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Hay de todo, desde pelucas a banderas, y por si fuera poco, Martha Rosler también estuvo presente, en una especie de réplica a la Abramovic, justo en el mismo espacio del MoMA. Cuando Martha Rosler se mudó a California a finales de los sesenta, descubrió los garage sales, esa expresión de micro-economía mezclada con el derecho inalienable de vender todo lo que tienes en la calle o en tu propio garaje.
A Rosler le sorprendieron los garage sales, no tan sólo por la recuperación del valor (de uso y monetario), sino también por la relación diferente que se generaba entre individuo y comunidad. ¿Qué mejor sitio para organizar una venda de trastos viejos que un espacio expositivo? Y más aún si este lugar se llama MoMA y tiene tintes de centro comercial. Al trasladar el garage sale a la galería, en este caso al atrio central de la bestia del cubo blanco, Rosler propone al visitante desatar ese impulso tan participativo de quedarse con lo que uno desea. Y como ella misma defiende, arroja cierta luz a la represión habitual en el arte – de esta parte del mundo – de la cuestión del valor y cambio, uso y trabajo.
En el evento original, del año 1973, realizado en la galería del Departamento de Artes Visuales de la Universidad de California en San Diego, Rosler incluyó imágenes de Playboy, una grabación con meditaciones sobre el capitalismo, alguna carta personal, viejos diafragmas y ropa de bebé. Esta vez incluye fotografías de las pasadas ediciones, junto a pantallas donde nos vemos a tiempo real. Entre la práctica feminista y el happening, entre la crítica artística y la producción de experiencia (deseo, consumismo, relación, interacción, memoria, comunidad), lo que esta instalación-performance centraliza es la relación con el objeto, capaz de atraernos y de contener un trazo de historia concreta.
En este sistema donde los objetos aparecen y desaparecen en un proceso misterioso, ya sea la fábrica des-localizada o la basura reciclada, la sensación de desapego, de usar y tirar, alimenta nuestra condición de consumista post-fordista. La culpa al fetichizar un objeto producido en masa y la vergüenza al saber que los tomates son fruto de la explotación, el calzado del esclavismo infantil y los iPhones de la sangre de la clase trabajadora china, revuelven nuestras consciencias hasta el próximo tuit. Es entonces cuando organizar redes de reaprovechamiento, remediando la herida ética con el vintage, o con la efectiva y sostenible relación entre productor y consumidor, facilita el entendimiento de toda la cadena productiva además de garantizar una relación directa y responsable de las partes implicadas, contrariando el esquema de producción que parece impuesto para seguir comprando cosas sin reparar en su origen, daño ambiental o vida útil.
¿Acaso podríamos trasladar este itinerario al arte? ¿Elaborar redes de participación en la producción y garantizar un sueldo al productor primario? ¿Consumo responsable en el arte?
La identificación con el objeto, evidente en Garage Sale, pasa a ser el detonante que propicia el intercambio, la relación, pero no el fin en sí. No es lo mismo ebay que un cara a cara con la persona que te está vendiendo el último reloj del abuelo. Recarga el reloj de una significación que es a la vez archivada por el comprador, y desde aquel momento, no es seguro si este sigue comprando un reloj o la historia del abuelo. El mismo mecanismo que ha sido absorbido y sirve de base para la cacareada «experience economy«.
Detalles técnicos: El dinero recaudado se donará a organizaciones sin ánimo de lucro según criterio de Martha Rosler. En la página web del proyecto hay un livestreaming y se puede encontrar una publicación, «Garage Sale Standard», con más información. Todas las personas que compren van a ser fotografiadas por un fotógrafo de bodas, bautizos y comuniones. Garage Sale viajó en su momento con la retrospectiva de Rosler a varias ciudades, entre ellas recaló en el MACBA de Barcelona, en aquél dichoso 1999.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)