más que nada: ¿para qué?, ¿tanto vértigo nos provoca el no poner etiquetas?

Kuba lleva haciendo fotos desde los 14 años, y esta monográfica muestra su trabajo desde hace veinte años. Veinte años tampoco se puede decir que sean moco de pavo, ni una casualidad. Para algunos, como la canción, es un lapsus. Para otros, como Rimbaud, sería una verdadera burrada. Para la historia, ni hablemos.

Kuba es ahora lo que se cataloga como un fotógrafo “profesional”. Pero lo que aquí se muestra, son sus “otras fotos”. Esta exposición es como entrar en su casa, coger las cajas donde tiene sus fotografías personales, sacarlas y empezar a mirarlas. Un diario visual, vamos.

Tres salas. Tres músicas. Tres momentos de su vida. Sin palabras ni cartelas: fotografías, algún que otro vídeo, diapositivas y ni una cartela “incordiando”, excepto el panel de presentación. Todo un acierto para el fluir de la mirada, para dejarse llevar por la casualidad. Y un alivio para los perezosos o impacientes que no quieren pararse a leer sino a mirar. Funciona el espacio como el fluir de una película.

Primera sala, primeras fotos, música americana. Cierto airecillo melancólico, no sé ya si por el revelado analógico, la melodía o los paisajes desolados de cemento, las ventanas de un tren con asiento vacío o la pátina de los recuerdos, que de repente parecen los nuestros propios. Adolescencia, juventud, soledad, búsqueda, viajes. Los bloques de Bialystok de cemento, las partidas de baloncesto. América: coches, transiciones, búsqueda de uno mismo. América y Polonia, hace no mucho, nociones opuestas.

Segunda sala, encuentros con el amor, la amistad, la enfermedad, los primeros pasos. Fotografías que juegan con sus tamaños; la intimidad de los amigos en retratos de miniatura, la magnificencia del dolor y la soledad en grandes formatos, un “altar” de fotografías que conforman una gigantesca camiseta; un guiño cuasi religioso de humor fetichista. Lo estético del paisaje, de las envolturas de chicles, de las acumulaciones de discos, del pliegue de un pantalón de cuadros. Vida de andar por casa. Atinos estéticos. Casualidades perpetradas.

En una esquina, el momento más íntimo de Kuba, sin que él aparezca. Nos ponemos los cascos y escuchamos a los Smiths cantados por varias personas que en pantalla bailan en la intimidad de sus habitaciones en pijama o bailan sin miedo por la calle. Anónimos. Los alter ego de Kuba. O de nosotros mismos.

Tercera sala: recopilación, cierre, despedida. Diapos en constante cambio, instantáneas que van y vienen en las cuatro paredes. Hip hop.

Un diario, sin más pretensiones. Una película de una vida que puede ser la de cualquiera. Quizá de ahí el enganche. Joanna Kinowska, comisaria, ha dado en el clavo con el montaje, pero se equivoca en algo: en sus palabras de introducción alude a los recuerdos de los polacos, sin darse cuenta de que, más allá de paisajes o signos de identidad, también se encuentra la poesía de la memoria, que puede llegar a cualquiera. Entrar en esta exposición es, como dije, abrir las cajas de fotos de Kuba. Y es querer volver a casa y tener, como se tenía antes junto a la caja de lata con botones y cachivaches del salón, una caja llena de fotografías, para ver y recordar durante horas en una de esas tardes tontas que tanto merecen la pena.

Por su afición a coleccionar experiencias y complicarse la vida, acabó dando con sus huesos en Varsovia, donde reside desde 2004. Después de estudiar demasiadas cosas, descubrió por fin que se aprende haciendo, viendo, sintiendo, escuchando, dialogando, experimentando: de los sentidos al cerebro, …más que nada porque el camino contrario suele darle dolores de cabeza. No entiende un arte sin el otro, los discursos complejos que no llevan a nada, la mañana sin desayuno, la gente que no escucha música, y el mundo sin sentido del humor. Por lo demás, se considera tolerante.

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