La vida sin pedestal

Este editorial pretende una aproximación critica a la idea de monumento. Hace tan solo un año, occidente veía como el asesinato de George Floyd desataba una serie de reacciones y movilizaciones. Entre ellas, se arrancaban de sus pedestales varias estatuas representativas de la fuerza colonialista occidental. La iconoclastia (entendida como la contestación a las imágenes) se ha mostrado importante para entender nuestro presente. Pero más allá del análisis de la violencia contra las imágenes, se ha mostrado imprescindible reconocer y tomar responsabilidades respecto a que es lo que motiva estas reacciones. Aquí, no me refiero únicamente a las reacciones de rechazo y contestación que provocan estos monumentos, sino a las reacciones de defensa que estos mismos ataques provocan. ¿Porqué despierta tanta indignación que estas piezas sean retiradas, cuando es evidente que el reparto social no es ecuanime?

Por mucho que cueste admitirlo, los monumentos movilizan una serie de narrativas que se entrelazan con nuestros pasados, y que determinan la manera en la que recordamos la historia. La misma naturaleza del medio, la piedra o el hierro, indica que buscan resistir, perdurar en el futuro. Hay quienes aun piensan que la conmemoración es su único objetivo, pero su intención es arrastrar el control del privilegio a lo largo del tiempo.

La piedra y el hierro adquieren una cualidad casi divina cuando pasan a ser monumentos. Se transforman en incontestables porque la identidad nacional toma cuerpo en ellos. De esta manera, nos zafamos de toda responsabilidad respecto de lo representado. ¡Como si no estuviéramos al mando de lo que decidimos alabar! Como si no estuviéramos en control de nuestra propia identidad, por muy nacional que sea. La historia está muy lejos de ser incontestable. Está escrita y ejecutada por manos humanas, y es nuestra responsabilidad considerar críticamente el espacio que le otorgamos a los hechos, y a la manera en que estos se recuerdan.

Las imágenes construyen sociedad porque afectan a como nos entendemos como miembros integrantes de la esfera social, y por eso, es también nuestra responsabilidad deconstruir ese arraigo emocional, y tomar un posicionamiento crítico respecto de las imágenes que habitan nuestras calles. Todos los textos que conforman este editorial encuentran acuerdo en afirmar que la solución pasa por recordar de otra manera.

Mikel Herran escribe sobre el reciente derribo de la estatua derribada de Sebastián de Belalcázar en el Morro de Tulcán por Indígenas misak. Dos relatos antagónicos se enfrentan tras este derribo, y ambos incluyen a unos y excluyen a otros. Sin embargo, lo que motiva el gesto es que uno es considerado ‘la verdad’ mientras que el otro se propaga en los márgenes. Para terminar con los sucesivos enfrentamientos, Mikel propone la necesidad del reconocimiento explicito de la construcción de los relatos hegemónicos y su análisis critico.

Ana Andrés entrevista a Johanna Palmeyro sobre su iniciativa Justicia Museal. Museos y archivos padecen de problemáticas ampliamente discutidas. Una de ellas, compartida con lo monumental, es que están diseñados para excluir colectivos. No todas las personas tienen acceso a ocupar peanas, ni tampoco pueden pasar los arcos de seguridad que dan acceso al conocimiento y la cultura. Justicia Museal busca responder al presente de las calles al tiempo que desobedece a las instituciones. En otras palabras, busca hacer al museo vivir en las calles, en vez de llevar a la gente a sus salas. Coloca carteles en las calles que, sin quererlo, plantean alternativa a lo monumental.

Inés Plasencia señala lo imprescindible de celebrar historias lejos de pedestales. También lo urgente de comenzar reparaciones a través de, precisamente, eliminar de nuestras identidades nacionales los residuos que han quedado incrustados del pasado, y que imposibilitan la vida en una sociedad igualitaria para todas las personas. Restos de narrativas que, tanto monumentos supervivientes como la mera idea de pedestal, se encargan de regenerar. Ante esto, reivindica no solo eliminar pedestales, sino un futuro para heroínas que no los quieran.

Finalmente, Sergio Beltrán señala que la violencia que se ejerce contra los monumentos no es más que la proyección de aquella que se recibe desde las estructuras de poder. Al fin y al cabo, la blanquitud sigue saliendo impune. ¿Cómo salir de esta dinámica? Y en concreto, ¿como escapar del poder ejercido sobre nuestra memoria, y de la captura de nuestra imaginación? Sergio apunta que a través de la ciencia ficción podemos recordar pasados, presentes y futuros que no han ocurrido aun y prepararnos para ellos. Podemos hacer que ocurran o impedir que así sea.

(Imagen destacada: Pedestal vacío tras retirarse la estatua a Cristóbal Colón en Bogotá el 11 de junio 2021 tras el intento de derribo por el pueblo Misak. Fuente https://www.instagram.com/p/CQCBoqZJetN/ ).