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La paradoja de la cultura libre 1/2

Magazine

08 febrero 2013
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La paradoja de la cultura libre 1/2

Suelo publicar mis artículos bajo una licencia Creative Commons BY NC ND, que, entre otras cosas, impide la redifusión comercial de mis textos. Así lo hago, por ejemplo, en mi blog y en algunas publicaciones en las que colaboro, como es el caso de A*DESK. Sin embargo, no faltan quienes me critican por difundir mis escritos bajo licencias sujetas a cláusulas restrictivas. Lo hacen con el argumento de que, al impedir la reutilización comercial de mis artículos, estoy atentando contra la cultura libre en su sentido más genuino, pues, de alguna manera, estoy poniendo obstáculos a la realización de esa utopía en la que el saber circulará sin traba ninguna. Mis críticos, entre los que se cuentan algunos buenos amigo míos, no acaban de entender mi negativa a permitir que, de entrada, alguien pueda obtener un beneficio económico de los contenidos que he decidido publicar bajo la protección de una licencia Creative Commons sin derecho a usos comerciales. Ellos afirman que, si verdaderamente deseo que mis creaciones circulen, lo que debería hacer es publicarlas con licencias no restrictivas –de los tipos BY o BY SA–, reconocidas como verdaderamente propias de la “cultura libre”.

Como muchos otros creadores, tengo mis razones para no hacerlo. Y a continuación, expondré algunas de ellas.

Cuando alguien publica una obra intelectual con una licencia que facilita su distribución, pero que impide su uso comercial, está asumiendo una postura clara: en última instancia, está declarando que dicha obra se inserta en una economía del don y no en una mercantil. Lo que busca el creador es ofrecer el resultado de su trabajo a la comunidad, asegurándose de que este podrá ser utilizado y compartido sin que nadie intente obtener un provecho económico de él. Entendida de esta forma, la creación se convierte en una especie de obsequio que puede ser utilizado por cualquier persona, siempre y cuando esta se abstenga de lucrarse con él. Tal como afirma Lawrence Lessig, a partir de una cita de Lydia Pallas Loren, en Remix:

“Un instrumento como la licencia «no comercial» de Creative Commons habilita a un artista a declarar «toma mi obra y compártela libremente. Deja que forme parte de la economía de compartición. Pero si quieres transferirla a la economía comercial, debes consultarme primero y, dependiendo de la oferta, aceptaré o no».

Esta clase de señales promueve que otros creadores participen en la economía de compartición, dándoles confianza en que su aportación no se usará con fines incoherentes con ella. Con ello se fomenta esta forma de economía del don –no mediante el menosprecio o la denigración de la economía comercial, sino simplemente reconociendo lo obvio: que los humanos actúan con motivaciones diferentes, y que la basada en dar merece tanto respeto como la basada en recibir.”

En última instancia, al distribuir una obra con una licencia “no comercial”, el creador está trazando una distinción entre dos economías que funcionan con sus propias reglas, motivaciones y recompensas. Es una distinción semejante a la que hacemos cuando, en determinadas ocasiones, optamos por realizar de una manera altruista acciones que en otras circunstancias haríamos esperando una retribución económica. Seguramente, a un cocinero profesional difícilmente se le ocurriría cobrarle a su hijos por prepararles la cena, de la misma manera que (casi) ninguno de nosotros esperaría recibir una compensación económica por ayudar a un amigo extranjero a redactar una carta en nuestra lengua materna.

Cuando realizamos un trabajo remunerado, sabemos que estamos actuando en una economía comercial y entendemos que nuestra recompensa será el pago que recibamos por nuestro esfuerzo. En cambio, cuando realizamos una tarea sin esperar dinero a cambio, nos situamos en una lógica económica diferente, sustentada en motivaciones variadas: el altruismo, los afectos, la necesidad de mantener los vínculos de solidaridad o la búsqueda de reputación, entre otras. Se trata de una lógica económica que engloba prácticas que irían desde ayudar a cambiar una bombilla a un vecino hasta escribir código para un programa de software libre o redactar una entrada de la Wikipedia.

Quienes en nombre de la cultura libre critican las licencias Creative Commons de uso no comercial parecen ignorar el valor que posee la posibilidad de elegir entre lógicas económicas distintas. Asumiendo una actitud en la que el idealismo libertario y el pragmatismo descarnado terminan confundiéndose, los defensores más radicales de la cultura libre niegan al creador la capacidad de ejercer un control sobre los fines para los que se utilizará su trabajo, y de hacer explícitas las intenciones que impulsan su labor productiva. A fin de cuentas, si se niega a los agentes culturales la posibilidad de elegir el sistema económico en el que desean inscribir sus obras, se está cercenando su capacidad para decidir sobre la dimensión moral de su trabajo creativo.

Es probable que este desinterés por las motivaciones morales de la creación se deba al utilitarismo que, al menos en parte, ha animado a la cultura libre desde su orígenes. Se trata de un asunto digno de reflexión, sobre el que trataré en mi próxima entrada.

Eduardo Pérez Soler piensa que el arte –como Buda– ha muerto, aunque su sombra aún se proyecta sobre la cueva. Sin embargo, este hecho lamentable no le impide seguir reflexionando, debatiendo y escribiendo sobre las más distintas formas de creación.

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