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El subgénero como utopía: Django desencadenado

Magazine

13 febrero 2013
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El subgénero como utopía: Django desencadenado

“D-J-A-N-G-O, Django. La D es muda”. Así se dirige en un momento el héroe (Jamie Foxx) al malévolo terrateniente Calvin Candie (Leonardo DiCaprio). Una frase marca de la casa que señala al gran protagonista de la última entrega del cineasta: el lenguaje. En el cine de Tarantino el lenguaje se ha erigido por derecho propio en un utensilio portavoz de diferencias infinitesimales. Un sismógrafo que nos revela esas pequeñas diferencias que hacen de lo cotidiano un mundo lleno de matices y sabores. El lector tendrá ya en su cabeza la famosa conversación sobre las hamburguesas de Vega y Winnfield en Pulp Fiction… y muchos otros diálogos brillantes.

A este respecto, en Django desencadenado los personajes hablan inglés, alemán o dicen palabras sueltas en francés. No cabe duda de que Quentin Tarantino es un compendio de todo lo que el posmodernismo y la posmodernidad pueden haber llegado a significar, y/o a representar. Cabía imaginar, por la misma razón, qué sería de su figura en unos tiempos donde la otrora revolución lingüística, la deconstrucción de los géneros, el pastiche, la ironía, las citas y el metalenguaje parecerían demandar algo de tipo más ¿constructivo? ¿positivo?

Quedan lejos los días de Reservoir Dogs (1992) y Pulp Fiction (1994), objetos volantes no identificados destinados a sacudir las entrañas de ese modo arquetípico imprescindible que es el género cinematográfico. Algo de esto me barruntaba al acudir al cine más cercano con curiosidad y bajas expectativas a partes iguales. La respuesta a ese estado de incertidumbre es esta misma reseña. Django desencadenado ha crecido en mí según iba pasando el metraje (digital). Se ha asentado en su excesiva largura, que a mi modo de ver no le sienta nada mal, haciendo caso omiso a los criterios de la cinefilia sobre si el film es menos inspirado o menos redondo. Porque Django, aparte de entretenimiento, introduce formalizaciones y contenido políticamente incorrecto que aunque ya se encontraban en la predecesora Malditos bastardos (2009) aparecen ahora todavía más sacados de quicio, como si el director hubiera perdido el sentido del ridículo y se hubiera arrojado tumba abierta a hacer lo que le venga en gana.

El duelo dialéctico entre Herr Doktor King Schulz (Christoph Waltz) y Calvin Candie (DiCaprio) es un auténtico tour de force de proporciones majestuosas, mientras que la adquisición de autoconciencia de ese Black Panther que es Django no puede, de ningún modo, estar de acuerdo con la críticas lanzadas por Spike Lee hacia la película. Se ve que Lee no había visto la película, o solo se la habían contado. Merece la pena comentar lo que dijo Lee: básicamente que lo que le ocurrió a sus antepasados no fue un spaghetti-western, sino un genocidio.

Sin duda Spike Lee hubiera preferido un fresco histórico rodado por Steven Spielberg en la línea de La lista de Schindler (1993) o la actual Lincoln (2012). Conviene preguntarnos si esas formas narrativas supuestamente llenas de respeto para con los hechos históricos no son sino clichés o métodos recurrentes que ya no aportan nada al lenguaje cinematográfico. Pero parece que Spike Lee no exigía ese conjunto de convenciones, sino lo que le molestaba estaba en la adscripción de un tema tan serio como la esclavitud a un subgénero “innoble” o bastardo como el spaghetti-western. En resumen, un subgénero o una forma menor, impropia del noble contenido al que aspira representar.

Pero es entonces que opera el milagro, pues solamente es desde los márgenes de ese subgénero que la historia puede narrarse de un modo otro, abriendo las opacidades a una posición de entendimiento divergente, invertida, y alejada del status quo imperante. Más bien, Django desencadenado en tanto un spaghetti-western sobre la esclavitud previa a la Guerra Civil Americana es antes que nada, literalmente, un film-travesti, una parodia sobre otra parodia que se presenta predispuesta al apropiacionismo y a la tergiversación intencional. Quiero decir, literalmente, una película queer (y no me estoy refiriendo exclusivamente al momento en el que Django adopta unos ropajes anacrónicamente llamativos) sino al modo en la que se erige en un alegato post-identitario o en profunda incomodidad con respecto a los cánones de representación de la minoría negra oprimida. Esta cuestión, la del canon, necesita una aclaración: Django desencadenado es una película post-identitaria en un posmodernismo tardío donde ya no existe el canon, donde hablar de canon supone hablar en términos modernos, obsoletos. Otros artefactos post-identitarios son The Wire, o incluso las parodias cómicas de Tyler Perry travestida de “mamma negra”. La representación racial, o de la clase oprimida, sea cual sea, ya no responde a ningún canon.

Dicho esto, conviene analizar brevemente la controversia sobre las dos últimas películas de Tarantino: me refiero a lo que toca a la Historia (con H mayúscula). Si convenimos que la especie animal de Tarantino es diametralmente opuesta a la de un Chris Marker, entonces, no debería existir motivo para la irritación. Incluso si convenimos que a pesar de las conexiones evidentes entre el norteamericano y su admirado Jean-Luc Godard, ambos provienen de universos tan remotos, pues tampoco. La clave está en poder dilucidar los usos de un artefacto cultural de consumo de masas como una película de Tarantino. No creo que para una clase de historia en un instituto pudiera servir.

A raíz de esto, resultan completamente moralizantes y reaccionarias anteriores declaraciones de cierta intelligentsia francesa (como las del “nuevo filósofo” Bernard Henri-Levi) en las que se alertaba de la influencia que el error histórico que narraciones falsas sobre la historia, a tenor de la representación del nazismo en Malditos bastardos, pudiera tener en nuestros adolescentes. Pero decir todo lo contrario, que Tarantino, como Walter Benjamin, parece pensar que el pasado puede ser modificado desde el presente, y que las ficciones no tienen por qué sólo repetir la historia sino también animarse a modificarla, puede convertirse fácilmente en un ejercicio de funambulismo crítico. Mi posición al respecto no está ni de un lado ni de otro, sino más próxima a las potencialidades del subgénero como utopía o, como bien lo ha dicho Jordi Costa en el último número de Caimán Cuadernos de Cine, “el cine de subgéneros es el territorio utópico del deseo cumplido”. Si pensáramos en Django desencadenado como un western de ciencia-ficción quizás la utopía se nos revelaría más claramente. Tarantino no necesita de la ciencia-ficción, ya tiene bastante con su particular mezcla. Pero los efectos son muy parecidos.

Peio Aguirre escribe sobre arte, cine, música, teoría, arquitectura o política, entre otros temas. Los géneros que trabaja son el ensayo y el metacomentario, un espacio híbrido que funde las disciplinas en un nivel superior de interpretación. También comisaría (ocasionalmente) y desempeña otras tareas. Escribe en el blog “Crítica y metacomentario”.

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