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El concepto de lifelogging, el acto de capturar la vida diaria, no es algo nuevo ni mucho menos. Sus inicios se remontan a los experimentos de Steve Mann en los años 80, cuando éste decidió filmar toda su existencia a través de una cámara. 30 años después, los «lifeloggers» han renunciado voluntariamente a la noción tradicional de la privacidad para recopilar y guardar toda su vida, convirtiendo la vida privada en una performance.
Actualmente esta práctica cuenta con un universo vasto, dentro del cual muchos sitúan a las redes sociales, según el uso que cada individuo haga de ellas.
Existen numerosos artistas que exploran las implicaciones del lifelogging a través de la práctica. Un ejemplo especialmente curioso es el de Nicholas Feltron. Nicholas explora el concepto del lifelog a través de la recopilación y el análisis sistemático de datos sobre cada uno de los aspectos de su vida. Desde 2005, Feltron presenta lo que él denomina «The Feltron Report», un informe exhaustivo de todos y cada uno de sus movimientos y relaciones cada año.
Otro ejemplo más extremo de la creciente popularidad de lifelogging es la reciente aparición de cámaras que capturan toda la vida de una persona, tomando una foto cada 30 segundos, como por ejemplo Memoto o Autographer. Ambas llevan la práctica al extremo, ya que capturan todo, absolutamente todo, lo que una persona hace en su día a día mientras la lleve encima.
Aunque no se trata de exactamente lo mismo, es difícil no pensar en las situaciones surrealistas que la película «La memoria de los muertos» planteaba. Viendo los vídeos informativos y leyendo los cientos de artículos que ha generado el tema, se echa de menos una sencilla, y francamente obvia, reflexión: ¿qué ocurre con la gente que rodea al portador de la cámara? Sus vidas son recopiladas indiscriminadamente. Puede que un amigo o pariente cercano acceda, pero ¿qué pasa con los protagonistas accidentales? Esto comienza a ocurrir también con las redes sociales y los smartphones. Es difícil ir a un evento público e intentar evitar toda cámara por si acaso esa foto mañana aparece en el perfil de un desconocido.
Supongo que la pregunta fundamental es ¿realmente vale la pena? Habrá que esperar a ver cómo la creación artística incorpora estos nuevos retos para cuestionar las aplicaciones y sus consecuencias.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)