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La paradoja de la cultura libre 2/2

Magazine

09 febrero 2013
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La paradoja de la cultura libre 2/2

En mi entrada anterior, analizaba las reticencias que las licencias Creative Commons de uso no comercial (NC) despiertan en algunos sectores de la llamada “cultura libre”. Argumentaba que tales reticencias delatan un desinterés por establecer distinciones entre dos lógicas económicas distintas: la comercial, basada explícitamente en los intercambios mercantiles, y la del don, sustentada en la generosidad y el altruismo. En el fondo, esta actitud pone en evidencia una falta de voluntad por comprender las motivaciones que impulsan los actos creativos.

Posiblemente, este desinterés por las motivaciones de la creación tenga su explicación en la actitud utilitarista que, al menos en parte, ha animado a la cultura libre desde su gestación. Es bien sabido que el nacimiento y la consolidación de esta tendencia social han estado muy vinculados al movimiento del software libre, surgido en las últimas décadas del siglo pasado. Y no es de extrañar que la cultura libre goce de tanto predicamento entre los programadores. Las licencias libres del tipo GNU GPL se han convertido en un factor que ha permitido crear ricos ecosistemas en los que desarrolladores y empresas grandes y pequeñas colaboran de una manera más o menos informal en la escritura y el perfeccionamiento del código de software.

En efecto, la posibilidad de utilizar, estudiar, distribuir y mejorar programas informáticos inherentes al software libre no solo ha permitido desarrollar con éxito proyectos de valor excepcional para el mundo digital, sino que, a menudo, ha creado entornos de colaboración muy provechosos para quienes participan en ellos. Precisamente, una de las razones que explican la consolidación de las comunidades del software libre radica en su capacidad de generar beneficios para sus participantes, al margen del reconocimiento y la satisfacción vinculados a los comportamientos altruistas. En realidad, el éxito de muchos proyectos basados en este tipo de software está en el hecho de que resulta más beneficioso mantener el código libre que hacerlo privativo.

Cito un fragmento de Remix, de Lawrence Lessig:

“[…] hay múltiples razones para creer que las características específicas del software libre determinan que sea razonable mantener libre su código –por ejemplo, los costes de sincronización de una versión privada a menudo exceden abrumadoramente cualquier beneficio derivado de mantener el código privado. IBM, por ejemplo, era libre de tomar el servidor Apache y construir una versión privada que comercializar con su marca, sin publicar a su vez las mejoras introducidas en el código. Pero IBM solo habría adquirido ese beneficio en la medida en que continuara actualizando su código para reflejar los cambios realizados en la versión pública de Apache. En un primer momento (cuando la base de código está próxima a su origen), esa actualización no es demasiado complicada; pero con el paso del tiempo (a medida que las bases de código divergen), resulta cada vez más costoso mantener el código privado. Por consiguiente, la estrategia puramente racional para este tipo de creatividad es la de innovar en el seno del procomún, pues el coste de innovar de forma privada sobrepasa sus beneficios.”

La complejidad de los proyectos de software libre –que a menudo requieren del trabajo recurrente de grandes equipos de colaboradores– resulta un buen incentivo para preservar celosamente su carácter abierto. Más allá de toda voluntad altruista, el código se mantiene libre, porque, desde múltiples perspectivas, resulta rentable que permanezca así. Sin embargo, no está tan claro que las normas imperantes en el software libre puedan resultar siempre tan beneficiosas para creaciones cuya naturaleza difiere notoriamente de la de los programas informáticos.

A primera vista, los defensores de la cultura libre cuentan con un magnífico ejemplo para demostrar que es posible trasladar el modelo del software libre a los proyectos editoriales: la Wikipedia. Y es cierto. La enciclopedia colaborativa fundada por Jimmy Wales pone de manifiesto que la apertura y la libertad de distribución pueden, en determinados casos, generar las condiciones adecuadas para garantizar el éxito de proyectos fundamentalmente textuales. La Wikipedia, cuyos contenidos se distribuyen bajo las condiciones de la licencia Creative Commons BY-SA y de la GNU Free Documentation License, consideradas genuinamente libres, ha demostrado que las multitudes organizadas de manera más o menos informal pueden dar forma a creaciones de gran complejidad y de extraordinaria relevancia social.

Ahora bien, el hecho de que la Wikipedia sea exitosa en sí misma y de que se haya convertido en un extraordinario referente cultural, no implica necesariamente que los individuos que colaboran en ella se vean debidamente recompensados por la labor que realizan. Estudios de autores como Joaquín Rodríguez y Felipe Ortega demuestran que el modelo de funcionamiento de la célebre enciclopedia digital se fundamenta en una alta tasa de reposición de los colaboradores, que suelen implicarse en el proyecto solo de una manera transitoria. De hecho, el periodo medio de participación activa de una persona en el proyecto se sitúa alrededor de los 200 días. Y pese a que la Wikipedia ha creado un sistema de premios y reconocimientos destinado a otorgar capital simbólico a sus colaboradores más destacados, lo cierto es que el compromiso de los autores y editores suele ser efímero. Muy probablemente, esto se deba a la incapacidad de la enciclopedia libre para otorgar a sus colaboradores unas recompensas lo suficientemente atractivas como para sellar su fidelidad a largo plazo. Tal como afirman Rodríguez y Ortega en El potlach digital:

“Entre los wikipedistas el reconocimiento simbólico de los otros implicados es el único capital que puede esperarse y su acumulación no desemboca en ninguna otra forma de transferencia o acumulación, de manera que no puede constituirse en un fundamento imperecedero de dedicación, porque no está vinculado a recursos materiales adicionales o a investiduras que proporcionen mayor poderío o jurisdicción.”

No deja de resultar irónico que el ejemplo más exitoso de cultura libre sea incapaz de garantizar el compromiso duradero de sus colaboradores (incluyendo a los más comprometidos). Y probablemente, aquí se encuentre uno de los puntos débiles de la filosofía de lo libre aplicada a la cultura: las dificultades que encuentra a la hora de ofrecer un modelo de creación adaptado a economía mercantil, con un sistema de recompensas susceptible de trascender el mero reconocimiento simbólico. Su talón de Aquiles es la incapacidad para premiar el esfuerzo con estímulos materiales, pese a su voluntad de inscribirse en la economía comercial.

Tal como hemos apuntado más arriba, el software libre tiene una vertiente utilitaria, fundamentada en su capacidad para generar productos susceptibles de explotarse comercialmente. A menudo, los desarrolladores y empresas que participan en la creación de software libre lo hacen con la convicción de que lograrán rentabilizar su trabajo mediante la prestación de servicios vinculados a los programas y plataformas que han ayudado a desarrollar. Al final, la posibilidad de obtener un beneficio económico de su trabajo se convierte en un estímulo que les lleva a seguir colaborando con los otros miembros de la comunidad.

Sin embargo, en el mundo de la cultura, las cosas no suelen ser así, al menos por ahora, pues la mayoría de los creadores que trabajan con licencias libres (las que permiten la reutilización comercial de sus creaciones) no suelen obtener una compensación económica proporcional al esfuerzo y a las habilidades invertidas para llevar a cabo sus realizaciones. En la práctica, la traslación de la lógica del software libre al mundo de la cultura ha mostrado una capacidad limitada para crear proyectos económicamente sostenibles a largo plazo.

Y aquí tenemos la paradoja de la cultura libre. Dadas sus dificultades para ofrecer recompensas que trasciendan el mero reconocimiento simbólico, pone en cuestión uno de sus principales objetivos: convertirse en instrumento de estímulo de la creación. Curiosamente, el uso de las licencias no restrictivas puede tener el efecto contrario al deseado. En primer lugar, la incapacidad de la cultura libre para servir a su finalidad utilitaria puede llevar a muchos a individuos y colectivos a abandonar la labor creativa, al no conseguir que esta sea rentable.

Pero lo que es peor: la eliminación de las restricciones de distribución que propone la cultura libre puede inhibir el trabajo de las personas que se sienten cómodas operando en la economía del don. Sin la posibilidad de elegir el tipo de uso que desean otorgar a sus obras y de hacer evidentes las motivaciones y los fines que orientan su labor productiva, es muy probable que muchos creadores optasen por dejar de trabajar en proyectos culturales. Por razones diversas, hay individuos que consideran importante trazar una distinción entre dos realidades económicas dotadas de lógicas distintas. Si se les impidiera hacer explícito cuándo quieren operar en una y cuándo desean hacerlo en la otra, probablemente preferirían abandonar la creación. Nos encontraríamos así ante una nueva variante de la tragedia de los comunes, esta vez desencadenada no por intereses particulares sino por una interpretación dogmática de la cultura de la compartición.

Eduardo Pérez Soler piensa que el arte –como Buda– ha muerto, aunque su sombra aún se proyecta sobre la cueva. Sin embargo, este hecho lamentable no le impide seguir reflexionando, debatiendo y escribiendo sobre las más distintas formas de creación.

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