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¿Cuánta belleza encontramos en las mujeres de la imagen?[1] ¿Y cuantos defectos? Estas dos Influencers americanas no representan el ideal de belleza estándar, sin embargo, tienen miles de seguidores que las admiran por sus cuerpo sin retocar.
La pauta de belleza contemporánea es la de lo “fit”: la salud y el ejercicio. La delgadez vende, los cuerpos fibrados producen mayor aspiracionalidad y deseo que los gruesos. El sobrepeso es considerado una enfermedad que sufren personas vagas, descuidadas o con baja autoestima (aunque no en todos los casos es así) y cuyo tratamiento pasa por el gimnasio o el quirófano. Nadie quiere esa vida angustiosa para sí mismo; una vida en la que cualquier elemento que te rodea, personas u objetos, te recuerdan que no encajas. Nuestra sociedad tiende a la lipofobia, es decir, siente terror por las grasas y, por ende, es también gordofóbica. No queremos estar gordos ni vernos rodeados de ellos porque despiertan en nosotros esa mirada de rechazo. Se produce aquí una contradicción porque, aunque se promueve la vida saludable, la población es cada día más obesa. Los estudios en relación con el sobrepeso y la obesidad así lo confirman: en España más del 20% de los niños tiene sobrepeso,[2] y la cifra entre adultos es de casi el 40% en todo el mundo.[3] La mala alimentación, el estrés o los bajos ingresos conducen a tal situación.
¿Qué clase de sociedad promueve un canon totalmente opuesto al devenir de sus habitantes? Como apunta Gilles Lipovetsky en su libro Los tiempos Hipermodernos,[4] nuestro contexto es el de la “hipermodernidad”, compuesto por individuos cada vez más ansiosos, que quieren más y más rápido, tecnológicamente atontados, globales, individualistas y narcisistas. Todos somos un conglomerado de estos atributos y nos movemos según los dictados de la masa, como señala Byung-Chul Han en La expulsión de lo distinto.[5] Lo diferente es cada vez menos aceptado; aquel que no comparte nuestros gustos es percibido como indeseable y, por tanto, rechazado. Según Han, estamos enfermos de nosotros mismos, de ver extensiones de nuestra personalidad por todas partes, de aspirar a ser igual que el resto, y ellos iguales a nosotros. Ese “algo nuevo” que nos aportan otros con sus diferencias se pierde en favor de la homogeneidad. Así es como define este autor nuestras relaciones en las redes sociales.
Un canon estético severo orientado a lo fit, una sociedad cada vez más ansiosa y un corpus social más homogéneo, dan como resultado a individuos que, comprimidos por estas tres esferas, se sienten imperfectos, defectuosos, juzgados e infelices y que, además, son cada vez menos permeables.
La moda juega un papel fundamental en la conformación de la personalidad del individuo y su rol social dentro de una comunidad, pero a día de hoy ese papel se torna enfermizo: es la causante de frustración física, separa económicamente por sectores de población y clase; crea y destruye muchos de nuestros deseos…Esto se produce por diversos motivos:
En primer lugar, es el sector que impone las normas estéticas más absurdas y cambiantes, manteniendo en movimiento la rueda del consumismo. Como consecuencia se introducen en el armario prendas de manera ininterrumpida aunque no se necesiten, porque comprar crea una falsa sensación de felicidad y de actualidad. Parece no importar la cantidad de contaminación que se añade al planeta cuando se compra cualquier prenda o las condiciones infrahumanas en las viven las personas que la han confeccionado. En los talleres de confección masificados, para coser una camiseta sencilla que se puede tardar una media hora a lo sumo, se suelen cobrar unos 0,50 euros más o menos (la hora se pagaría a 1 euro). Si tenemos en cuenta que las grandes cadenas de ropa venden camisetas a 3, 4 o 5 euros (entre los que hay que contar la creación del tejido, el corte de la prenda, el planchado, la sublimación si la lleva, el etiquetado y los beneficios de la empresa), el salario que percibe un trabajador de la confección es irrisorio. De hecho, los salarios son minúsculos en todo el proceso de producción de la moda, de lo contrario no sería tan rentable. Hemos devaluado la ropa a tal nivel que no sabemos apreciar el esfuerzo que conlleva poner una prenda en el mercado y todos los agentes que intervienen en este proceso.
En segundo lugar, encontramos la cuestión de las tallas. El tallaje que nos ofrece el mercado no es adecuado para todas las siluetas. El sistema de tallas con el que convivimos en Europa es el resultado de una equivalencia proporcional entre el contorno de pecho, de cintura y de cadera. La referencia sigue siendo, muy a nuestro pesar el 90-60-90 de Marilyn Monroe. Aunque, si miramos a países como China o los EEUU, la situación es muy distinta. La silueta de la mujer media en el país asiático es la de pechos pequeños, caderas estrechas y de baja estatura. Mientras que en el gigante americano, las mujeres tienen más curvas.
Actualmente en una talla 38, que es la base para nuestro sistema, las medidas suelen ser 88-70-94, pero en pocas mujeres se cumple esta proporción. Las particularidades de cada cuerpo no están contempladas aquí, por eso muchas veces tenemos que comprar tallas diferentes para una misma prenda. Existen dos inclinaciones para solventar esta problemática: Por una parte, estandarizar más las tallas añadiendo intermedias. Normalmente el salto de una talla a otra es de dos centímetros, es decir, el contorno de pecho es de 88cm para la talla 38 y de 90cm para la talla 40. Esta primera tendencia aboga por realizar la talla 38 (88cm), la 39 (89cm) y la 40 (90cm). En mi opinión, no es una solución válida porque perpetúa el sistema actual; las empresas seguirán trabajando con sus medidas estandarizadas aunque más fragmentadas, y lo único que conseguirán será que asociemos el volumen de nuestro cuerpo a un número o a otro.
La otra opción es opuesta: la customización de tallas.[6] Por medio de un escáner, se digitaliza el cuerpo para extraer patrones personalizados y crear ropa a medida, evitando así la tortura del tallaje industrial. Es una solución brillante pero no responde a la infraestructura de la moda actual. La customización es cara, mientas que la estandarización cubre una porción mayor de población y, por tanto, da más dinero.
En tercer lugar, encontramos el destino físico o virtual de las prendas. No todas las marcas que son económicamente asequibles hacen tallas grandes, pero quienes las fabrican fomentan la gordofobia. Un ejemplo es Violeta by Mango: un espacio físico distinto y prendas diferentes para gente que tiene tallas grandes. Es un caso de discriminación evidente. Si eres gorda, no puedes comprar en las tiendas de Mango, sino en las de Violeta, que es lo mismo, pero no… De esta manera, una clienta habitual de Mango no tiene motivos para ofenderse viendo cómo una chica gorda compra el mismo vestido que ella.
Un segundo ejemplo sería H&M, que dentro de sus establecimientos tiene una sección de tallas grandes en las que también existe ropa distinta. Si tienes una talla grande, parece que estás destinada a llevar un saco. La mayor parte de chicas de talla grande se queja de este hecho.[7] El tercer ejemplo es Kiabi, la marca distribuyó su tienda del centro de Barcelona colocando las tallas grandes en la planta superior, pero tuvo que redistribuir dicho espacio porque las mujeres no subían a comprar ropa. Cuando entras a una tienda quieres comprar prendas, no sentirte discriminada. Y el cuarto ejemplo es Asos. En esta plataforma digital existen prendas fabricadas en muchas tallas, pero cuando entras en su web, de la misma manera, la ropa de tallas grandes está en la sección Curvy. Cabría preguntarse pues, ¿qué está haciendo la industria de la moda por fomentar la no discriminación? O más aún: ¿Qué está haciendo el diseño, si en lugar de prendas que sienten bien a esas mujeres de tallas grandes, crean sacos para esconder sus “defectos”?
Un cuarto motivo de porqué la moda genera enfermedad social es el espectáculo. En los últimos han aparecido mujeres de talla grande en la pasarela, modelos Curvy que, como la de Ashley Graham, tienen una talla 44. Se considera Curvy aquella mujer con más de 95cm de contorno de pecho (más de la mitad de la población) o más de 100cm de cadera. Asimismo, son Curvy las mujeres cuya talla es superior a la 42; pero las prendas más vendidas en nuestro país son de la talla 44.[8] Entonces, ¿por qué la 38 es la talla de referencia? Poner a mujeres de talla grande en las pasarelas es positivo porque permite visibilizar la problemática sobre los prejuicios que tenemos hacia las personas a las que consideramos gordas. Pero a nivel de cambio real, su efecto es anecdótico. Existen muchas iniciativas orientadas a fomentar este cambio, como el Body Positive, un movimiento promovido en redes por mujeres que pretenden romper esa barrera de la gordofobia mostrando sus cuerpos al desnudo, desde el amor propio, la dignidad y la demanda de respecto. Este proyecto, además de muchas críticas ha traído consigo un nuevo debate: ¿se trata de empoderar a la mujer o de una normalización del sobrepeso?
Hace algunos meses, la marca Nike colocó en una de sus tiendas de Londres un maniquí de tallas grandes y la explosión de comentarios gordofóbicos en redes no se hizo esperar. Parece ser que las personas de talla grande no tienen derecho a poderse un top o unos leggins. En ambos casos la respuesta es negativa: si empoderamos a la mujer, mal; si normalizamos el sobrepeso, peor. Sería necesario replantearse la idea de cuerpo que hemos construido. En este sentido, la diseñadora de moda Rei Kawakubo creó una colección llamada «Lumps and Bumps» en la que planteaba este tipo de cuestiones. Desarrolló prendas con bultos para proyectar una sensación de extrañeza y hacernos reflexionar sobre el cuerpo como figura dinámica que varía con el paso del tiempo y que está sujeta a los caprichos de la naturaleza.
Y finalmente, como diseñadora y patronista de tallas grandes que soy, me indignan los comentarios sobre aquellas partes del cuerpo que las personas gordas deben ocultar porque son consideradas motivo de vergüenza: la parte inferior de los brazos, las rodillas e incluso el escote. Por ello, los patrones de tallas grandes tienen características propias: unas sisas que impidan que la chicha asome por ningún lado, vestidos con un largo mínimo que tape las rodillas, la cintura holgada, etc. La libertad que tiene cualquier persona para vestir como quiera no se aplica aquí por la obligación moral de aparecer correctamente ante una sociedad a la que no le gustan las rodillas arrugadas. No es una decisión propia, sino impuesta y termina conformando inseguridades personales. Cierto es que, desde que las mujeres hemos emprendido la lucha por nuestros derechos, nos hemos liberado de muchos tabúes estéticos que hace diez años serían impensables, como por ejemplo el del bello corporal. Pero hasta que no nos liberemos de los prejuicios que hemos ido asumiendo sobre nuestras iguales y sobre nuestros propios cuerpos, existirá la discriminación gordofóbica. Hasta que no entendamos que cada una es libre de vestir como quiera y de enseñar lo que quiera, de estar orgullosa de su barriga o de sus rodillas sin que el resto tengamos derecho a despreciar, no conseguiremos avanzar como sociedad. No hay nada más natural que el tiempo, y a medida que pase, a todas se nos arrugarán las rodillas.
[3] Datos extraídos de la web de la OMS
[4] LIPOVETSKY, G (2006). Los tiempos Hipermodernos. Barcelona: Anagrama.
[5] HAN, Byung-Chul (2017): La expulsión de lo distinto. Barcelona: Herder.
[7] Recomiendo visitar los siguientes enlaces: https://www.abc.es/estilo/moda/abci-peticion-viral-inditex-para-aumente-tallas-favor-amancio-tengo-culo-grande-201804161832_noticia.html o https://elpais.com/elpais/2018/01/12/eps/1515778670_826006.html
[8] https://www.lavanguardia.com/de-moda/moda/20140804/54412745690/talla-44-mas-vendida-espana.html
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