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«Tuve los más peculiares empleos. Trabajé en una pastelería durante años, vendiendo bollos rellenos de albaricoque. También fui limpiadora. Solía llevar un pañuelo con nudos en la cabeza. Un día mi prima me vió en la oficina correos, y me pregunto: ¿Qué haces? A lo que respondí: ¿Qué te parece que hago? ¡Soy la señora de la limpieza!».
Se lo podrías oír a cualquier español en Londres, junto con lo difícil que es que te alquilen una casa, o lo mucho que tardan en darte la national insurance number. Pero no, esto lo dijo Isabella Blow, la excéntrica editora, mecenas, impulsora de diseñadores, fashion insider, uno de esos escasos personajes que mueven los hilos de la moda, amiguísima de Andy Warhol y Jean Michel Basquiat, y fundadora de la galería Modern Art. Un raro ejemplo, ya que el sueño americano no encaja del todo en el Reino Unido. Uno puede encontrar su lugar, pero difícilmente manejar una industria que genera millones de libras.
Porque la moda es sobre todo eso: una industria. Según un estudio publicado por el Consejo Británico de la Moda, la economía del país le debe cada año 12 billones de libras a la moda. Los economistas de Oxford que llevaron a cabo la investigación concluyeron que la industria creativa que más empleos genera, ocupando directamente a más de 816.000 personas (el 2,8% del empleo del país). Una industria similar en tamaño a la alimentaria, y que crea el doble de puestos de trabajo que la inmobiliaria, y tantos como las telecomunicaciones, la publicidad y la industria automovilística juntas. Y eso se palpa. No sólo en la clásica extravagancia británica de los viernes en Brick Lane. En el Reino Unido existe una veintena de publicaciones de primera línea sobre el tema, dos veces al año se celebra la London Fashion Week — genera 20 millones de libras de beneficio—, institutos privados y prestigiosas universidades ofrecen formación específica para el sector, y el gobierno hace declaraciones periódicas de apoyo a la moda. Pero, verse, se ve en los museos.
A día de hoy, además de la exposición Isabella Blow: fashion galore! de la Sommerset House, se puede visitar en la capital londinese, entre otras, Club to catwalk. London fashion in the 1980’s en la Victoria and Albert Museum, que sigue la estela de Punk: chaos to couture, y a la que seguirá en abril The glamour of italian fashion, 1945-2014.
Y porque todo lo museable es sospechoso de ser arte —aunque muchos salgan de dichos centros preguntándose, como si alguien les hubiera estafado, «¿eso era arte?»—, tal profusión de exposiciones hace más vigente que nunca la cuestión: ¿es la moda arte?
«Estoy en contra de la moda en los museos», dice Karl Lagerfeld, negando la posibilidad, aunque fotografías hechas por él se expusieran en la Saatchi Gallery el año pasado, bajo el título de The little black jacket. El director creativo de Chanel no es el único dentro de la industria que piensa así. De su lado están Marc Jacobs, Rei Kawakubo (Comme des Garçons) o, en su día, Coco Chanel. Algo similar cree Pierre Bergé, pareja del que fuera Yves Saint Laurent y cofundador de la marca epónima: «Saint Laurent fue un artista. Balenciaga fue un artista. Schiaparelli también. Y Chanel. Pero la moda no es arte».
Hay quien opina, sin embargo, que está inmersa en un proceso de aceptación similar al de otras disciplinas. «Tradicionalmente se han aceptado ciertas formas de producción cultural como arte: la pintura de los grandes maestros, la música clásica. Después, otras disciplinas, como el cine, la fotografía o el jazz han ido adoptando la etiqueta gradualmente», comenta Valerie Steel, historiadora y directora del Fashion Institute of Technology. «La moda está en esa transición».
El hecho de que instituciones de renombre y galerías comerciales programen moda regularmente no hará más que amplificar la cuestión, la duda. También que Prada contrate a artistas gráficos para estampar sus abrigos, como lo hiciera Schiaparelli con Dalí y sus langostas o zapatos-sombrero, o que Marc Jacobs colabore con Takashi Murakami para los bolsos Louis Vuitton, o con Yayoi Kusama.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)