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Hormigas con lápices y piedras. Isabel Banal en Blanc sota Negre

Magazine

20 octubre 2014
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Hormigas con lápices y piedras. Isabel Banal en Blanc sota Negre


De vez en cuando – y cada vez menos – uno se cruza con cosas sorprendentes; pequeños centelleos que iluminan la perenne tiniebla de la contemporaneidad. Estos se pueden manifestar de maneras muy diversas: desde un video viral en youtube hasta un artículo en el periódico, pasando, como es el caso, por exposiciones artísticas.

Volviendo sola / con mi carga de arroz / ¡La Vía Láctea! Con este haiku de Takeshita Shizuno-jo se cierra la exposición (perdón por el spoiler) de Isabel Banal en el Arts Santa Mònica de Barcelona, (institución por otro lado, comentada en los últimos días, aunque por otros motivos). Volviendo a Banal, estos pequeños versos orientales son la piedra angular que permite entender el conjunto de la muestra – además de darle título “Vía Láctea” – y ponerla en situación dentro del ciclo Blanc sota Negre en el que se enlazan seis exposiciones consecutivas de seis artistas muy diferentes pero con un nexo muy bien definido: la mujer.

Si bien es cierto que fenómenos como Femen, colectivos como Sangre Menstrual o artistas como Deborah de Robertis han aportado repercusión mediática a una problemática antigua, la que versa entorno la invisibilidad de la mujer, también lo es que la vanguardia feminista más activa no se encuentra en consonancia con esta imagen pública. Pero, lo que se busca en este ciclo, Blanc sota Negre, y en particular con la figura de Isabel Banal, es una ruptura de tópicos, una huida del territorio hostil del debate político y social hacia un afable paraje de serenidad y tranquilidad.

El blanco como metáfora de los vacíos que se generan el mundo artístico cuando uno se refiere a las mujeres como creadoras. Este blanco, que está bajo negro en el ciclo expositivo, nos remita a aquel Inside the Visible de Catherine de Zegher, que venía acompañado del subtítulo An Elliptical Traverse of 20th Century Art in, of, and from the Feminine. De Zegher proponía un recorrido femenino a través del arte del siglo XX, que como el Guadiana, iba apareciendo y desapareciendo intermitentemente en función de las artistas citadas.

No obstante, a pesar de que Vía Láctea se encuentra claramente dentro de un ciclo creado por y sobre mujeres, se logra con éxito una normalidad muy necesaria para abordar cualquier debate, con las tensiones inherentes que éste puede suscitar, como es el del feminismo y el papel de la mujer en la sociedad. Aquí no encontraremos la dureza del discurso de la reivindicación, ni tampoco consignas en contra del falocentrismo.

Banal nació y creció en un pequeño pueblo encaramado sobre las piedras, Castellfollit de la Roca, y muy probablemente la particularidad de este lugar es lo que ha marcado profundamente su talante artístico, a medio camino entre aquello banal – valga la redundancia – y aquello transcendental: con los pies en el suelo pero la mirada siempre en el cielo, tal y como sugiere el haiku que cierra Vía Láctea.

Es en este punto medio entre aquello más transcendente y la humildad de aquello más terrenal donde se ubica la obra, una terra elevata sobre la que el espectador se tiene que inclinar para poder ver las piezas. Éstas son, al mismo tiempo, un eslabón importante de esta cadena bidireccional. Isabel Banal se agacha para crear sus obras, ya sea para coger los lápices que después indexa en su obra-archivo, como para coger piedras con el delantal, hacer un frottage de las calles de Roma o para ofrecer una miga de pan a unas hormigas trabajadoras a cambio del objeto que acarrean hasta su hormiguero.

Lejos de simbolizar un gesto de humillación o sumisión, nos encontramos con un gesto trabajador, humilde. Los lápices, los delantales, las piedras, son elementos que pertenecen a la intimidad de una artista en quien se puede reconocer una dimensión muy cercana y realista que, poniéndonos históricos, podría recordarnos a la escuela paisajística de Olot.

El terreno de juego en esta partida es la citada terra elevata, las mesas sobre las que el espectador se abalanza para contemplar el fruto del trabajo de la artista, para terminar alzando la mirada y encontrarse el haiku de Shizuno-jo. Y es que desde el punto de vista de la Via Láctea de la que hablan los versos, al fin y al cabo todos somos hormigas, hormigas trabajadoras que a toda prisa vamos de un lugar a otro y que a veces – y cada vez menos – nos dejamos sorprender por pequeños detalles que nos hacen ser conscientes de nosotros mismos en nuestra singularidad.

Jordi Garrido intenta dedicarse a la cultura. Desde su formació en historia del arte compagina sus pulsiones artísticas contemporaneas con la vertiente más histórica del oficio, formando parte del proyecto de divulgación y reconstrucción histórica Barcino Oriens.

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