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Obscenidad divina

Magazine

06 diciembre 2012

Obscenidad divina

Todo el mundo lo ha visto. Está en las pantallas. El “gangnam style” es el último fenómeno de las redes sociales. Su duración se antoja efímera, como cualquier moda. Sin embargo lo que diferencia a los actuales fenómenos de masas planetarios de las no tan antiguas modas de la sociedad del espectáculo (¿los Beatles?) es una variación en su durabilidad que cuestiona incluso su propia condición de moda. La definición de la moda se aproxima cada vez más a la de la novedad de la novedad, la última de las innovaciones de consumo generándose en la inmediatez del ahora. El vídeo de ese cantante coreano cuyo nombre se asemeja no por casualidad al de una consola, PSY, es un fenómeno social que ha roto todas las barreras de visitas en Youtube. El tema ha supuesto la mundialización de una subcultura adolescente originada en Corea del Sur cuyo género es el K-Pop, una mezcla de música occidental que refunde la electrónica, el dance y mil cosas más junto a la actitud energizante del pop Japonés. El “gangnam” está también en el centro del debate teórico en nuestros días, pues hasta Slavoj Zizek (¡quién si no!) le ha dedicado unas palabras en una de sus conferencias recientes, describiéndolo como de “obscenidad divina”. De manera obvia, para un materialista como él, esto debe ser lo más terrenal de lo terrenal. “Justin Bieber es historia, nada que hacer con los millones de visitas del pseudobaile en Youtube…” y cosas por estilo ha dicho.

Sin duda lo más interesante del fenómeno no está en su mismidad como cosa, sino en los efectos que produce en millones de “practicantes”. En este sentido, se ha producido desde el nacimiento de Youtube una revitalización del videoclip tradicional adaptado al nuevo canal de difusión global, algo que ha incentivado la imaginación de internautas y consumidores aburridos que se encuentran ante la posibilidad de fabricar su pequeño videoclip, lanzándolo acto seguido a la red. La proliferación del mash-up como género compositivo en la era digital solo puede ser comparado con aquella intuición de William Gibson de que “los músicos, hoy, si son listos, hacen circular sus nuevas composiciones por la red, como pasteles puestos a enfriar en el alféizar de una ventana, y esperan que otras personas las reelaboren anónimamente. Diez serán un desastre, pero la número once puede ser genial. Y gratis. Es como si el proceso creativo ya no estuviera contenido en el interior de un cráneo individual, si es que alguna vez lo estuvo”. (Mundo espejo, p. 75) Aunque el “gangnam” no es el resultado de este modo creativo, su difusión se beneficia de esa creatividad colectiva que consiste en coreografiar una situación (en este caso un baile) a una canción y a una multitud de gente separada en el tiempo y en el espacio.

La más famosa de estas recreaciones paródicas del “trote-caballo” es la que ha realizado el artista (y disidente chino) Ai Weiwei en su estudio. Pero la gota que ha colmado la paciencia del que esto suscribe es la réplica occidental del video-clip de Weiwei, a cargo de su colega Anish Kapoor y secundada por el staff de algunos museos de arte, galerías y con la participación de otros artistas y críticos. Su difusión es su única razón de existencia.

Digo “occidental” porque la acción se parece más a una gran campaña de publicidad en la lucha geopolítica y económica entre Oriente y Occidente: a una censura le sigue una contrarréplica y demás. Estrategias que se aprendieron en la Guerra Fría y que alguien las pone en marcha. El videoclip en cuestión se presenta como una campaña de solidaridad y apoyo a Weiwei, y también es una campaña a favor de la libertad de expresión y la libertad de palabra. No hace mucho cuando a los artistas se les pedía colaborar en una campaña pro derechos humanos o cualquier otra causa social y humanitaria, realizaban un cartel. Ahora, algunos pasan de un tipo de escultura supuestamente trascendente y elevada a hacer literalmente el «gañán» (o el «gangñam»). Y todo ello con un pasmo únicamente explicable por el efecto homogeneizador del mainstream cultural, económico y social. En mi anterior entrada en A*DESK, ya circunscribía a estos dos artistas (como dos zapatos del mismo número pero de distinto pie) a la espectacularización del arte al máximo nivel. Ahora, la ecuación arte=capital=espectáculo encuentra en el “gangnam” de Kapoor su más cínica representación. Y el mundo del arte lo celebra, o se celebra a sí mismo. No es cuestión de ponerse moralista sobre cuantas causas en el mundo son más urgentes y resultan más atroces que las tribulaciones de un artista chino, sino interrogarnos qué ocurre cuando las reivindicaciones artístico-políticas del arte hablan en un lenguaje y en un canal que invalida de facto todo aquello bienintencionado que se propone.

Peio Aguirre escribe sobre arte, cine, música, teoría, arquitectura o política, entre otros temas. Los géneros que trabaja son el ensayo y el metacomentario, un espacio híbrido que funde las disciplinas en un nivel superior de interpretación. También comisaría (ocasionalmente) y desempeña otras tareas. Escribe en el blog “Crítica y metacomentario”.

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