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Ifema, retícula y perro

Magazine

22 febrero 2021
Tema del Mes: Imágenes de la pandemiaEditor/a Residente: Joaquín Jesús Sánchez

Ifema, retícula y perro

El domingo 1 de marzo de 2020 se clausuraba la 39ª edición de ARCOmadrid en el recinto ferial de Ifema. Había sido una edición extraña por las noticias que se recibían desde Italia, donde una extraña enfermedad llegada de China estaba causando contagios y muertes. Había sido el tema de conversación principal durante la semana escasa que dura la feria; sobre todo, comentarios irónicos sobre los italianos, que ya se sabe, y chanzas a costa del rarito de turno que, en los primeros días, osó utilizar una mascarilla. En general todos nos saludamos, besamos y abrazamos como habíamos hecho desde siempre al recibir las visitas a nuestros estands.

Apenas 15 días después se decretó el confinamiento de todo el país al tiempo que los contagios superaban los de Italia. Encerrados en nuestras casas, con dolor y miedo, en un silencio desconocido en la ciudad, sabíamos del mundo exclusivamente a través de los medios de comunicación. Y así vimos en toda la prensa nacional la fotografía del hospital de campaña que se instaló en Ifema el 23 de marzo. En poco más de 20 días, el pabellón pasó de alojar la misma feria de arte que conocíamos desde hace 40 años a producir una imagen aterradora que parecía salida de una película distópica.

«El hospital más grande España» era la frase más repetida. «Construido en tiempo récord». Primero en el pabellón 5 y luego en el 7 y el 9, esto es, los tres que precisamente venían usándose para ARCO en sus ediciones regulares o de máxima extensión. 1300 camas, 100 puestos UCI y todo ampliable por si fuera necesario más de lo que fuera. Los españoles demostrábamos nuestra capacidad organizativa para darle la vuelta a la realidad y montar un hospital donde un poco antes había arte contemporáneo, al igual que, apenas un mes antes, habíamos visto hacer a los chinos con un gesto de superioridad (cuando, obviamente, esa enfermedad era cosa de los otros, a nosotros no nos iba a pasar eso…). Ahora también nos enfrentábamos al espanto de un espacio de casi 10000 metros cuadrados y más de 10 metros de altura ocupado por camas.

La elección de Ifema se justifica por motivos evidentes: la existencia de un edificio vacío y disponible, su situación física integrada en un sistema de comunicaciones, las posibilidades funcionales de los pabellones. Así, el 7 y el 9 se prefieren a los otros por contar con canalizaciones subterráneas que permiten llevar oxígeno a cada cama. Un dato inicialmente práctico que, de repente, se llena del horror de las implicaciones. Entonces recordamos que Ifema ya había servido otras veces para dar un servicio de emergencia: cuando recibió los cuerpos recuperados del accidente del Spanair o de las víctimas de los atentados de 11-M.

Al tiempo que esta imagen, llegó la retórica propia del tiempo de guerra: batalla contra el virus, hospital de campaña, estrategia de lucha. Lo que nos estaba ocurriendo dejó de ser la vida habitual para ser lo que hay antes de la vuelta a la normalidad, que no es ni lo que era antes y ni lo de siempre. En un momento de excepción, el lenguaje deja sus usos habituales para tomar nuevos significados, pero es el recuerdo del uso anterior el que (al conectar el antes con el ahora) nos hace ser conscientes de la excepcionalidad que estamos viviendo.

El tipo de estructura al que pertenece Ifema es la creación icónica de la arquitectura del movimiento moderno. Es el llamado «contenedor»: un edifico básico, en apariencia depurado gracias al empleo del hormigón y el acero, sin elementos decorativos que lo vinculen con una sola función determinada y, por lo tanto, adaptable a cualquier finalidad. Limpieza de formas, usos infinitos. Son resultado y símbolo de la modernidad. Por lo tanto, no es de extrañar que la misma construcción sirva (pesadillas de la arquitectura tardocapitalista aparte) para un polideportivo o una biblioteca, para un aeropuerto o para un teatro. Para un recinto ferial o para un hospital. Una leyenda urbana cuenta que el edifico de la Facultad de Ciencias de la información de Madrid se proyectó inicialmente para ser una cárcel.

Rosalind Krauss escribió que la retícula es la estructura básica del arte del siglo XX. Para la crítica de arte, esta forma «[…]anuncia la voluntad de silencio del arte moderno […] su hostilidad respecto a la narración[…] vuelve la espalda a la naturaleza». Es «antinatural, antimimética, antirreal», «en la monotonía de sus coordenadas, la retícula sirve para eliminar la multiplicidad de dimensiones de lo real […]» (R. Krauss, La originalidad de la vanguardia y otros mitos modernos, 1985). Por lo tanto, no es extraño que esa formación de camas nos recordara inmediatamente a una obra de arte. Casi podría haber sido una performance a cargo de algún artista que participara en la feria. Un proyecto especial. Un evento de ARCO de los que salen en la prensa. Una de esas piezas de las que se comenta el precio o te preguntan que cómo se vende (¿una partitura? ¿instrucciones sobre papel?). De las que se afirma con seguridad que eso no es arte. Lo mismo podría haber pasado con otras de las imágenes que aparecieron en los medios en esos días. Recuerdo especialmente una fila de bombonas de oxígeno inquietantemente ordenadas.

El terror aparece en ocasiones al unir dos imágenes que no deberían estar juntas. Javier Marías lo describe en Todas las almas, cuando el personaje del cojo Alan Marriott habla de su perro, que tiene una pierna amputada y que, en su compañía, no llama tanto la atención como lo haría si caminara junto a una chica perfectamente sana. El horror, dice, depende «en buena medida de la asociación de ideas. De la conjunción de ideas. De la capacidad para unirlas. Usted puede no asociar nunca dos ideas de modo que le muestren su horror, el horror de cada una de ellas, y así no conocerlo en toda su vida. Pero también puede vivir instalado en él si tiene la mala suerte de asociar continuamente las ideas justas. Por ejemplo, esa chica que vende flores enfrente de su casa. No hay nada terrible en ella, por sí sola no puede infundir horror. Al contrario. Resulta muy atractiva. Es simpática y amable…. Pero esa chica puede infundir horror. La idea de esa chica asociada a otra idea puede infundir horror. ¿No lo cree? Aún no sabemos cuál es la idea que falta, la idea adecuada para infundírnoslo».

 

 

Joaquín García Martín, nacido en Madrid, ciudad en la que reside todavía y en la que realizó sus estudios superiores, ha colaborado con un gran número de instituciones locales dedicadas al arte contemporáneo en tareas de gestión. Después de dirigir durante años una galería ajena, decide abrir la suya propia a pesar de todo. Durante 8 años la convertirá en el lugar en el que dar lugar a las prácticas artísticas en las que cree hasta que la realidad y la pandemia le obligaron a ser más realista. Recientemente, ha decidido encauzar su practica profesional a través de la escritura y el comisariado. En ambos sectores aboga por la investigación y la difusión de las otras realidades que existen mas allá de los centros hegemónicos de pensamiento, economía, visibilidad y formas de hacer.

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