close

En A*DESK llevamos desde 2002 ofreciendo contenidos en crítica y arte contemporáneo. A*DESK se ha consolidado gracias a todos los que habéis creído en el proyecto; todos los que nos habéis seguido, leído, discutido, participado y colaborado. En A*DESK colaboran y han colaborado muchas personas, con su esfuerzo y conocimiento, creyendo en el proyecto para hacerlo crecer internacionalmente. También desde A*DESK hemos generado trabajo para casi un centenar de profesionales de la cultura, desde pequeñas colaboraciones en críticas o clases hasta colaboraciones más prolongadas e intensas.

En A*DESK creemos en la necesidad de un acceso libre y universal a la cultura y al conocimiento. Y queremos seguir siendo independientes y abrirnos a más ideas y opiniones. Si crees también en A*DESK seguimos necesitándote para poder seguir adelante. Ahora puedes participar del proyecto y apoyarlo.

Entrevista a Ruben Martínez Moreno. “Si no hay demanda y fuerza social, la autogestión es como un pollo que corre sin cabeza”

Magazine

27 marzo 2017
Tema del Mes: Autogestión, DIY
ruben_copylove.jpg

Entrevista a Ruben Martínez Moreno. “Si no hay demanda y fuerza social, la autogestión es como un pollo que corre sin cabeza”

Ruben Martínez es una figura conocida en los campos de la cultura libre, las políticas culturales de base social y las investigaciones sobre economía política crítica. Cofundador de YProducciones (2003-2013), un proyecto que se dedicó a investigar sobre políticas y economías distintas para la “institución” cultural y sus elementos en la ciudad condal, cofundador de ZZZINC (2009-2014), plataforma formada por comisarios, periodistas, profesores, investigadores independientes y productores culturales con proyectos centrados en la innovación en cultura; colaborador del Free Culture Forum, impulsor del grupo de investigación colectiva “Empresas del procomún”, (Laboratorio del Procomún – Medialab Prado). Habitual de Nativa.cat, o de los añorados festivales de Zemos98 y responsable del blog leyseca.net. Actualmente, es miembro fundador de la Hidra Cooperativa, proyecto centrado en autoformación e investigación sobre economía urbana y nodo en Barcelona de la Fundación de los Comunes. Está finalizando su tesis doctoral en el Institut de Govern i Polítiques Públiques (IGOP) de la Universidad Autónoma de Barcelona, sobre la tensión entre políticas que fomentan la innovación social y procesos de gestión comunitaria.

Me gustaría recuperar este recorrido laboral tuyo, tan relacionado con la autogestión, y conectarlo con tu formación en Bellas Artes. ¿Cómo un artista deriva hacia la crítica institucional en un plano más teórico y académico, dejando de lado la práctica artística, en base o no a la práctica institucional? ¿Y qué relación tienen, si es que la hay, ambos mundos?

Poco antes de licenciarnos en Bellas Artes, un grupo de gente tuvimos la oportunidad de exponer en alguna galería más o menos reconocida de Barcelona. Vimos que ciertas cosas que queríamos hacer, en ese circuito solo se podían mostrar como acción simbólica. El artístico es un ámbito que promete cierta excepcionalidad para poder decir cosas disruptivas pero no para practicarlas. Veíamos que las formas de producción, distribución y comunicación estaban muy influenciadas por cómo funcionaba ese campo social, muy determinado por el ámbito galerístico y el mercado artístico. En aquella época estábamos engullendo los libros de Pierre Bourdieu, y era como vivir en nuestras propias carnes todas sus teorías: el campo artístico como un espacio de mutuo reconocimiento continuo entre los actores que lo forman, con una acumulación brutal de capital simbólico (legitimidad, excentricismo, dandismo) y una negación continua del capital económico. Entonces ya parecía que el dinero era el tema tabú de un espacio poblado de gente que “trabaja en precario pero se siente realizada con lo que hace”. Justo antes de montar YProducciones, la pregunta básica que nos hicimos fue ¿qué es la producción? ¿cómo se produce y qué significa producir en el ámbito artístico y cultural? Montamos unas jornadas en las que queríamos esquivar las trampas de hablar de “creación” –que sonaba muy espiritual–, y centrarnos en temas que nos parecían poco analizados en el campo cultural. Temas como el origen y las condiciones materiales de la fuerza de trabajo necesaria para poner en marcha una producción artística o cultural; qué condiciones institucionales influyen en que en una ciudad acoja unos productos culturales y se omitan otros; cuál es el circuito que tienes que recorrer para legitimarte o tener cierto capital simbólico y cómo influye tu posición social de partida. Sobre la marcha vimos que lo que estábamos haciendo no era tanto analizar qué se crea, sino las relaciones entre la economía de la ciudad y la producción cultural. Y eso, de alguna manera, fue lo que intentamos hacer con YProducciones: una crítica a la economía política de la cultura (este titulito fue el que nos regaló en su día el gran Jose Luis Brea, en un mail largo y sorprendente ya que no nos conocíamos en persona). La idea, por decirlo de otra manera, era analizar –con libros, talleres, debates– el papel de la cultura como forma de gobierno de la ciudad. Después de todo aquello y de aprender toneladas de cosas trabajando con Jaron Rowan, Clara Piazuelo, Eli Lloveras y Marc Vives, mi interés pasó de analizar bajo qué medios y en qué condiciones se produce cultura, signos, lenguaje o un imaginario urbano como el de Barcelona, a ver cómo dinámicas muy similares se estaban produciendo en espacios de cooperación, gestión comunitaria o de acción social.

En tu discurso, el marco de contexto suele ser la ciudad; y no una ciudad cualquiera. Se desliza de tu lenguaje una urbe metropolitana, con varios barrios y distritos, con una determinada escala cultural y socioeconómica, consciente de un cierto tourist appeal que le permite ensayar (y ser criticada a partir de) ciertas políticas culturales. Me pregunto, a raíz de esto, si sería posible que a nivel local o municipal se dieran las condiciones adecuadas para una voluntad de reapropiación de los recursos compartidos que podrían caracterizar un espacio autogestionado, pero que sin embargo tuvieran como objetivo un impacto internacional, una determinada competitividad artística (no digo que deba ser este el objetivo…) ¿Es posible extrapolar la idea de la autogestión a un nivel macro, dentro del ámbito cultural?

Podríamos pensar que para que instituciones de gran calado se conviertan en instituciones autogestionadas, existen dos vías: o bien se toma el Estado para cambiarlas –entendiendo el Estado no como una cosa, sino como una batalla entre intereses contrapuestos de clase– o bien la base social productiva (llámale clase obrera, precariado o clases medias en descomposición) empujan procesos de colectivización de recursos (trabajo, vivienda, comida) a través de sus propias instituciones cooperativistas. Y después de esta idea, así, un poco caricaturizada, pienso en tu última pregunta. ¿Es posible extrapolar la idea de la autogestión a un nivel macro, dentro del ámbito cultural?. Imaginemos que, a través de un concurso público (por ejemplo, para la dirección del CCCB, que debería ocurrir pronto), gana un proyecto de dirección que incluye un cambio en el gobierno de esa institución cultural, incluyendo una hoja de ruta hacia la autogestión. El tema de fondo es que, si no tienes a toda la capa funcionarial/laboral que trabaja en ese espacio convencida de que el poder centralizado de esa institución tiene que redistribuirse, difícilmente vas a conseguirlo aunque tengas el apoyo del gobierno local o, si me apuras, de todo el sector cultural. Si no hay demanda y fuerza social, la autogestión es como un pollo que corre sin cabeza, una ficción sin materia, una ideal utópico con el que puedes hacer una exposición sobre el tema y poco más. Decir que un nuevo equipo directivo va a crear una institución autogestionada es como decir que Juan Carlos I creó la democracia.

La producción cultural actual. ¿Crítica o acomodada?

La producción de signos y de patrones de vida, o lo que podríamos llamar así, en general, “cultura contemporánea”, es algo infinitamente amplio. Si alguien quiere percibir la cultura contemporánea como algo hedonista, ocioso y frívolo, que lo haga con toda libertad. Con esto quiero decir que por supuesto no pondría ninguna norma ahí. Pero si hablamos de una cierta perspectiva crítica, y sin intención de ponerme dogmático y decir “cómo se debe actuar”, de entrada echo en falta que en los circuitos formales de producción cultural se produzcan demandas que no sean gremialistas o meramente sectoriales. El campo cultural y artístico padecen de un ombliguismo crónico. Si ha habido en algún momento cultura crítica que estaba articulada, no que “hablaba de”, sino que estaba “arraigada a” ciertas demandas de la crítica social, era porque se planteaba como un instrumento o como un espacio productivo más para empujar el cambio social. “Ninguna cultura sin derechos sociales” que decían los trabajadores y trabajadoras intermitentes del espectáculo en Francia, ¿puede haber un lema más potente que ese?. En general, incluso durante y pasado el ciclo 15M, la cultura contemporánea institucional (y los actores y colectivos que la conforman) ha tendido a hablar del conflicto social como un tema, como una fuente de producción estética.

¿Puede la autogestión en el cambio artístico ayudar a conquistar derechos que van más allá del ámbito artístico?

No le daría a la autogestión la varita mágica democratizadora, pero entendida como gobierno colectivo y democrático de quienes producen, la autogestión plantea un quiebre en las relaciones de poder. En cualquier ámbito de producción/consumo lo normal es que quien produce no sea el propietario ni tenga apenas derechos sobre los medios de producción. Dicho de otra manera, lo que sostiene nuestra existencia (vivienda, comida, cuidados) está supeditado a nuestro trabajo (precario). Una vida donde trabajas de manera intermitente por proyectos, donde tienes que competir por un espacio de trabajo reducido, que te empuja al endeudamiento o que te desplaza territorialmente por no poder pagar tu alquiler, es una vida sin autonomía. Colectivizar la producción, proclamar e intentar practicar la autonomía a través de la sindicación o el cooperativismo, supone una pérdida de poder de quien lo poseía anteriormente. El poder no es un juego de suma cero –donde si yo gano, tú pierdes poder– pero se le parece mucho. Plantear la autogestión como un conflicto de poder ya deja de ser un juego retórico. El caso es que en el ámbito artístico es muy difícil encontrar prácticas de colectivización. Incluso es difícil encontrar procesos de sindicación, donde “mi problema” de precariedad no es mío, sino que es estructural y la solución pasa por construir fuerza colectiva. Es una paradoja que “la precariedad” o “la crisis” haya sido un tema recurrente en la producción artística, pero que a su vez no haya un espacio de lucha colectiva y aliada con otros procesos de sindicación social para combatir lo que está generando esa precariedad y esa crisis. Plantear la autogestión como forma de poner en conflicto las relaciones de poder podría ser una manera de volver a plantear uno de las demandas históricas: el acceso a la cultura. ¿Qué sería hoy el acceso a la cultura? ¿acaso no pasa por que las comunidades productoras puedan gobernarse, generar sus propias instituciones y colectivizar sus recursos?. Veo realmente difícil que eso pase en el ámbito artístico barcelonés. Hay más cultura del consenso que del conflicto.

¿Autogestión es o debe ser, por otro lado, independencia financiera?

Creo que no es útil medir la autonomía a partir de si recibes dinero público o no, sino por la capacidad que eso no te haga dependiente de esa institución pública y que no diluya tu verdadero objetivo. Las relaciones con instituciones siempre son complicadas, deben ser complicadas, esté quien esté en el gobierno. Recibir dinero público para hacer crítica institucional es algo que todavía asombra (y enerva) incluso a gente del propio sector cultural, pero creo que no podría haber nada más sano. En cualquier caso, no someterse pasa a veces por mantener una relación de colaboración/conflicto con la “fuente” de financiación, sea pública o privada. Un poco al revés de lo que dice el refranero: “sí morderé la mano de quien me da de comer”. Por otro lado, aunque suene contradictorio, le veo todo el sentido al tópico de que si algo se financia a largo plazo únicamente con fondos públicos, acabará perdiendo su objetivo y desactivando su autonomía. La historia de Barcelona es una muestra de cómo desactivar espacios de organización autónoma a través de forjar redes clientelares. La independencia financiera es un objetivo deseable –a través de cuotas de socios, intercooperación, rentas de trabajo, finanzas éticas– pero no creo que eso niegue que haya vías para financiarse que, en el camino, planteen contradicciones y que tal vez puedan apuntar modelos nuevos.

¿Qué te ha parecido la exposición Autogestión, actualmente en la Fundació Miró, y en cuyo catálogo colaboras con un texto?

Pues aunque haya escrito un texto para el catálogo, todavía no he ido a verla. El texto es sobre el concepto de “autogestión” no sobre las obras, así que estoy medio perdonado. En su día ya le comenté a Antonio Ortega que igual tardaba un poco en visitarla, pero no hace mucho he recibido un mail suyo para ir a verla en grupo. Pero, para mojarme: seguro sonará arrogante y poco precavido, pero por lo que he visto, creo que se van a cumplir algunas de mis sospechas. Me temo que la exposición trata la autogestión como tema y de manera bastante escurridiza. Por las obras incluidas en la exposición, parece que se tratan cuestiones como la precariedad, obras hechas con recursos limitados, acciones simbólicas de negación de la leyes fundamentales del campo artístico pero integrando la obra resultante en el propio campo. Creo que la autogestión no es eso. Creo entender cuál es el gesto que hace Antonio, pero creo que plantear la autogestión en el ámbito artístico pasa por apuntar los procesos de colectivización de los medios de producción y de control de los circuitos de difusión. Este es un anatema en el ámbito artístico. Me refiero, por ejemplo, a prácticas y experimentos como el Cinema Liberté, el cine cooperativo inglés de los años 30, Prometheus Films o producciones como “vientres helados” de Bertolt Brecht. También hay proyectos hoy como Metromuster o el Antic Teatre, que plantean una forma de producir y de tratar temas que creo son del todo coherentes. Creo que en la expo el planteamiento es más bien conceptual y lúdico, pero me callo ya porque todavía no la he visto. Es significativo que, en el programa de actividades de la exposición, hayan sesiones con experiencias de la economía social y solidaria, que poco o nada tienen que ver con el arte contemporáneo. La autogestión en los colectivos de artistas contemporáneos, se suele usar como una etapa inicial o como un trampolín para poder entrar en un circuito consolidado (en el fondo, como lo hicimos nosotros en los inicios de YProducciones). Pero procesos de colectivización, de comunalización de recursos, de autonomía frente el mercado artístico, la verdad es que no conozco.

Marina se pasó los primeros dos años de su vida sin hablar: les dijeron a sus padres que estaba interiorizando. Y aunque hace ya un tiempo que habla, sigue necesitando interiorizar. Y luego sacudir, dudar, ordenar y desordenar, celebrar. Encuentra política en muchos lugares y tiene un especial interés en lo subalterno, el «commons» y en los puntos donde todo impacta con la expresión creativa.

Media Partners:

close
close
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)