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Entrevista con Felipe González Gil de Zemos98, en relación al festival «Copylove: Procomún, amor y remezcla».

Magazine

24 octubre 2012
Tema del Mes: Distribución de contenidos

Entrevista con Felipe González Gil de Zemos98, en relación al festival «Copylove: Procomún, amor y remezcla».

Zemos98 es un grupo de gestión, creación e inteligencia colectiva que trabaja alrededor de la cultura libre y el audiovisual. Apuestan por el procomún, la hibridación entre lo profesional y el amateurismo (proam), el Háztelo tú mismo (DIY) y la remezcla. Desde 1998 organizan el Festival Internacional Zemos98 que anualmente ha ido presentando propuestas específicas entorno a la sociedad red y la convergencia cultural entre creación audiovisual, redes digitales y pensamiento contemporáneo. Así ha habido ediciones dedicadas a la inteligencia colectiva, a la televisión, al control y la videovigilancia, a la memoria y el palimpsesto, a la educación expandida, a las pequeñas estructuras organizacionales… En su 14ª edición, bajo el título “COPYLOVE: Procomún, Amor y Remezcla” han querido centrarse una de las partes más invisibles de nuestras estructuras de producción: la economía de los afectos, lo reproductivo, la escucha activa, compartir como acto de amor, las comunidades que se cuidan y las recetas de código abierto.

SAIOA OLMO: ¿Qué os mueve a interesaros por los afectos, sentimientos, emociones y cuidados en relación al procomún?

FELIPE GONZÁLEZ GIL: El festival que hicimos en torno a educación expandida contenía una paradoja: siendo un tema que supuestamente tenía que ver con rebasar los límites de la propia escuela, de las prácticas vinculadas a la educación, hicimos un festival formal. Estaba lleno de presentaciones con una tarima y el público sentado. Una de las cosas más llamativas fue que en la mayor parte de las presentaciones, lo que la gente contaba de su proyecto era la parte positiva, es decir, la parte del marketing de los proyectos. Incluso en los proyectos culturales que supuestamente tendrían que ser más críticos, acaban vendiendo la mejor cara del proyecto y no la cara oculta, la cara doméstica, la cara reproductiva, las dudas, los miedos, las contradicciones. A partir de ahí montamos una charla que se llamaba “En qué la cagamos” donde explicamos todos nuestros enredos y contradicciones. Y también empezamos a cansarnos de que el procomún, como se había puesto de moda, se vinculase mucho a cuestiones legales (lo cual es lógico porque implica a la ley de propiedad intelectual, las licencias de creative commons, etc.) o a cuestiones económicas. Paulatinamente también nos vimos encerrados en nuestra posición, porque al ser un festival y un colectivo, no siempre tenemos tiempo para investigar y para hablar con propiedad sobre un tema. Decidimos que la cuestión fundamental a tratar era el tema de los afectos en relación a los bienes comunes, porque también lo hemos identificado como un problema interno. Entonces nos dimos cuenta de que la vulnerabilidad debe ser algo a trabajar. Todo el compendio de contradicciones, dudas, miedos y también la necesidad de aprender más sobre un tema es lo que nos llevó a crear este término evocativo, “Copylove”, que en realidad no existe como tal, pero que viene a recordar el amor, no el amor romántico, sino el amor implícito en la idea de compartir, en lo comunitario.

S.O.: Amor rima en consonante con: cooperación, confianza, cuidados, emoción, pero también puede rimar en asonante con: traición, manipulación, dependencia, dolor… A pesar de todo ¿apostáis por “Amor” como compañero de “Procomún”? Unir factores emocionales a un movimiento/concepto tiene también su peligro.

F.G.G.: Hablar de un término tan connotado, tan mitificado y tan explotado como el amor es peligroso ya de por sí. Desde pequeños llevamos consumiendo el relato del amor romántico en las películas de Hollywood, en la publicidad, en los medios de comunicación, etc. Pero en el amor también hay poder y hay dominación. Desnudar el concepto de amor vinculado a las comunidades y a los recursos comunes, que es en el fondo lo que pretendíamos, es una tarea muy difícil. Si ni siquiera somos capaces de desnudarnos a veces con gente que llevamos diez años de relación, si no somos capaces de identificar a veces cuáles son los conflictos de los micropoderes y de las micropolíticas entre nosotros, hacerlo en un evento de carácter público es todavía más ambicioso e incluso puede que pretencioso.

S.O.: ¿Plantear el procomún vinculado al amor o resaltar la parte más afectiva o emocional de lo comunitario, puede crear rechazo?

F.G.G.: Lo emocional puede crear rechazo en dos sentidos: uno, por la obsesión por lo productivo, porque como estamos en crisis da la sensación de que todo lo que hay que hacer tiene que generar recursos económicos; y, por otra parte, porque hablar de las emociones implica desprenderse de lo que somos y de la identidad, de la mochila con la que nos cargamos de estereotipos, clichés, perjuicios y desnudarte ante los demás.

S.O.: Cuanto más nos mezclamos, interconectamos, intercambiamos… ¿más cercanos nos sentimos unos de otros? ¿O también es bueno poner límites, cotos privados, fronteras…?

F.G.G.: En el tema del código abierto y de las prácticas colaborativas existen muchas paradojas. La primera de ellas es que necesitamos reglas para poder compartir. A fin de cuentas, las licencias creative commons son un listado de reglas que imponen un juego. Hemos descubierto en este proceso en el que llevamos un tiempo, que los juegos son importantes, tanto para colaborar como para compartir emociones. Los juegos tienen reglas: marcan un tiempo, un terreno en el que hay una serie de premisas, que todo el mundo tiene que cumplir. Generalmente el juego hace que emerja más participación. Pero todo juego tiene una persona que escribe la arquitectura del juego y esa arquitectura también es poder, con lo cual lo único que se me ocurre de momento, es que vayamos rotando los roles, que las personas que escriben las reglas no sean siempre las mismas y que todos hagamos los roles de jugadoras y de escribientes de las reglas del juego.

S.O.: ¿En el amor seguimos apostando por la licencia más restrictiva, la de la “fidelidad”, todos los derechos reservados?

F.G.G.: Exacto. Tenía una teoría muy absurda cuando estaba en la facultad que era lo que llamaba “las relaciones de no exclusividad”: acostarme con quien quisiera siempre dejando claro que no quería mantener una relación de fidelidad absoluta y tratando de cultivar amistades difusas en las que se pudiera unir sexo y relaciones amistosas. Pero ese modelo se puede asimilar a lo que ha defendido siempre el mercado libre, es decir, no hay reglas. Creo que un tema básico de los próximos años va a ser que toda esta tontería que tenemos en cultura de ponerle licencias para que los demás reutilicen tu trabajo se importe a las relaciones personales. Lo que no tengo es ni idea de cómo hacerlo, porque, por ejemplo, actualmente yo tengo pareja, nos encontramos reescribiendo el código de la relación y probablemente no sé si vamos a acabar alguna vez de reescribirlo, entre otras cosas porque la idea de familia está en crisis, la idea de escuela está en crisis… todas esas instituciones que han regido nuestra vida están desmoronándose. Pero al mismo tiempo no me resulta fácil imaginar un escenario teniendo en cuenta que no dejamos de tener una parte animal que también reacciona de forma instintiva. Creo que un gran reto es tratar de experimentar modelos de relaciones en las que el amor no sea exclusivo pero al mismo tiempo si haya compromisos. Recuerdo haber sentido esta contradicción una vez de una manera muy evidente en relación a un chico que era la persona más copyleft, más abierta y más hacker de la vida. Pero con su novia era muy celoso y posesivo. Así que me preguntaba ¿acaso no defiendes una sociedad en la que tiene que haber un cambio en la forma de poseer no sólo los objetos, objetos culturales, sino las personas?

S.O.: ¿Nos encontramos reinventando conceptos que ya estaban planteados en otros momentos? Por ejemplo, el amor libre en el movimiento hippy o la propiedad colectiva de la ideología comunista.

F.G.G.: No hacemos más que copiar modelos que en otro momento ya se probaron, que a veces funcionaron durante un tiempo y que otras veces no funcionaron. Quizás el gran problema de todo, aunque sea grandilocuente decirlo, y probablemente yo no sea nadie para considerarme desde un punto de vista ajeno, es el capitalismo, lo fagocita todo. No conozco a día de hoy ningún movimiento social que no haya acabado siendo fagocitado por ese mecanismo discursivo que genera relatos continuamente, como la publicidad. A los tres meses del 15M un anuncio de Movistar emulaba una asamblea. Pensamos en los hippys como un movimiento que realmente trató de cambiar la sociedad y hoy en día es prácticamente un cliché para vender ropa. Estamos tan atravesados por el dinero que a fin de cuentas es imposible crear algo que, primero, no se base en un antecedente y, segundo, que no lo reproduzca. Lo único que se me ocurre es tratar de transitar de la manera más honesta posible en medio de todas esas nebulosas contradictorias.

S.O.: Cada persona es de por sí una remezcla a nivel genético, comportamental y de valores y creencias. Nuestras producciones lo creamos o no, lo queramos o no, lo expresemos o no, ¿son siempre remezclas?

F.G.G.: Todo proceso cognitivo o genético es una remezcla. El propio proceso de aprendizaje de los niños consiste en copiar, copias de las personas que te educan. La emulación es algo que está muy presente en la idea de remezcla y que es indisociable de cualquier acto en el que esté mediado el intelecto y el cuerpo.

S.O.: Las remezclas se suelen percibir como entidades amorfas, poliformes y hetereogéneas. ¿Las entidades monolíticas, unívocas, de estructura simple tienen cualidades que las hacen más fácilmente comunicables, difundibles y penetran con más facilidad en las mentes? ¿Nos atraen más?

F.G.G.: En el fondo el problema es la autoría, yo mismo no me escapo de eso. Hago remezclas, lo cual implica hacer trabajos a partir de trabajos de terceros, pero firmo la remezcla. Quizás la remezcla más coherente sería aquella que no fuera firmada o que en todo caso fuera una firma de nombres infinita en la que pusiéramos en un listado imposible, todos aquellos deudores gracias a los que somos capaces de hacer algo en un momento determinado. Supongo que nos sigue interesando la autoría y la uniformidad en términos de quién ha hecho esto, quién ha hecho este vídeo, quién ha escrito este libro. También en lo digital: todas las cuentas de twitter, todos los facebooks, todas las páginas están connotadas por quién lo ha hecho y quién lo firma.

S.O.: El autor, tal y como lo conocemos hoy en día ¿es el autor capitalista?, ¿cada sistema genera el tipo de autor que le corresponde?

F.G.G.: El mejor ejemplo del fracaso de cómo conseguimos la autoría son los formularios de las subvenciones del Ministerio de Cultura, donde entre otras cosas, en muchas ocasiones no te permiten poner un autor colectivo. Muchas veces en Zemos cuando tenemos que firmar un texto colectivamente se generan tensiones. Siempre hemos sido un colectivo pero, a medida que han ido pasado los años, hemos ido madurando y cada uno se ha ido significando más en un lugar. Eso también nos encierra en aquello que los demás esperan de nosotros y en los caminos que cada uno escoge. Incluso dentro de colectivos que firman como grupo, no siempre es tan fácil de llevar el tema de la identidad y de la autoría. Creo que sí le debemos mucho al modelo de posesión capitalista, de poseer un “lo que sea”, un vídeo, una frase.

S.O.: ¿Qué hacemos, entonces, matamos al autor o redefinimos su figura?

F.G.G.: Es imposible matarlo, aparte de que a mí no me gusta matar. El otro día le decía a un amigo que cuándo iba a dejar de utilizar la izquierda el discurso de la militancia porque la palabra “militar” pertenece a la guerra. La propia palabra habla del fracaso de los partidos. Una de las cosas positivas de lo que ha pasado con el 15M es que el proceso de adhesión al movimiento no está nada claro. Puedes entrar y salir, que por un lado puede ser visto como negativo porque es parte de la cultura del click, entras y sales en páginas. Pero también es positivo porque no hay una afiliación tan militar, hay unos lazos de unión más laxos, no te piden un carnet para entrar en una reunión y participar en una asamblea, cosa que sí sucede en los partidos, incluso en los que se consideran más de izquierdas. No mataría al autor, pero visto que todos seguimos firmando, buscaría redefinirlo y cada vez veo más posibilidades en la co-escritura. Cuando mejor me lo paso es cuando trabajo con gente y co-escribo cosas, me refiero co-escribir en general: proyectos, ideas… El otro día pensaba que los blogs suelen ser espacios personales, ¿que por qué no invitamos a gente a hacer residencias en nuestros blogs, como metáfora de las residencias físicas? Invitar por ejemplo a una persona a que escriba en mi nombre, que habite mi identidad y escriba como si fuera yo una semana. Me parece más interesante que matar nada.

S.O.: En las producciones que estáis haciendo llamadas códigos fuente, una persona comparte sus referencias audiovisuales sobre un tema para comentarlas, resignificarlas o crear a partir de ellas. ¿Las personas acaban realmente presentando su código fuente o hay parte de ese código fuente personal que está oculta?

F.G.G.: Toda exposición pública, del tipo que sea, una conferencia, un vídeo, un espectáculo de danza, tiene una cara oculta. La cuestión es cuál es la cara oculta cuando la naturaleza de esa exposición pública va de tratar de no ocultar nada. Si viéramos un espectáculo en el que un mago nos desvela sus trucos, la pregunta sería ¿por qué ha hecho esto? Es decir, qué hay detrás de la intención de desvelar esos trucos. No podemos permitir que desvelar el código fuente de lo que somos se convierta en una moda. Tiene que ser realmente un posicionamiento ético con respecto al acto creativo. Hacer una colección de lo que consideras tu código fuente no es más que hacer un homenaje a todas aquellas personas o entidades del tipo que sean y a todo aquello que le debes a esa cadena de escritura infinita que llegó hasta nosotros. Pero a mí me genera muchas veces la duda de si en el fondo no hay también una estrategia detrás de eso, y si convertirlo en una constante puede terminar siendo una pose que esconda otra cosa.

S.O.: Si cuando se cuenta el truco, la magia pierde su magia… ¿Tiene sentido que las obras de arte sean de código abierto? Abrir puede también significar perder. ¿Cuánto más accesible tenemos algo, menos lo valoramos? ¿Estamos desvalorizando el potencial emocional y de atracción de los secretos, de lo reservado, de lo difícil de conseguir?

F.G.G.: Soy partidario de dividirlo en dos fases: de hacer el truco y luego compartir lo que has hecho. Muchas de las cosas que nos intrigan, que nos enganchan, lo hacen precisamente porque algo permanece oculto, porque hay una especie de sensualidad en lo oculto que nos fascina y que nos hace querer saber siempre qué hay más allá. Frecuentemente no enseñar algo hace que te hagas más preguntas que verlo directamente. Pero por llevarlo a un caso práctico, cuando vas a un restaurante y te gusta algo mucho, disfrutas con eso que tiene pinta de carbón y recubre un trozo de pescado, te preguntas qué es y te sientes fascinado. Sin embargo creo que las cartas en los restaurantes, tendrían que tener al final una segunda carta que dijera, que lo que has comido tiene todos estos ingredientes y se ha hecho de la siguiente manera, porque así mantienes la clave de todo goce estético intacta, pero luego eres coherente porque muestras cómo lo has hecho. Tengo claro que no tiene sentido no compartir el código a posteriori porque eso sí forma parte de esa lógica de la ocultación total, no sólo de la tradición autoral, sino de la tradición industrial, de la competición, de “no podemos enseñarle la fórmula secreta a los demás porque nos la van a copiar y entonces van a hacerlo mejor que nosotros”. Si le doy la receta del gazpacho a un amigo y entonces voy a su casa y ese mismo amigo hace con mi receta un gazpacho mejor me tendré que alegrar de que le regale al mundo un gazpacho mejor, y no lamentarme de que yo he perdido esa receta que era tan especial.

S.O.: ¿Cierto punto de competitividad puede estar bien o pasamos la competitividad al baúl de lo censurable?

F.G.G.: Yo soy competitivo, con lo cual sería muy deshonesto rechazarla. Soy muy exigente conmigo mismo y con las cosas que hacemos. Dentro del terreno de juego se ponen ciertas reglas, reglas comunitarias o reglas de propiedad intelectual. Si jugamos, hay que dejarse llevar por el juego y competir dentro del marco del juego. Lo que no hay que hacer es obsesionarse con que la vida es una competición.

S.O.: Verdades y falacias de la anhelada horizontalidad ¿Hay divisiones de tareas que generan distintos grados de poder, de autoridad, de legitimación?

F.G.G.: Hablar de horizontalidad o verticalidad en términos de un grupo de trabajo, del tipo que sea, es la clave. Y creo que hay clichés por todas partes. Hace poco estuve en un ámbito de carácter cooperativo en el que se reúnen proyectos que suelen ser de economía social, cooperativas de todo tipo, y es gracioso cómo en las propias reuniones la palabra “horizontal” emerge como una especie de tótem incuestionable al que hay que acudir constantemente. Sin embargo, todos sabemos perfectamente que las asambleas, que supuestamente pueden ser el modelo de horizontalidad, están llenas de luchas de poder y también de falocracia. No sé qué es exactamente lo horizontal y lo vertical porque en lo horizontal a veces hay muchísimas verticalidades invisibles. Un modelo a seguir quizás sea la redistribución de liderazgos, ser capaces de identificar dentro de un grupo quién lidera según qué temas o que el liderazgo sea rotativo. El grupo siempre es más sabio que los individuos, la clave está en identificar cómo se reparte esa toma de decisiones. Si pensamos en cómo funciona la red y las representaciones gráficas que se hacen de visualización de datos, es una especie de malla multidireccional en la que se concentran ciertos focos. La descentralización no implica horizontalidad pura y dura, sino que hay polos y hay ejes, por tanto hay liderazgos. Como se ha dicho en las residencia Copylove, la autoridad se otorga, tú le otorgas autoridad a alguien porque lo ha trabajado, no se tiene per se.

S.O.: ¿Las fórmulas de co-creación artística dan resultados divergentes o tener que negociar entre pares hace llegar a producciones más consensuadas y por tanto menos radicales que las que surgen de la creación individual?

F.G.G.: En los procesos que tienden a la horizontalidad, suele importar menos el resultado, aunque el camino suele ser mucho más rico. Discutes más, te tienes que poner de acuerdo, en desacuerdo y no sabes si reforzar tu posición es egoísta o coherente con lo que piensas. Seguramente en la soledad haya mucha más libertad y en el modelo de interdependencia y de co-creación probablemente los resultados siempre sean menos eficientes, por utilizar una palabra muy fría, o menos espectaculares, pero el proceso es mucho más rico.

S.O.: ¿Qué sería una “obra de arte abierta”? ¿y una obra de arte de código abierto?

F.G.G.: En un contexto como en el que nos encontramos en el que en internet hay cada vez más publicidad disfrazada de arte, o arte disfrazado de publicidad, la clave es saber quién lo ha hecho y porqué. Eso lo determina todo. Hacer explícito por qué has hecho lo que has hecho es compartir el código fuente. Por ejemplo, “Prometeus” es un vídeo que describe el futuro de una sociedad hipertecnológica en la que todos los entes tecnológicos se fusionan y crean una especie de realidad virtual a la que la gente se puede conectar y ser quien quiera. Este vídeo se empezó a distribuir en internet y a reenviar, prácticamente nadie atendía a la fuente que había originado el vídeo. Había una página web. Entré, investigué y vi que era una agencia de publicidad. No es lo mismo saber que eso lo ha hecho un estudiante de comunicación para un trabajo de fin de carrera sobre el futuro de los medios que saber que lo ha hecho una agencia de publicidad que quiere vender la agencia. Conocer la fuente es saber porque se ha hecho lo que se ha hecho.

S.O.: ¿Valores del imaginario artístico y creativo, tales como la originalidad, la genialidad, la excepcionalidad sustentan de alguna manera la opción del copyright?

F.G.G.: Sí son valores propios del copyright y de una idea muy romántica de la autoría. Ahora se han democratizado los procesos de producción y el acceso a la tecnología. Hay un abismo entre la industria discográfica y lo poco que cuesta para un grupo de personas independientes, no vinculadas a ésta, hacer un producto de calidad probablemente superior en lo discursivo porque es más arriesgado. El hecho de haber bajado los costes de producción de cualquier obra artística, hace que nos demos cuenta de que los artistas no son seres especiales, sino que cualquiera puede hacerlo si quiere contar algo al resto. Por tanto, esos valores ya están desmontados, lo único que queda es recoger la suciedad de la industria. El famoso “everyone is an artist” de Beuys es hoy una evidencia.

S.O.: Cuando se crea una obra siempre lleva copyright. ¿Ayudaría que las producciones se entendieran como abiertas a no ser que se especificara lo contrario?

F.G.G.: Por un lado hay una creencia muy extendida que piensa que cualquiera de las licencias creative commons es alternativa al copyright, cuando en realidad ninguna obra con creative commons deja de tener copyright, sino que conviven las dos licencias. Si a un libro le pones creative commons, tienes que decir primero que es copyright y que a partir de ahí liberas ciertos derechos. Quienes escribieron las licencias creatives commons adaptaron la ley de propiedad intelectual donde lo que está vigente es el copyright. Aunque, cada vez más da lo mismo qué licencia tenga lo que sea. La gente se está saltando las barreras que imponen las licencias y no le tienen ningún respeto a la industria, no sólo para descargarse series y verlas, sino que las nuevas generaciones tienen muy asumido jugar con los medios de manera natural. Así que supongo que pasado mañana, la industria, que ya se está dando cuenta, creará mecanismos para que se pueda jugar y las películas serán creative commons. Entonces tendremos un problema porque habrá que pensar cuál es el modelo alternativo, que para nosotros era el alternativo, y cuando se institucionalice y se instaure, habrá que defender otras cuestiones. Si tuviera que arriesgarme a decir algo, diría que de las seis licencias creative commons sólo dos permiten remezcla, con lo cual me quedaría con esas dos y con el dominio público o el procomún como esta idea de bienes comunes que no están mediados. Me parece que eso es un futuro más deseable, el de escribir nuestras propias licencias, escribir la licencia copylove, si queremos, licencia para amar.

S.O.: Habéis estado investigando y experimentando con nuevos modelos y sistemas de trabajo. ¿Qué modelos os interesan y por qué?

F.G.G.: La primera premisa del modelo es poder poner el modelo en cuestión continuamente. Hemos utilizado miles de nomenclaturas: desde las más cutres y rancias tipo “departamento”, hasta otras supuestamente guays tipo “célula”. De lo que se trata es de reescribir continuamente el código de cómo trabaja el grupo. Lo que vamos a intentar por ejemplo ahora, una premisa de Copylove que a su vez viene de las prácticas feministas, es “poner la vida en el centro”. Esto implica darle mucho más valor y espacio a lo reproductivo entendido como las relaciones que nosotros construimos y compartimos, que no están mediadas por proyectos, por entregas, dinero, trabajo, etc.

S.O.: ¿El tamaño importa? F.G.G.: El tamaño siempre importa. Nosotros hemos funcionado mucho mejor cuando hemos profundizado en lo micro: micronarraciones, microrrelatos, micropolítica,. Cuando un grupo se hace excesivamente grande o la ambición crece todo se vuelve más difícil. Si tuviera que escoger, aún no sabiendo exactamente con qué me quedo de la metáfora del tamaño, diría que las cosas pequeñas y lo micro tienen más interés como foco de trabajo que las cosas grandes. Es más, nuestro festival es pequeño, una propuesta pequeña, casi es pseudo familiar. Funcionamos como en familia y acogemos a la gente y queremos que la gente se sienta tratada de manera especial. Los afectos pasan por cuidar los pequeños detalles.

S.O.: Trabajáis con experiencias de educación expandida, educación informal, talleres, residencias, laboratorios…

F.G.G.: Lo más sensato que he oído sobre educación expandida es que interesa más hacerla que hablarla. Al fin y al cabo, desbordar el modelo de conferencia es tremendamente difícil y lo considero como una práctica educativa, porque muchas clases universitarias están construidas con ese modelo de conferencia en el que una persona tiene el conocimiento y otras no lo tienen y lo reciben. Si atendemos a cómo funciona la red, que el conocimiento es multidireccional y que no hay una sola persona que sepa, entenderemos que no tiene por qué haber un conferenciante. La educación expandida puede ser como Copylove: una excusa para tratar de desmontar lo hegemónico y tratar de probar otras cosas. La educación expandida no es ninguna fórmula mágica para la educación tradicional sino que más bien es probar cosas, juegos, metodologías etc., que luego se puedan importar dentro de los contextos que ya existen, o como piensan algunos, desmantelar el sistema actual y proponer un sistema nuevo.

S.O.: Esta es la 14 edición del Festival Zemos98. Después de tanto tiempo y trabajo si miráis en perspectiva, ¿qué creéis que ha aportado el festival al contexto y qué retornos ha habido de la comunidad hacia el propio festival o hacia vosotros como equipo?

F.G.G.: El Festival Zemos98 ha sido en muchos momentos una especie de virus dentro de la ciudad de Sevilla. Éramos una rareza inclasificable por ejemplo para periodistas que no sabían dónde ubicarnos: “¿Vosotros qué hacéis, cortos, o sois una escuela de psicología, o antropólogos?”; “Ahora habláis de educación, ahora habláis de amor, ahora habláis de remezcla”. Podemos funcionar un poco como un virus, para hackear el sistema cultural, con nuestras limitaciones y problemas. Uno de los problemas que intentamos atajar es que hemos funcionado más en red con colectivos y agentes externos de Sevilla que dentro de la propia ciudad. Hemos sido vistos, y creo que en ocasiones con razón, como agentes un poco independientes de ciertas prácticas que se estaban dando dentro de la ciudad. Pero también hemos ayudado a enseñar muchas cosas de fuera que de otra manera no hubieran tenido un circuito aquí en Sevilla. Y como nos vamos a hacer mayores, pronto, tenemos que seguir en contacto con gente muy joven, para que esa gente muy joven nos eche dentro de unos años. Tendremos que dejar paso.

A Saioa le interesan esos misteriosos seres que son las personas: con sus manías, apetencias, patrones de conducta e imprevisibilidades… y sobretodo por sus maneras de relacionarse unas con otras y con el contexto en el que se mueven. En su práctica artística revuelve sobre el comportamiento grupal y a través de sus textos intenta poner en conexión los conocimientos y experiencias que va teniendo mientras husmea en esta dirección.

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"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)