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Perderse en el bosque

Magazine

29 junio 2020
Tema del Mes: Telurismo

Perderse en el bosque

Siempre somos nosotros los que nos perdemos por los sitios. Hace unos cuantos años, perdí la orientación, tan absorto como estaba con las setas que iba recogiendo, poco a poco, el bosque me atrapó con toda su frondosidad y el peso del misterio, insobornable, de una sutileza implacable. Un bosque es la máxima expresión del telurismo. El telurismo, esa palabra cada vez más desconectada de nuestro mundo, que es otro mundo que tampoco conocemos ni podemos abarcar.

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El día que me perdí en el bosque, lo recuerdo como un día de invierno, pero es evidente que no lo era. No hacía un frío intenso, pero yo iba muy abrigado. El atardecer despuntaba y caía la luz, el móvil allí no tenía ningún sentido, sin cobertura. Tampoco hubiera sido fácil indicar un punto exacto en aquella situación cierta de pánico incipiente. A no ser que lógica se hubiera vuelto extrema y tuvieran que geolocalizarme.

Cuando salgo de Falgars, a media tarde y empiezo a caminar montaña arriba, entrando sin miedo, muy obcecado por los hallazgos que hago, siguiendo con la mirada el suelo, níscalos, rebozuelos de pino -¡malditas setas!-, sin levantar la cabeza, reconcentrado. No puedo imaginar que aquella tarde de placer se convirtiera en una pesadilla. Dicen, los expertos en montaña, que hay que ir andando y, de vez en cuando, fijar unos referentes, una especie de puntos de contacto visual en masías, cumbres lejanas, piedras o cualquier forma que podamos memorizar… lo que sea, que en un momento dado te permita reconocer y deshacer el camino o como mínimo tener conciencia espacial del paisaje que caminas, para orientarte, para saber donde estás, de donde vienes y por donde te has movido. Construir esta imagen mental del recorrido no entraba en mis planes y la montaña, aparentemente dócil, se rebeló contra mi altivez. Cuando quise volver atrás, no tenía opciones. Había perdido el ánimo, como decían antes, daba vueltas y pasaba por el mismo sitio una y otra vez. Entonces sí, iba fijando puntos de referencia pero ya era demasiado tarde y no resolvía el problema principal, encontrar una ruta y volver al punto de inicio. En un momento de lucidez o en la absurdidad que alienta a los estúpidos, tomé una decisión drástica, lo mejor que podía hacer era ir montaña arriba.

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Sin más dilación, continúo caminando hasta vislumbrar unas pistas forestales, cortafuegos que se enfilan religiosamente como cicatrices, atravieso zonas muy densas y sigo grandes rocas redondeadas, telúricas, de un telurismo fantasmagórico pero protector en este caso. El camino se complica en el último tramo, a veces no sé como avanzar. Tampoco llevo el calzado adecuado, sigo, deportivas, arriba, siempre hacia arriba, pero con el convencimiento de los perdidos, ¿llegaré al santuario?… Más tarde supe que di la vuelta a la montaña por el otro lado, por el que no hay camino oficial, una temeridad para un joven de ciudad como yo. El desgarrado. Llego destrozado a la cima del Mont, dos horas más tarde se me aparece el Santuari de la Mare de Déu. He llegado. Qué descanso. Normalmente, esta excursión de Falgars al Monasterio se hace en menos de una hora siguiendo el camino indicado y es muy concurrida por los amantes de las caminatas fáciles. En la montaña se hace de todo, parapente, escalada… no sé, ese tipo de cosas que no he hecho ni haré nunca. Ha oscurecido, la temperatura debe haber bajado unos tres grados, veo a un hombre en el párquing al lado del único coche que queda en todo el complejo. Todo el camino de subida pensando que no me encontraré con nadie y que tendré que deshacer el camino por la carretera convencional. Ironías del destino, me encuentro a un excursionista solitario, está cargando alguna cosa en el maletero del coche, me acerco, le comento que me he perdido y alucina. Debe pensar… ¿qué hace un buscador de setas aquí arriba a estas horas?

– Nadie se pierde nunca por aquí – me dice – ¿De dónde eres? – pregunta.

– De Lladó. – Respondo avergonzado – ¿Podrías bajarme hasta el desvío de Falgars?

– Por supuesto, no te dejaré aquí arriba. – Responde socarrón.

Regreso con él, desfilamos carretera abajo, estoy exhausto, recorremos el camino en silencio, le regalo parte de las setas cuando detiene el coche, no recuerdo su nombre, quizás ni siquiera nos hemos presentado.

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Estar vinculado o pertenecer a la tierra puede querer decir muchas cosas, por suerte, mi dislexia siempre hace distinciones con las palabras, los hechos y los significados. En mi trayectoria como artista siempre me he vinculado a los lugares, pero de una manera muy acotada y no genérica. No pertenezco a ningún lugar y nada me pertenece. Esto lo he intentado explicar muchas veces sin conseguir que nadie me entienda. Nunca me he sentido de un lugar específico y nunca he reivindicado la pertenencia a un territorio por el hecho de trabajar o vivir en él, ¿me explico? Venimos de donde venimos y esto no nos hace de un lugar, nos marca y listo. Todos los artistas son artistas locales y a la vez artistas globales. Nos perdemos en los bosques que están cerca de nuestra casa, esta es la cuestión y es una lección en toda regla y, bien mirado, una suerte. Perderse y encontrar el camino a trompicones es una manera de definir como trabajo, lo que soy y lo que me gusta del oficio que hago. Perderse en el bosque es una experiencia que explica, a mi parecer, el hecho telúrico desde la actualidad, la fuerza de los lugares, la potencialidad ante la pequeñez y la estupidez, ante un significado inaccesible de la naturaleza y sus leyes. No es ninguna broma perder el ánimo, muchos buscadores de setas expertos han muerto en el bosque, en algunos casos, incluso, no se han encontrado sus cuerpos. Ahora no entraremos en detalles.

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Siempre me ha generado mucha perplejidad la palabra «telúrico», quizás por la dificultad de alcanzar una definición que le encaje, o para ser más exactos, una definición que yo pueda entender y explicarla fácilmente. Es de esas palabras de una complejidad en el sentido, que se amolda a las personas y esta es su fuerza. Cada vez tengo menos herramientas para explicarla y quizás por eso debo recurrir a este hilo de textos que nos propone David Armengol, que seguro que tienen su propia idea del telurismo, como todos nosotros. Una idea aproximada y exclusiva que cuesta de encapsular. Encontrar el camino de regreso es como encontrar la solución a una obra, a cualquier problema, a este texto, por poner un ejemplo. Ahora mismo vuelvo a estar perdido, continuaré subiendo y quizás encuentre algunas de las respuestas.

 Lladó, 1 de junio de 2020

JORDI MITJÀ (Figueres, 1970). Rastreador del territorio, etnógrafo heterogéneo, outsider amateur, disléxico, flâneur ultralocal…. Jordi Mitjà juega continuamente en su obra entre el lenguaje poético y la crítica social. A menudo crea a parir de un proceso ambivalente de acumulación y rechazo, con materiales descartados, situaciones o imágenes que magnifican y adquieren nuevos significados al exhibirlas. Parte de un amplio universo de referencias del cual se apropia y transforma con espíritu alquimista, reivindicando la potencia universal de lo que es local como estrategia de resistencia, a través de esculturas, dibujos, publicaciones, fotografías, vídeos, textos y pinturas.

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