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Sin duda en los últimos años la performance se ha normalizado como un formato artístico más. Ya no es un ente algo extraño añadido a la exposición, sino que se ha integrado y forma parte de ella como cualquier otro formato, incluso conviviendo en simbiosis con otros elementos a la hora de conformar una obra. No es casualidad pues que el León de Oro de este año al mejor artista de la bienal haya recaído en Tino Sehgal, cuyas “situaciones construidas”, como él mismo las define, se han visto en los grandes centros del arte contemporáneo durante la última década. En Venecia la encontramos en el Pabellón Central de la exposición comisariada por Massimiliano Gioni “Il Palazzo Enciclopédico”. La propuesta de Sehgal pone en escena un par de intérpretes de edades dispares que ignoran su entorno y llevan a cabo coreografías y cánticos que aluden a la transmisión de conocimiento, mito y cultura. Pero no es esta, desde luego, la única pieza de carácter performativo que encontramos en la Bienal; así que, tomando el premio como excusa, me propongo realizar un personal paseo por algunos de estos trabajos.
En el mismo Pabellón Central encontramos ‘Asylum’, de la artista Eva Kotátková, basada en las jerarquías sociales y los modos de comunicación provistos a partir de una colaboración con pacientes de un hospital psiquiátrico de Praga. Compuesta de collages suspendidos sobre cristal, apoyados contra estanterías o colgados de extraños contenedores, la instalación sugiere un cuerpo político alternativo, diseñado a partir de la visión fragmentada de cuerpos que emergen de los objetos –interpretados por un par de performers encerrados literalmente en la instalación-, y que reflejan la perspectiva de aquellos que viven fuera del orden social establecido.
Ya fuera de la exposición central, el pabellón de Rumania acoge ‘An Inmaterial Retrospective of the Venice Biennale’. El proyecto recuerda a la retrospectiva de Xavier LeRoy que pudimos ver el pasado año en la Fundació Tàpies, pero en esta ocasión el foco se dirige a la historia de la bienal y sus obras más paradigmáticas. Entramos en un pabellón vacío, y cada vez que uno de los performers presentes nombran una pieza histórica, estos la representan con sus propios cuerpos. La retrospectiva convierte lo monumental en inmaterial y los objetos en acción.
En el pabellón de Italia la muestra ‘Vice versa’ juega al diálogo entre artistas, a veces un tanto forzados desde el discurso comisarial, proponiendo parejas de obras con conceptos diametralmente vinculados. Francesca Grilli enfrenta su obra a la de Massimo Bartolini para evidenciar la dualidad sonido/silencio. El proyecto de Grilli implica un performer que interactúa con el ritmo de gotas de agua cayendo sobre una gran plancha de acero, poniendo de manifiesto la relación entre voz y materia, donde la erosión del metal simboliza el poder tangible de la perseverancia y la reiteración, y la voz, la última voluntad de existir, es absorbida y amplificada por el agua.
Y terminamos el paseo en el pabellón compartido de Lituania y Chipre, comisariado por Raimundas Malasaukas, que bien merecería un texto aparte. El proyecto ‘Oo’ se define como “una estructura ligeramente asimétrica de transporte irregular, con elementos abiertos, que se basa en el interés en las formas de organización más que la organización de las formas”. Situado en el Palasport “Giobatta Gianquinto”, un mítico gimnasio veneciano vecino al Arsenale, las obras de arte convivirán con las pruebas deportivas que en él se celebran durante todo el verano. La exposición se expande por los distintos pisos del característico edificio, invitando al espectador a buscar las piezas y perderse en sus pasillos, moviéndose con libertad por el espacio –algo que se echa en falta en toda la bienal-. Además a lo largo del recorrido encontramos varias piezas coreográficas, como la de Lia Haraki, que realiza frenéticos y repetitivos movimientos en aceleración, llevándose a sí misma a los límites de la resistencia. En la pista de juego encontramos la pieza ‘Cousins’ de Gabriel Lester, una instalación hecha de paredes que provienen de catorce museos europeos, y que conforman una coreografía para la interacción de los performers y los visitantes. La coexistencia lograda en el pabellón es sublime, no sólo entre piezas y espacio, sino también entre los dos países y ente las pruebas deportivas propias del gimnasio y las performances coreográficas. Por otro lado, ‘Oo’ pone en cuestión el concepto mismo de pabellón nacional, apostando por la colaboración y la experimentación, y activando un espacio de diálogo entre arte y deporte con una puesta en escena original y consecuente desde el catálogo –un pequeño libro de cuentos infantiles- a la lista de actividades programadas. Una excelente opción para dejarse sorprender.
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