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Joanna Russ comenta cómo hay sucesos en nuestras vidas que provocan una alteración fundamental en cómo entendemos y percibimos nuestro propio pasado. Esta idea aparece en la introducción a The Female Man[1], una de las críticas más mordaces del heteropatriarcado que he leído hasta ahora. Me parece sintomático haber tardado tanto en descubrirla, teniendo en cuenta que Joanna Russ escribió esta rareza de la ciencia-ficción en 1975. Como también me parece significativo haberlo hecho en 2017, un año en el que el feminismo ha estado más presente que nunca en mi vida, convirtiéndose en un órgano más de mi cuerpo. Y por presencia aquí no me refiero tan sólo a la ingente cantidad de veces que he leído, escuchado, escrito o pronunciado esta palabra desde 2017. Tampoco a la tarea de reconocimiento en mi propia vida de formas de misoginia naturalizadas[2] o prácticas inconscientes de apoyo al heteropatriarcado a lo largo de los años. Con presencia quisiera remarcar sobre todo a la dimensión práctica, material y corpórea del feminismo a través del amor y de constantes y necesarias experiencias de sororidad y cuidados que demuestran el carácter político de esa amistad declinada en femenino de la que también -y tan bien- hablan Céline Condorelli y Avery Gordon en The Company She Keeps[3]. Una amistad entre personas, pero también con cuestiones y problemas compartidos.
Si califico The Female Man como rareza, no es tanto por su voluntad para serlo como por su dimensión única dentro de un medio supuestamente orientado a la producción de nuevos imaginarios sociales. Pero incluso la ciencia-ficción, en la mayor parte de los casos o al menos en sus ejemplos más célebres, se ha olvidado de cuestionar o subvertir las estructuras de dominación más básicas a la hora de pensar futuros (im)posibles. Entre ellas está el heteropatriarcado, un concepto que mi editor de texto insiste en señalar como erróneo, recordándome que la RAE tampoco ha querido incluirlo en su diccionario recientemente. La normativa se pone en evidencia cuando niega sus propias normas. Mi editor de texto también me informa de que la palabra sororidad no existe dentro de su aparentemente neutro registro de palabras. Pero como señala el Feminismo Materialista[4], lo real no siempre es un producto del lenguaje. Es la materialidad inherente del cuerpo la que posibilita la aparición de los discursos, su supervivencia y propagación. Y sin embargo, ¿cómo luchar contra los gestos con los que seguimos reproduciendo la dicotomía -que no diferencia- entre lenguaje y realidad, entre naturaleza y cultura, entre femenino y masculino?
La materialidad invisibilizada -el editor tampoco reconoce esta palabra- de los discursos me devuelve a una cita que relaciono con Sara Ahmed pero que me ha llegado por otros muchos cuerpos y en diferentes versiones, incluso antes de leer a Ahmed. Feminism is a practice. Y así como creo que las ideas no son de nadie aunque tengan derechos de autor, el feminismo me ha enseñado también a mencionar la procedencia[5] de muchas de las herramientas que utilizo para pensar y, en el mejor de los casos, actuar en consecuencia. Porque no todas las ideas o todas las personas que las tienen o transmiten juegan en igualdad de condiciones. Ciertas estrategias de apropiación me siguen pareciendo un privilegio masculino[6]. El reconocimiento es una práctica feminista[7]. Porque así como somos invisibles en el trabajo de otros, nuestro trabajo también puede hacer invisible a otras personas[8]. La inconsciencia funciona aquí como justificación, pero también como coartada.
Reducir el feminismo al discurso o a un movimiento, incluso cuando usamos el término en plural -feminismos[9]– para dar cuenta de su diversidad y abundancia, es disminuir su enorme actividad transformadora. La propia palabra feminismo es exigua. Diez letras para condensar algo incontenible. Una actividad transformadora que está indisolublemente ligada a ese tipo de situaciones y experiencias vitales que consiguen hacer que te cuestiones totalmente ciertas creencias que creías inamovibles gracias a la autoridad de la ontología y su perseverancia en determinar lo que son las cosas desde una presunta esencia. En su receta de fermentación feminista[10], Robin Zabieglaski incluye varios ingredientes. Entre ellos, dichos acontecimientos personales y una gran cantidad de teoría feminista. Me temo que la segunda no tiene tanto impacto sin los primeros, como demuestra la experiencia.
En este texto, intencionalmente feminista, yo también caigo en la trampa de priorizar los discursos y los nombres propios mediante la cita legitimadora[11]. Cuando si algo he aprendido en los últimos meses es que no te hacen feminista (sólo) los textos teóricos. Llevo muchos años leyendo autoras con la distancia estratégica del antropólogo o desde un escepticismo derivado de formas de misoginia naturalizadas. Tampoco aquellos acontecimientos vitales que nos provocan un colapso ético de la realidad[12], que suelen desembocar en un estado de depresión temporal y no tanto en una euforia comprometida. Cómo reconocer una red de apoyo permanente, aunque sus elementos puedan ser temporales o intermitentes-, es algo que todavía me pregunto. Cómo reconocer a aquellas personas que te ayudan a pensar y vivir mejor, ya sea compartiendo conocimientos prácticos o teóricos. Cómo reconocer a aquellas personas que están ahí, cuando la vida detiene el trabajo[13]. O aquellas que te ayudan en tareas muy básicas que a priori poco tienen que ver con el arte o con un aparato intelectual que nos obliga a presentarnos en público como individuos y como individuales en vez de ayudarnos a pensarnos como un sistema de interacciones. Incluso el arte parece dar prioridad a los palos, las lanzas y las espadas sobre aquellas cosas que permiten contener otras muchas cosas, a la manera de Ursula K. Leguin en The carrier bag theory of fiction[14].
El derecho a ser aguafiestas, a sentir rabia y a aprender a quejarme[15] es algo que le debo al feminismo. A muchas feministas. Y aunque entiendo estas situaciones desde su necesidad y cierta estrategia, creo que también conducen a conclusiones injustas. Porque no, no te hace feminista el heteropatriarcado[16]. Como tampoco te hacen feminista una pareja, una persona cercana, una institución, un estado o un sistema económico-social que abusan de ti. Eso sería darles una agencia afirmativa que no se merecen tener. En todo caso, te hacen más consciente y, en ciertos momentos, hasta más radical[17], desde la polisemia del término. Pero por mucho que contribuya al proceso, estar a la contra no es lo que te hace feminista. El feminismo funciona por contagio, como un organismo que se multiplica ocupando numerosos cuerpos y situaciones. Se propaga desde la afirmación, convirtiendo el “killjoy” de Sara Ahmed en la “joyful insurrection” de la que habla Braidotti. Aún y cuando ambas posiciones estén legítimamente sostenidas por las diferencias que desvela la interseccionalidad[18] de nuestros lugares de enunciación.
Te hace feminista la fuerza del feminismo, que se manifiesta a través de los cuerpos y los afectos multidireccionales; a través de los textos, los análisis y las teorías compartidas. Te hacen feminista las personas que tienes cerca y para la cuales el amor, el apoyo y el cuidado son una práctica constante a la que dedican su tiempo, sus energías y sus esfuerzos. Y es precisamente desde esta práctica que las teorías, las citas, las conferencias o los relatos de ficción tienen sentido. Porque aparecen durante, no antes ni después. Te hace feminista el darte cuenta de que todo el amor, todo el cuidado y todo el apoyo que destinabas casi exclusivamente a una misma persona gracias a la construcción del amor romántico[19] se multiplica y se hace más fuerte cuando empiezas a distribuir tus afectos y tus energías de otra manera, hacia más personas y otros lugares. Te hace feminista un hábito emocional que no se basa en el establecimiento de formas bidireccionales de dependencia mutua sino en la construcción de una estructura de apoyo descentralizada donde la generosidad es más fuerte que la deuda que los cuidados implican.
Te hace feminista darte cuenta de que son otras las herramientas que destruyen la casa del amo[20]. Y que, además, posibilitan momentos de utopía[21] dentro de una realidad que nos dice lo contrario. Te hace feminista la transversalidad de una práctica que funciona como una alternativa real y efectiva contra el sistema capitalista, algo que no parecen haber entendido la mayoría de teóricos de izquierdas[22], permanentemente ensimismados en los espectros del pasado y la nostalgia por el comunismo que nunca sucedió. Te hace feminista ver que los errores que cometes no derivan en juicios de superioridad moral sino en momentos de comprensión mutua. Te hace feminista participar en encuentros de lectura[23] donde la teoría es casi un pretexto para estar juntas de otra manera. Acompañadas. Como también te hace feminista estar rodeada de mujeres bailando en topless[24] dentro de una pista de baile que consiguen que hagas lo que nunca hubieras creído poder hacer años atrás: imitarlas y unirte a ellas. Como también te hace feminista darte cuenta de que es más fácil escribir un texto cuando empiezas a señalar los efectos positivos del momento que estás viviendo que cuando intentas pensar o analizar desde esa crítica negativa[25] que te ha hecho creer durante años que la demostración de inteligencia está en ella. O reconocer en tu necesidad la necesidad de hablar y el derecho a ser escuchadas de tantas otras voces. «It is not difference which immobilizes us, but silence. And there are so many silences to be broken»[26].
* A pesar de las muchas citas de este texto, intentando dar cuenta de personas, referentes y situaciones que me ayudan a vivir y pensar mejor, este texto sigue produciendo la invisibilidad de muchos otros que están pero que no aparecen.
(*)El título se lo tomo prestado a Sara Ahmed de su libro homónimo. Como ella misma ha comentado, una de sus intenciones a la hora de escribirlo fue citar exclusivamente a mujeres, en oposición a la lógica académica de la cita legitimadora en masculino. También comenta que esto no le supuso ningún esfuerzo. Conocí a Sara Ahmed gracias a las muchas citas y autoras que Ania Nowak comparte conmigo.
[1] Descubrí a Joana Russ gracias a Agata Siniarska, que me regaló su copia del libro, intuyendo el gran efecto que tendría en mí. Siguiendo la lógica del complot que propone Julia Morandeira, decidí entregarle a ella esa misma copia del libro.
[2]Con grandes dosis de paciencia y una pedagogía afectuosa, Ania Nowak me ha ayudado a comprender y analizar la misoginia que está inscrita en nuestros cuerpos y que reproducimos.
[3]The Company She Keeps fue uno de los libros que Eva Rowson trajo consigo durante su residencia en Barcelona. El deseo de Ania de leerlo desembocó en un grupo de lectura organizado por Eva, con varias sesiones en diferentes espacios de la ciudad, públicos y domésticos.
[4]Si bien conocía el trabajo de Jane Bennett y Karen Barad, descubrí los Feminismos Materialistas gracias Ania Nowak, que compartió con varias personas el PDF de la publicación editada por Stacy Alaimo y Susan Hekman que le envió Agata Siniarska debido a su investigación coreográfica en torno a ellos. En paralelo, Lucía C. Pino me ayudaría a entender muchas de estas teorías desde lo práctico y literalmente material.
[5] La invisibilización naturalizada de ciertas personas, tareas o roles dentro de nuestra profesión y nuestros proyectos fueron una constante en mis conversaciones con Eva Rowson. Nuestras experiencias personales, la práctica de reconocimiento de Eva y la participación en un proyecto con tantas voces como lamusea son una de las causas de estas notas.
[6] A esta reflexión me llevó la lectura del clarividente texto de Rubén Grilo Víctor, Marta, Marcia, Lorenzo, Inga, Han, Gillian, Brandon etc. desde una perspectiva feminista que pude compartir, comentar y ampliar con él.
[7] Una modalidad de “support” es el reconocimiento público. Como dice Sara Ahmed: ‘Too often support is given privately behind the scenes: support needs to be public so the one who speaks out is not stranded’
[8] En una conferencia muy inspiradora, Lúa Coderch comentó que había preguntas que no siempre nos hacíamos y que quizás merecía la pena que nos hiciésemos. Una de ellas fue “¿A quién invisibiliza nuestro trabajo?” Hasta esta recomendación de Lúa no me había imaginado en el rol opuesto: el de aquel que invisibiliza a otros. Su conferencia demostraba también cómo es posible hablar desde el feminismo sin mencionarlo.
[9] La problemática de un término tan general que abarca tantas perspectivas, ha generado muchos otros conceptos (transfeminismo, xenofeminismo, eco-feminismo, speculative feminism, por mencionar unos pocos) que quizás son más hábiles a la hora de remarcar las diferencias y matices de muchas teorías, posiciones y prácticas. Con Lucía C. Pino o Ariadna Guiteras he entendido la importancia de remarcar dichos matices. Con Carolina Jiménez, la importancia estratégica de usar un denominador común que los vincule. Con Julieta Dentone, he podido ampliar modalidades de feminismo que inciden en las prácticas vitales.
[10] Gracias a Regina de Miguel tuve la ocasión de conocer el proyecto Fermenting Feminism comisariado por Laurent Fournier, en el que ella participa, a través de la publicación homónima que lo acompaña. FF se convertiría en uno de los muchos referentes de lamusea
[11] Sara Ahmed remarca como la lógica de la cita está basada en autores que citan a otros autores que, a su vez, citan a otros autores y así consecutivamente.
[12]Esta expresión se la tomo prestada a Ania Nowak, que la utilizó para explicar las consecuencias de relaciones interpersonales basadas en el abuso y la desigualdad.
[13]Irina Mutt ha comentado frecuentemente que no es lo mismo escribir en un buen momento que cuando se te muere el gato o has roto con tu pareja. El reconocimiento de la esfera personal es motivo de incomodidad dentro de un sistema profesional que silencia los afectos y los cuidados que posibilitan sus contenidos y prácticas.
[14]Durante el proceso de lamusea, Eva Rowson compartió con nosotras este texto de Ursula K. Le Guin que se convirtió en uno de los statements del proyecto y que Lúa Coderch también invocó en un encuentro que organizamos recientemente.
[15]“Killjoy”, un término con el que se define frecuentemente el feminismo, nombra el blog de Sara Ahmed. Sin embargo, como dijo recientemente Irina Mutt, el patriarcado kills the koy mucho más que el feminismo. Trabajé el concepto de “angerhood” con Valentina Desideri a través de los textos de Audre Lorde, así como el potencial transformador de la vergüenza. El “complaint” se ha convertido en un proyecto de vida para Sara Ahmed. Como ella misma dice, “cuando señalas un problema, te conviertes en el problema”.
[16]Esta reflexión se la debo a Carolina Jiménez, que me ayudó mucho a enfocar de una manera diferente este texto y que siempre remarca la fuerza afirmativa del “feminismo posthumano”, a la manera de Rosi Braidotti, y del “feminismo transespecie” de Donna Harway.
[17]A lo largo del 2017 “feminismo radical” es una expresión que se ha repetido en los medios, frecuentemente de manera negativa y apelando a un “feminismo a medias tintas” de manera tácita y que incomode menos públicamente. No creo en un feminismo radical porque no creo en un feminismo parcial. En todo caso, la radicalidad del feminismo existe desde su atención a la raíz de las problemáticas y conflictos que plantea.
[18]Género, raza y clase son factores que actúan por intra-acción, un término de Karen Barad.
[19]La investigación de Ania Nowak sobre el amor me ha abierto muchas y nuevas perspectivas del mismo. Por ella conocí también a Eva Illouz y sus análisis y críticas del amor romántico heteronormativo en “Por qué duele el amor”. La naturalización de ese tipo de amor ha servido y sirve como herramienta de control y dominación social sobre las mujeres, reforzando los privilegios masculinos y la desigualdad dentro del ámbito de pareja.
[20]The Master’s Tools Will Never Dismantle the Master’s House es una conferencia de Audre Lorde que tuvo un gran impacto en mí. A la problemática racial dentro del feminismo que plantea, se une un estilo de escritura que no está basado en “el hermetismo como forma de autoridad” (Lúa Coderch). Gelen Alcántara señala siempre la problemática de ser blanca y manejar textos de autoras racializadas.
[21]“Intentar vivir como si la utopía feminista existiese” es una actitud propuesta por Ania Nowak cuya fuente no recuerda. Esta frase ha sido recogida por muchas mujeres de mi entorno como Lúa Coderch, Carolina Jiménez o Tamara Díaz Bringas.
[22]En una conferencia Rosi Braidotti se pregunta “What is left to the Left?”, señalando el desconocimiento de muchos marxistas actuales con respecto al feminismo. El hecho de que “no hayan hecho los deberes” es lo que les lleva a no reconocer en el feminismo la alternativa al capitalismo que buscan y reclaman.
[23]La experiencia con el texto The Company She Keeps gracias a la propuesta de Eva Rowson, ha derivado en el grupo de lectura “The Company We Keep”. Éste tiene lugar en Barcelona y en Bergen (Noruega).
[24]Ania Nowak me hizo conocer el “Topless Radio Show” de Mia von Matt dentro de la emisora Berlin Community Radio y también iniciar la serie en proceso de fotos #toplesstheoryreading . Es gracias a ella y Mia que me atreví a bailar con ellas en topless dentro de un club berlinés.
[25]Rosi Braidotti señala cómo hemos naturalizado la crítica negativa y cómo esta está fuertemente relacionada con el patriarcado, que privilegia los análisis a la contra sobre las propuestas afirmativas, leídas frecuentemente como ingenuas o naïves.
[26]Le tomo prestada esta frase a Audre Lorde gracias a un tweet cuya “autoría” no recuerdo.
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