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La primera impresión de lo que significa estar en Estambul uno la tiene en la fila de inmigración del aeropuerto internacional Atatürk. Organizada en espiral, supone alrededor de una hora de espera, en la que te vas cruzando con aquellas personas que, como tú, con el pasaporte en la mano, van desplazándose poco a poco hasta llegar al puesto donde se encuentra el policía de turno. Una línea de libritos verdes, rojos, azules y negros con escritura que no alcanzo a leer. Turkish Airlines, la principal compañía aérea del país, es la aerolínea internacional que viaja a más países – 108 en total– excluyendo las destinaciones recientemente suspendidas a Irak, Libia, Siria, Ucrania y Yemen. Por tierra, Turquía hace frontera con ocho países, tres de ellos en guerra. No es de extrañar que en la fila se haga esperar.
La siguiente línea de espera se encuentra ante la parada de taxis. Pregunto el precio para llegar a la zona de Beyoğlu: 55 liras turcas, que equivalen a unos 14 euros. Me sorprende. Le comento a una amiga, parte de la burguesía moderna y laica estambulí, sobre lo barato de esta tarifa. Me responde que le parece ridículo, que la moneda se ha devaluado más de un 20% en los últimos meses debido a la inestabilidad política. El trayecto en taxi pasa por la costa europea, donde se mezclan restos de murallas bizantinas, bloques de edificios modernos por construir y el mar de Mármara donde están anclados, uno al lado del otro, innúmeros petroleros con banderas desconocidas que esperan su turno para cruzar el Bósforo.
Con todo esto en mi cabeza llego a la mañana siguiente a la rueda de prensa de la vigésimo cuarta edición de la Bienal de Estambul de arte contemporáneo, comisariada por una figura de renombre en la escena: Caroline Christov-Bakargiev. Tras comisariar la última documenta de Kassel, ahora ha sido escogida para esta bienal de menor escala pero de notable importancia. El título de la bienal es SALT WATER A Theory of Thought Forms y utiliza la imagen de este material omnipresente en la ciudad de Estambul a través de un poético y elaborado discurso ligado a sus principales propiedades. El sodio como el material que activa nuestro sistema neurológico y hace que nuestro sistema vital funcione, pero también como material corrosivo que destruye rápidamente cualquiera de nuestros necesarios aparatos digitales. Además, el Bósforo le sirve para hablar de conceptos como nudos, ondas y corrientes que crean imágenes tanto científicas como ligadas a la historia. Esta edición parece distanciarse del presente, del gran problema de la nueva construcción en Estambul, para emplear un vocabulario y una serie de contextos menos duros y más líquidos, que sugieren más que aseveran.
La bienal está detalladamente orquestada en un elegante recorrido, y las obras estarán dispersas por numerosos lugares a los que se debe acceder a pie o en ferry, alrededor del Bósforo, lo cual parece estar enfocado hacia el visitante extranjero más que hacia las necesidades de la población de Estambul. Un recurso ya utilizado en la anterior Documenta es el de la incapacidad de llegar a conocer el todo, de visitar todos los lugares, lo cual crea una unas expectativas que se completan a través del storytelling de la propia comisaria.
Los lugares hacen hincapié en los diferentes desplazamientos de comunidades que se han ido dando en la historia de Estambul -los griegos, kurdos y armenios que fueron expulsados a partir de la creación de la República de Turquía- haciendo eco también a lo que está sucediendo en la actualidad en el extremo oriental de país. Por ejemplo, uno de los emplazamientos, la Hrant Dink Foundation, se sitúa donde en su momento estuvo el diario Agos, un periódico armenio que publicaba en los dos idiomas desde 1996. El fundador, Hrant Dink, fue una figura importante en los derechos humanos y la reconciliación de ciertos movimientos en Turquía y fue asesinado a la entrada del edificio en enero de 2007. Los artistas René Gabri y Ayreen Anastasas declaran la casa como Sociedad de los amigos de la Parrhesia, en griego antiguo, la capacidad de hablar de manera verdadera, aunque sea como condición utópica.
Otro emplazamiento de la bienal es la isla de Büyükada, donde Leon Trotsky estuvo exiliado entre 1929 y 1933. Después de haberse opuesto a la burocratización de Stalin, Trotsky pierde poder, se le expulsa del partido comunista en 1927 y se le envía a Kazajistán. De allí coge un barco que le lleva desde Odessa a lo que era Constantinopla por el Mar Negro. La casa en ruinas del filósofo se convierte en otro de esos lugares-obras de la bienal. Aparentemente Trotsky estaba esperando allí obtener un visado para continuar con la revolución obrera internacional, pero ninguno de los países de Europa se lo concedió. Tampoco Estados Unidos, lo que significó para él situarse en un “planeta sin visado”.
Fuera de la bienal pero inaugurando al mismo tiempo, la institución cultural SALT, miembro de la red de instituciones L’Internationale, en las cuales figuran también el MNCARS y el MACBA, presenta la exposición How did we get here, que analiza el periodo de los años 80 y 90 en Turquía, un período donde el golpe de estado de 1980 introduce el neoliberalismo. Durante los ochenta, el gobierno, junto a los militares, prometían prosperidad y liberación, mientras actuaban como un régimen autoritario en la vida social y política. El ANAP (Anavatan Partisi, Motherland Party) estuvo en el poder de 1983 a 1991 y apoyó una sociedad orientada al consumo, con el régimen militar bloqueando todos los movimientos de oposición y organizaciones políticas. La exposición muestra material de archivo de aquellas personas que carecían de representación política como los antimilitaristas, feministas, activistas por los derechos gays, defensores de los derechos humanos, etc., que se unieron en grupos alternativos. Esta solidaridad, centrada alrededor de los derechos democráticos y demandas de libertad, abrió la vía a las organizaciones sociales que conocemos hoy. Es significativo que esta exposición tenga lugar a día de hoy, puesto que muchas de las leyes y de las luchas siguen siendo las mismas. El actual presidente Recep Tayyip Erdoǧan ha pasado de un sistema parlamentario a un sistema presidencial. El término neo-Otomanismo surge del interés del actual partido en poder, el AKP, en revivir las tradiciones y culturas otomanas, y relacionarse con países musulmanes. En la frontera con Siria, no es contra el Estado Islámico, sino contra los mismos disidentes y kurdos de su país contra quien está luchando el ejército turco.
How did we end up here? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Es una pregunta que se refiere al presente y al “nosotros” en contraposición a los otros. Me hace pensar en las “ondas” que describe Boris Groys en uno de los ensayos del libro de la bienal. Digamos que cada ola es un acontecimiento. En la playa, cada ola es diferente a las demás, pero parecen iguales porque la trayectoria de su movimiento es similar. Cada ola es finita, son movimientos lineares pero sabemos que no van a dar lugar a ningún progreso, cada ola es similar más o menos a la anterior. A cada ola se le escapa cualquier tipo de identidad o diferencia, cualquier descripción como algo linear o circular. La historia está compuesta de olas, las vemos acercarse, llegan a nosotros con toda la fuerza y después se pierden y terminan, y de ahí surgen otras. Tan transitorias como las anteriores.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)