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En la serie I Love Dick, dirigida por Sarah Gubbins y Jill Soloway (basada en el libro homónimo de Chris Kraus) hay una escena que refleja bastante bien ciertas narrativas dominantes – aún- en muchos ámbitos profesionales. En esa escena participan una pareja heterosexual, Chris y Sylvere, y un artista, Dick; cenan en un restaurante. El diálogo que sucede es ficción, pero la narrativa es real:
Dick: “Y bien, ¿a qué te dedicas tú, Chris?». Ella casi se extraña de que le hagan esa pregunta: “Recientemente hice una película que se iba a mostrar en un festival de Venecia, pero tuvo algunos problemas y al final se canceló». – Fijaos que Chris no dice “soy directora de cine’’, sino que comenta un proyecto en el que ha estado trabajando. – Después de un mansplaining de Dick, quien le explica cómo tendría que haber procedido para que su peli no fracasara así, el tío vuelve a preguntar a Chris: “¿Y de qué trata la película?”. “Es sobre una pareja… Digamos que ella representa a todas las mujeres y las expectativas aplastantes de la sociedad y…’’. Dick interrumpe con risitas y mirando al otro tío, cómplice y target inmediato de su camaradería masculina, bromea: “Suena horrible, suena a que te hacen añicos…”. Dick sigue opinando: “Creo que no quieres ser directora de cine, es una cuestión de deseos. No de tiempo, talento o casualidad. Es puro anhelo, cosa que tú no posees”. Ella, obviamente, se empieza a enfadar. “Si sólo fuera anhelo habría una lista interminable de películas fantásticas hechas por mujeres”. Risitas de Dick: “Casi ninguna película hecha por una mujer directora es tan buena. Creo que es raro que una mujer haga una buena película. Porque tienen que trabajar desde la opresión y eso resulta en películas aburridas”. “Sally Potter, Jane Campion, Chantal Ackerman…” dice ella mientras se levanta y deja la mesa, enfadada.
Aquí vemos dos gestos. Uno, el de ella: la duda, la incertidumbre, la búsqueda y el reconocimiento de referentes. Algo bien necesario cuando estás fuera de la narrativa dominante, o más bien cuando tú no la posees y entonces necesitas tus referentes, otros. Que hablen de ti, contigo, como tú, con tus palabras y dudas. Otro gesto, el de él: la seguridad, dar por hecho que se está en lo correcto y que las cosas se han ganado a pulso. Los privilegios, la visibilidad. No reconocer el valor de otras narrativas que no sean la propia que, casualmente, es la lógica, la dominante.
Concretando la pregunta desde el ámbito artístico: ¿Hay simetría en oportunidades, visibilidad y reconocimiento entre hombres y mujeres? Algunos, cómo Dick, pensarán que sí, que todo el mundo juega con las mismas cartas: “Es puro anhelo. Esfuerzo. Todas y todos tenemos las mismas oportunidades, nos presentamos a las mismas convocatorias y los resultados son paritarios”. Risa incrédula de mujeres. Y luego enfado. Maggie Nelson, poeta, escritora y profesora en CalArts, explica, en The Argonauts:
“Mi escritura está plagada de tics de incertidumbre. No tengo excusa ni solución, salvo para permitirme los temblores… luego vuelvo más tarde y los recorto. De esta manera, me edito en una valentía que no es nativa ni ajena a mí.
A veces me canso de este enfoque y de todo su equipaje de género. A lo largo de los años he tenido que entrenarme para borrar las disculpas de casi todos los e-mails de trabajo que escribo; de lo contrario, cada uno podría comenzar: Disculpa la demora, disculpa por la confusión, disculpa por lo que sea. Uno solo tiene que leer entrevistas con mujeres sobresalientes para escuchar sus disculpas. Pero no pretendo denigrar el poder de la disculpa: mantengo mi perdona cuando realmente lo digo en serio. Y ciertamente hay muchos oradores a los que me gustaría ver más temblorosos, más desconocedores, disculpándose más».
Estos son problemas comunes en muchas mujeres profesionales que conozco. Corre entre nosotras ese horrible y triste concepto del “síndrome de la impostora’’, según el cual a menudo dudas de si mereces tu puesto, tu lugar. Dudar de una misma, de lo conseguido: tal vez te dieron esa posición para cumplir cuotas. Seguro que te echan a la que tengas hijos o te dejes de ver joven, o en cuanto descubran que dudas del proyecto. Tal vez fue simple buena suerte, una racha, nada estable o que salga de una misma. Esa fragilidad que hace que pelees duro y sin esperanza. Este tipo de dudas son las que nos joden y rompen, es el tipo de inseguridad que deberíamos vencer. Corrían por internet las fotos de unas tote bags en las que se leía: «Carry yourself with the confidence of a mediocre white man». Creo que todas entendemos por dónde va la broma. Las dudas de otro tipo, de tener la razón o estar en lo cierto, nos acercan a las demás historias.
Los feminismos son teorías y prácticas de la duda. La incertidumbre de avanzar sin referencias históricas. O si las había, fueron borradas y han tenido que ser recuperadas por las mismas personas que estaban ausentes del relato. Los feminismos consisten a menudo en pactos y rupturas, recuperaciones y saltos hacia delante. Teorías y prácticas que pueden cambiar y han cambiado el mundo. A menudo no es necesario – incluso puede sobrar- anunciar las cosas como “feministas”. Se puede ofrecer y poner en práctica desde los gestos y maneras de hacer. Tal vez las mujeres trabajemos desde muchas opresiones. Escribo este mismo texto llenándolo de dudas e inseguridades “tal vez”, “a lo mejor”.
Una herramienta de opresión histórica que vivimos las personas socializadas como mujeres sigue siendo el amor. Amar a alguien sitúa en una vulnerabilidad absoluta. Estamos educadas y construidas en esto del cuidado y amor romántico. Las formas de amar siguen siendo uno de los ejes de muchos feminismos: ¿cómo podemos deconstruir la historia del príncipe azul, de la heterosexualidad y monogamia, de la mujer realizada a través de la pareja o la maternidad? Acabar con la idea de que el punto de referencia es siempre alguien, algo, nunca una misma. Como si nuestras experiencias y referencias no fueran válidas ni suficientes. Eso de tener que ocuparse del amor y las emociones desde lo teórico y lo práctico puede sonar a pasatiempo para señoras ricas. Pero hablar de amor es hablar de vida cotidiana, de espacio público y privado, intimidad y política.
Non-slave tenderness, de Lucía Pino en el Espai 13 de la Fundació Miró, tenía alguno de estos elementos: fragilidad, duda, potencia y fuerza. Control de la situación y emociones. Sólo el título ya remite a una fuerza posible y nueva: poder ser tierna sin ser esclava de aquello que proteges y cuidas. Sin depender de ello. Un sonido envolviéndote en sala todo el rato como un abrazo, cables- entrañas a la vista, esparcidos por el suelo. Luces intensas pero que no dolía mirar directamente, roturas y pliegues. La ternura como acto brutal, más fuerte que el miedo, más fuerte que quien domina. Nuestra ternura es nuestra, la sentimos, nos hace temblar pero también da calor. Poder sentir esto en un mundo tan mierda y desolador.
Hago referencias a mujeres artistas que dudan, a quienes les tiembla el pulso, hablo de vulnerabilidad y de no tener las cosas claras. Un equipaje que, como dice Maggie Nelson, está marcado por el género. ¿Nos marca el género en el mundo del arte, a la hora de, por ejemplo, tener cargos importantes como dirigir centros y museos?
Recientemente se viralizó la noticia de que tres directivas de museos y centros de arte internacionales serían cesadas (algo que sería, por otra parte, imposible en Barcelona, donde no hay ninguna mujer dirigiendo ninguno de los principales centros de arte). Helen Molesworth, curadora jefa en el MoCA de Los Ángeles, María Inés Rodríguez del CAPC de Burdeos y Laura Raicovich, directora ejecutiva del Queens Museum. A las tres las invitan a irse de sus puestos de trabajo. Los highlights de sus “errores” podrían bien entenderse como malas cualidades si eres tía. O persona en general, pero resultan calificativos bastante marcados de nuevo por equipajes de género. Me tomaré la libertad de traducir las acusaciones a un idioma feminista, y planteando la situación como si el museo fuera una pareja tipo Dick. Ya que a las mujeres se nos vincula siempre a lo emocional (y, por ende, inestable e irracional) hagamos como que el museo en el que curras es tu pareja. Tu Dick. Todo amor y emociones, entrega absoluta que acaba en drama o con una mujer levantándose enfadada de la mesa y abandonando la cena.
Helen Molesworth, “desautorizó al museo”. Traducción: Vaya, vaya… Helen se puso demasiado insistente al poner al mismo nivel la obra de mujeres y grandes genios sagrados. Ahí heriste sentimientos, Helen. Ya sabemos que la masculinidad es frágil, hace aguas por todos lados. No hacía falta señalar que las mujeres pueden ser igual de buenas (o incluso, wow, mejores) que los hombres en su profesión. María Inés Rodríguez era “muy demandante’’. Es decir, muy needy. De las que te pide cositas, que muevas el culo. Eso a los novios y a los museos los pone nerviosos porque, de repente, invertir tiempo y recursos en cosas que no parecen importantes, desorienta mucho. Laura Raicovich resultó ser “demasiado política”. Ahí también la liamos. Demasiado política, demasiado killjoy, demasiado poco disimulo en tu posición. Las tías en lo político son unas chungas. Cómo se te ocurre opinar, Laura. Todas fuera por exceso. Demasiado algo.
Siempre he querido entender los feminismos como gestos de generosidad y amor desde la rabia. Como algo que permite ser grieta y hacha a la vez, vulnerabilidad y potencia en lo personal y colectivo. Tal vez sería más fácil entendernos si, a parte de reconocer y aceptar las diferencias, nos acercáramos también desde lo vulnerable, desde nuestras grietas y partes rotas, con incertidumbre. Sabiendo que el juego y sus reglas tienen truco y que las mismas partidas se juegan con distintas cartas.
Cuando crees poseer la verdad, sin dudar ni sospechar de lo que te viene dado, acabas siendo como Dick: crees que todo lo que tienes lo ganaste simplemente con tu esfuerzo y voluntad. Como si el sistema funcionara igual para todo el mundo.
Es decir, te crees la polla, Dick.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)