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Si cuando hablamos y escribimos contribuimos a la transformación así como la legitimación de códigos y consensos que definen -al menos momentáneamente- los límites de nuestro lenguaje, lo mismo ocurre con nuestros movimientos corporales. Con nuestros gestos damos pistas de nuestro origen: como cuando hablo y por mi acento alguien podría adivinar con bastante facilidad que soy de Osona; seguro que por la forma cómo cruzo la calle o cómo cojo unos cubiertos también hablo del lugar y la cultura de los que procedo y en los que me han enseñado cómo debo comportarme.
Desde esta perspectiva me aproximo a la obra «El último baile» de Carolina Bonfim, en el marco de A 3 Bandas en Barcelona. La pieza de Bonfim se lleva a cabo en un espacio del Eixample que se encuentra en un momento de transición: durante la primera década de los 2000 fue un after, el llamado Balmes 88 y más tarde Destino. Al cerrarse hacia el 2011 quedó en desuso. Actualmente se encuentra en vías de ser el futuro espacio de la Galería Cyan, y las obras ya han comenzado. Aún así, las tardes de viernes hay alguien que, entre los restos de lo que queda del antiguo espacio dedicado al ocio nocturno y las paredes que albergarán la nueva galería, baila temas disco con la música al máximo y en plena soledad. La entrada al espacio no está permitida pero desde la calle oímos la música y podemos ver a este personaje de presencia casi fantasmagórica y que no es otra que la artista: Bonfim, que reproduce movimientos de baile comunes de la escena club. Esta performance mantiene una relación especial con el proyecto «Remakes of movements in nightclubs», del 2012, para el que, como explica aquí, la artista llevó a cabo una disciplina de aprendizaje de los gestos de aquellos y aquellas que pasaban las noches bailando en el club Moog de Barcelona. Con todo esto, no resulta anecdótico señalar aquí que Bonfim es de procedencia brasileña y que uno de los motivos por los que comenzó a llevar a cabo esta práctica es porque detectó diferencias entre los movimientos corporales que articulan los pasos de baile en el contexto barcelonés y los de su propio lugar de origen.
Es así como, por medio de la mímesis, con «El último baile» Bonfim introduce en el espacio unos códigos corporales que ya no son propios de éste. En este tipo de gesto nostálgico y terco el que podemos interpretar como gesto de resistencia insertado en un espacio que ya no está destinado a estos hábitos, podemos leer una de las muchas transformaciones de la ciudad. Es decir, en la actualidad el lenguaje que Bonfim utiliza en este espacio concreto queda descontextualizado temporalmente. Este contraste entre códigos y tiempo es el reflejo de una serie de decisiones políticas y de determinados proyectos legislativos que han provocado cambios en el comportamiento de los ciudadanos barceloneses. Y es que, como digo, cualquier tipo de lenguaje es el reflejo de una sociedad y es precisamente en este reflejo donde se hacen visibles las transformaciones de las políticas que estructuran los códigos sociales y su consecuente evolución.
Nuestros lenguajes están cargados de marcas que dan pistas de las relaciones de poder que los han desarrollado. Siendo conscientes de ello podemos entender cómo incluso la palabra o el gesto que nos parezca más vulgar de todos puede llegar a actuar como un sujeto de alteración de un determinado orden político cuando se coloca en aquella situación en la que crea una determinada relación de tensiones con el resto de objetos y sujetos. Estas tensiones las llamaría contrastes contextuales, por el hecho de que lo que las hace posible es la diferencia entre dos o más realidades cuando éstas suceden en un mismo episodio, es decir, cuando comparten un mismo espacio y tiempo.
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