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Soy, entre muchas otras cosas, una escritora de ficción. Y en mi última novela, Hemoderivadas imaginé la trayectoria posible de Pandora Ferreira-Bisset, una artista apócrifa, inventada, que ha trabajado con los diferentes sentidos de la sangre y del cuerpo. Su obra y vida imaginarias dieron lugar a una sátira sobre algunas tendencias del arte contemporáneo, con el fin de exponer los absurdos y los peligros inherentes a la misoginia, el esencialismo femenino y la transfobia.
Y eso fue posible gracias a la generosa invitación de diferentes artistas y comisarias, así como a las charlas y complicidades con amigas, que me incitaron a habitar algún tiempo, muy, demasiado, placentero, en esa zona liminal donde la imaginación literaria convive con lo real, lo verosímil y lo histórico. Y fue esa misma pulsión lúdica la que me motivó a preguntarles cómo se relaciona, transmuta e interpela la ficción como reverso y anverso del arte a Emilia Casiva, Anaïs Senli, Verónica Lehner y Raisa Maudit.
Así fue cómo me enteré que la parodia y el humor en la obra de Sofia Torres Kosiba dieron vida a una filiación patricia ficticia. De acuerdo con la mirada de Emilia Casiva en Family Game: entre la imaginación especulativa y la alucinación histórica, donde la distancia entre la contemplación del crítico y la obra implosiona. Y ambas devienen una sola voz. Una que desata “lo real”: la familia inventada, la genealogía apócrifa, la aspiracionalidad desnuda, porque como ensaya Casiva:
«Las artes performáticas implican inventos de realidad. Pero el arte no es mera ilusión, sino la elaboración matérica de una fantasía puesta en el mundo».
¿Quién no querría reinventarse una y otra y otra vez a través del arte y la ficción? En esa voluntad desatada la familia, esa institución atávica y primitiva, se asume como entidad inventada, confeccionada, reapropiada. Un lugar imaginario donde ensayar formas elásticas de una comunidad de sentido que se amplía, más allá de los determinismos biológicos, genéticos o antropocéntricos.
Ese es el camino que tomó Anaïs Senli para indagar en la líquidez que nos configura y nos une en una masa indivisible. Un continuum de fluidos, la comunidad primaria en el origen de la vida sobre el polvo de este planeta. Somos agua y somos vida, somos la materia indivisible, señalada por la Línea Fusca. Como una línea ecuatorial, esa raya vertical y oscura que emerge en el abdomen alrededor del segundo trimestre de embarazo deviene la línea del horizonte, la referencia geográfica en medio de la confusión hormonal. En ese movimiento ondulante, calmo pero incisivo, espoleado por las dudas y los cuestionamientos que trascienden el excepcionalismo humano, Senli articula su testimonio personal sobre la maternidad:
“Toda el agua de la Tierra es extraterrestre, es la segunda molécula más común del Universo. Nuestro sistema solar se ahoga en aguas amnióticas. ¿Acaso es la Vía Láctea un útero estelar que gesta nuevos tipos de vida plural? Tu existencia hace vacilar mi visión de la palabra «yo». Pero, ¿acaso sabía a qué me refería al decir «yo» antes de ti? ¿Soy realmente un ser independiente y autónomo como me habían dicho? ¿O soy más bien un ecosistema que depende de manera radical de todos y todo lo que me rodea?”
De las artes performáticas como “inventos de realidad” en Sofía Torres Kosiba, en la voz de su doble, comprimida y paronomásica, Emilia Casiva, a la autocienciaficción para dar sentido a la maternidad en Anaïs Senli, otros géneros, otros recursos, otros dispositivos y artefactos auspician ese lugar lúdico donde el arte y la ficción mutan, se imitan y se transforman.
Un espacio de juegos donde también conviven el agua, la piedra, el acrílico, la cerámica y la lava, la sangre, la materia “vibrante” en las obras de las artistas Verónica Lehner y Raisa Maudit.
En esos elementos bióticos y abióticos ocurre un estado de movimiento o transformación según Verónica Lehner y sus Ejercicios de complicidad o la obstinación de lo mutable. Así es como asistimos a una exploración fragmentaria que provoca un extrañamiento, una desestabilización, en las certeras palabras de Jane Bennett (2022):
«Volveré una y otra vez sobre las figuras de la “vida” y la “materia”, desestabilizándolas hasta que empiecen a parecer extrañas, más o menos como el modo en que una palabra habitual puede, al ser repetida, convertirse en un sonido extraño y sin sentido. En el espacio abierto por este extrañamiento puede comenzar a tomar forma una materialidad vital».
De esta manera, un misterio se desenvuelve ante una complicidad infantil, ingenua, por la cual las cosas animadas dejan de ser solo objetos pasivos. Más allá del animismo, el panteísmo y los límites de las categorías antropológicas, y más acá de especulación propia de la exobiología, Verónica Lehner comparte su sorpresa y admiración ante esos fenómenos:
“La materia se muestra como algo no terminado, algo que permanece en continuo proceso sin dirigirse hacia una forma final, algo que se mantiene en un perpetuo estado de volverse algo”.
Ecfrasis, en su sentido etimológico original significaba “dar vida a un objeto inanimado” y en la actualidad, expresa la representación verbal o escrita de una imagen visual. Sin embargo, en Del Transformismo a la Transformación: la Furia, la Sangre y la Lava de Raisa Maudit, esa figura retórica encarna un oscuro origen mitológico. Perdido entre taxonomías lingüísticas zombies que renacen y mutan entre las palabras y las cosas, así es como ese recurso adquiere una vitalidad nueva, dando voz a la furia, la lava y la sangre que nos interpelan y nos intimidan con su omnipresencia y su continua mutación:
«A ti que lees esto sin saber qué estabas leyendo, ya te advertimos: aquí se contiene el sentido de todo lo que hemos sido y seremos, de todo lo que hacemos en todos los planos. En estas líneas se esconden muchos procesos y referentes no citados —porque aquí hay sabiduría e inteligencia a perdición–desde la filosofía, la ciencia, la teología, la música, la literatura, el arte, y sobre todo un Transformismo que se ha convertido en Transformación. Está en tus manos decodificarlo. Si antes nos temían, ahora témannos de verdad».
De la genealogía inventada a la ciencia ficción y la especulación autobiográfica, pasando por los nuevos materialismos y las nuevas ontologías, en todas estas autoras y artistas, aflora una voluntad de multiplicidad. Una capacidad mediúmnica para encarnar preguntas más allá del yo o como una negación del mismo. Porque cómo aseverala escritora Betina Gonzalez (2021) sobre el corazón secreto de la escritura y la fuerza liberadora de la imaginación (y, agregaría yo, del arte):
“En toda escritura de ficción hay una negación del yo o al menos un retiramiento. Escribir es salirse de sí, desubicarse. Excluirse. La pulsión a inventar es la de ser otros, la ambición de ser múltiple».
En esa “desubicación” para crear lo otro, aunque no necesariamente humano o familiar, consiste la pulsión lúdica por la multiplicidad en que se basan las reglas del juego de estas cuatro voces. Es esa ambición de ser múltiple que late en los textos de Emilia Casiva, Anaïs Senli, Verónica Lehner y Raisa Maudit, la que acuna los diálogos infinitos, mutables, en constante transición, entre el arte y la ficción.
Bibliografía citada:
Bennett, Jane (2022). Materia vibrante. Una ecología política de las cosas. Traducción de Maximiliano Gonnet. Editorial Caja Negra, Buenos Aires, Argentina.
González, Betina (2021). La obligación de ser genial. Editorial Gog y Magog. Buenos Aires, Argentina.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)