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Kraftwerk y el mestizaje disciplinar

Magazine

07 mayo 2013

Kraftwerk y el mestizaje disciplinar

Kraftwerk, “central energética” en alemán, es el nombre de un grupo de música electrónica que nació en los años 70 en Düsseldorf y cuya repercusión en la historia de la música contemporánea es ampliamente reconocida. Este junio estarán en el Sónar. Hasta aquí todo es de lo más coherente.

Lo que llama más la atención es la repercusión que han tenido en los medios expositivos tradicionales de arte: en el 2005 actuaron en la Bienal de Venecia de Arte Contemporáneo; en el 2011 en el museo Lenbachhaus de Múnich se expuso una instalación en 3D del grupo; en el 2012 tocaron durante ocho días en el MoMA una recopilación resumida de toda su carrera discográfica; en enero de este año expusieron en el museo NRW Forum Wirtschaft und Kultur de Dusseldorf, y en febrero volvieron a actuar en una retrospectiva durante ocho días en la Tate Modern. Si bien es cierto que cada vez estamos más acostumbrados a propuestas curatoriales interdisciplinares, deberíamos preguntarnos en cada caso qué criterios se han utilizado. En el caso de Kraftwerk, ¿se trata de una apertura genuina de las instituciones hacia nuevos formatos? ¿O de una aceptación puntual de un nuevo formato porque no desentona demasiado conceptualmente con lo que ya está aceptado?

Los centros de arte moderno y contemporáneo no tienen que hacer un gran esfuerzo para justificar el hecho de incluir a Kraftwerk en sus programas; está claro que su puesta en escena y sus video-clips son rompedores y no distan mucho de la estética Bauhaus o Constructivista. Pero, ¿acaso no hay numerosos grupos igualmente innovadores en su estética? Los primeros que se me ocurren son David Bowie (a quien el Victoria and Albert ya está dedicando una exposición) o Pink Floyd—. Así las cosas, no es raro ver muestras entorno la cultura musical popular en centros de arte, como la retrospectiva de la historia del jazz en el Quay Branly y en el CCCB; la obra Acid Brass, de Jeremy Deller en el Louvre o Rock’n’roll 39-59 en la Fondation Cartier pour l’Art Contemporain.

Sin embargo, éstas son una exploración de una cultura ajena al arte contemporáneo en su propio seno; una traducción o reinterpretación a través de los códigos de las instituciones del arte contemporáneo. En el caso de Kraftwerk, no hablamos de una subcultura explorada, sino de que el grupo comparte directamente algunos códigos con el arte contemporáneo.

A principios de los años 70, Kraftwerk ya incluía en su música sonidos grabados en el mundo real, como en la canción Autobahn, en la que se puede escuchar el sonido en un coche conducido por una carretera. Asimismo, fue de los primeros grupos en utilizar exclusivamente música procesada electrónicamente, y a través de las letras de sus canciones se adelantaron al reflexionar sobre el presente y el porvenir dominado por la tecnología. Los integrantes del grupo atenúan su propia presencia como músicos y como personas, y acentúan la presencia electrónica. De hecho, hace años que no conceden entrevistas como humanos, sino que envían a sus alter egos robóticos en su lugar. Las mayores fuentes de inspiración para Kraftwerk —la tecnología, la velocidad, y la monotonía en el viaje— se traducen fielmente en su sonido, igualmente monótono y cíclico. Tal vez uno de los factores que más atraigan al mundo del arte contemporáneo de este grupo es su «pseudo-anonimidad», algo parecido en los años 70-90 en música a la postfotografía actual, -generada, como explicaba Marina Vives en su artículo ‘Postfotografía y paracoleccionismo‘ en gran medida por reinserciones, dotadas de un significado distinto, de elementos (fotos, o sonidos) preexistentes-. En resumen, los códigos que Kraftwerk comparte directamente con el arte contemporáneo es que no producen música guiados simplemente por una estética determinada, sino que reflexiona sobre su propio proceso de producción, y lo hace en relación a un contexto determinado.

Que la inserción de Kraftwerk sea diferente a la de otros grupos o estilos musicales nos remite al quid de la cuestión: ¿de qué manera los programas curatoriales están incluyendo al grupo en su agenda, consiguiendo una interdisciplinaridad ya de por sí cada vez más evidente en el arte contemporáneo? El hecho de que podamos ver a nuestro grupo favorito tanto en una sala de conciertos como en un museo puede conllevar el peligro que advierte Rancière: “[la forma de la obra de arte total] tiende a ser más bien la de algunos egos artísticos sobredimensionados o una forma de hiper-activismo consumista, cuando no ambas cosas a la vez”.

Con esto, no propongo regresar a unas disciplinas segmentadas y hieráticas, pero sí que nos planteemos qué criterios se utilizan para esta clase de mezclas disciplinares en espacios expositivos tradicionales. Éstas podrían equipararse a movimientos nómadas, pues se trata de un transitar de las disciplinas, de su movilidad. Este caminar, este viaje, que es precisamente el tema principal del grupo, supone una resistencia al inmovilismo institucional. Tal vez la música de Kraftwerk nos dé algunas pistas sobre a dónde nos lleva esta interdisciplinariedad.

Raquel Machtus es nómada de nacimiento. Además de su avidez por conocer nuevos lugares del mundo, le interesa el nomadismo in situ, es decir, buscar y profundizar en las conexiones no establecidas entre los elementos de un mismo contexto. Asimismo, considera que el arte, analizado desde todas sus facetas, ofrece perspectivas muy interesantes para este nomadismo. Se propone ahondar en ellas.

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