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Leo, en The Digital Reader, una entrada en la que Nate Hoffelder habla de la posibilidad de que Amazon se esté planteando montar una plataforma de libros electrónicos de segunda mano. La noticia causó un cierto revuelo en medios especializados e, incluso, saltó a periódicos generalistas, como El País. Aunque, de entrada, la idea puede resultar algo extravagante, existen razones pensar que el proyecto va en serio.
En su blog, Hoffelder explica que Amazon ha patentado un software que no solo permite vender libros electrónicos –además de archivos de audio, vídeo y aplicaciones informáticas–, sino que, además, hace posible limitar el número de veces que estos se transfieren de un dispositivo a otro. En la práctica, esto permitiría que Amazon pudiese acordar con los editores el número de ocasiones en que un “ejemplar” determinado de un libro digital pudiese ser vendido. El objetivo último sería crear un mercado de segunda mano en el que los poseedores de publicaciones electrónicas pudiesen revenderlas –se entiende que a un precio más barato, que las publicaciones “nuevas”.
El proyecto tiene su miga, pues supone tratar los archivos digitales –virtualmente reproducibles un número ilimitado de veces– como si fuesen objetos físicos, es decir, como bienes materiales, cuya duplicación suele ser cara y trabajosa. Mediante la utilización del consabido DRM, Amazon estaría creando (una vez más) un modelo de negocio basado en la lógica de la escasez para aplicarlo a un universo de abundancia.
Parece chocante. Sin embargo, no lo es tanto; sobre todo para quienes estamos vinculados al mundo del arte y, por tanto, estamos acostumbrados a ver cómo la escasez se convierte en un recurso muy socorrido para inflar (artificialmente) el precio de las mercancías. Después de todo, la iniciativa que Amazon parece estar impulsando no resulta muy distinta a la de las ediciones limitadas del mundo del arte, que convierten los grabados, las fotografías o, incluso, los vídeos, en bienes poco abundantes y, por tanto, muy codiciados. Tal como pasa con las obras de arte, los libros electrónicos de “segunda mano” podrán insertarse en el mercado gracias a su rareza y no ya a su mero valor de uso.
Ahora bien, el proyecto de Amazon tiene otras implicaciones, que tienen que ver con la pérdida de control por parte individuo sobre los productos que adquiere. En el universo de los átomos, cuando alguien compra un libro impreso, tiene un poder de decisión completo sobre lo que desea hacer con él: puede regalarlo, prestarlo, ponerlo a circular mediante el bookcrossing o, incluso revenderlo. Ni los editores, ni los distribuidores, ni los libreros podrán pedirle cuentas por ello, porque, de entrada, carecen de la capacidad de rastrear lo que hace con las obras que adquiere. Cuando el lector sale de la librería con un libro bajo el brazo, rompe la relación con la cadena de producción y comercialización del libro. A partir de ahí, lo que hace con sus libros se convierte en un misterio.
Las cosas son bien distintas en el universo de los bits, donde las librerías virtuales –y, en menor medida, los editores– tienen una gran capacidad para obtener una información sobre lo que sus clientes hacen con los libros electrónicos que adquieren. Como es bien sabido, Amazon es capaz de obtener una enorme cantidad de datos sobre los hábitos de los lectores que compran libros electrónicos en su web. La empresa estadounidense no únicamente sabe qué libros adquieren sus compradores, sino que también puede recopilar información tan variada como los momentos en que estos leen, las lecturas que dejan inacabadas o los libros que prestan y comparten con otros lectores. Con el libro electrónico, la lectura deja de ser un acto privado, en la medida en que el sujeto, a medida que lee, va liberando una información susceptible de ser utilizada por Amazon, con finalidades primordialmente comerciales.
La creación de un mercado de libros electrónicos de segunda mano puede verse como una nueva vuelta de tuerca en el control que Amazon ejerce sobre sus lectores: estos ya no serán tan solo una fuente de información de extraordinario valor comercial, sino que entrarán a formar parte de un sistema comercial que seguramente les reportará menos ventajas que inconvenientes. En realidad, los lectores quedarán cautivos en una plataforma en la que Amazon –previo acuerdo con autores y editores– podrá decidir los protocolos y las condiciones económicas y legales bajo las que se realizará la reventa de libros. Si este proyecto llega a cristalizar, la empresa de Seattle dará un paso más para apropiarse de las bibliotecas (virtuales) de sus clientes, las cuales van perdiendo su carácter de bienes que se poseen para convertirse en meros servicios que se alquilan.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)