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La exposición «Fetiches críticos» ofrece varias puertas para entrar a discutir sobre lo que significa el pensamiento en arte, la relación centro-periferia, los sistemas de poder, así como la necesidad de una crítica compleja frente a una situación también compleja.
Fetiches críticos es la última exposición inaugurada en el Centro de Arte 2 de Mayo, en la ciudad de Móstoles, Madrid. Está comisariada por El Espectro Rojo, grupo formado por Mariana Botey, Helena Chávez y Cuauhtémoc Medina.
La muestra, compuesta por obra de más de veinte artistas (entre los que se encuentran A Kassen, Francis Alÿs, Teresa Margolles o Alfredo Jaar), pone de manifiesto la necesidad de reconsiderar las relaciones de intercambio que sustentan y otorgan valor a nuestro modo de vivir. Pese a que en algunos casos puede llegar a pecar de cierta redundancia a la hora de escoger el número de obras por artista, apela, con éxito, al estímulo de salirse por la tangente que de manera eventual todos tenemos.
Pero, sin embargo, la exposición Fetiches críticos es una construcción acerca de un territorio emplazado en los márgenes.
Lo es, en primer lugar, por una razón geográfica de peso. Más allá de las asociaciones con localizaciones concretas que puedan dirigir las lecturas que de la muestra se hagan, lo cierto es que se define un territorio cuyo sistema parece estar sustentado en la práctica de la especulación. De manera opuesta a lo que cabría esperar, este nuevo lugar definido (y traído hasta nosotros) por el Espectro Rojo, no busca encontrar la convención ni lograr acuerdos, en definitiva, no parece estar interesado en perseguir la estabilidad.
Lo cierto es que desde allí se han traído, si no cabezas, sí testigos de sus prácticas habituales. ¿Propaganda política? Puede ser, pero sirve, a quienes lo vemos desde aquí, para desencadenarnos las ganas de mirarnos de otra manera.
Fetiches críticos trasciende el formato expositivo al uso, haciéndolo extensivo al soporte del periódico para poder, así, incluir en su relato complementos discursivos que no caben en las salas. Las lecturas de Bataille o Marx ofrecidas por los comisarios afianzan la alianza entre el conjunto de obras expuestas y el salvavidas marxista al que en momentos como el actual se suele recurrir. Una estética de recuperación de lo artesano y popular, con ciertos recuerdos al activismo a pequeña escala, hace de la publicación un verdadero fetiche de culto con el que llenar las estanterías.
Aunque hayamos entendido que algunos márgenes han dejado ya de ser tales, que el imaginario del centro emplaza ya en ellos, además de a marginados, a artistas y poetas, economistas y académicos, se les ha permitido conservar los permisos que en su día desde el centro se les otorgó. Los márgenes adquirieron el estatus de replicantes de los modelos que operaban en él. Como se sabe, la misión de los replicantes es hacer de espejo, convertir a lo canónico en objeto de mirada y pensamiento. El centro quiso mirarse en aquellos márgenes que le mostraron una imagen de sí mismo basada en las deformaciones y los replanteamientos que de él se hacían.
Este juego entre margen y centro termina siendo doble pues, si con la propuesta que desde lejos trae el Espectro Rojo, se comprueba que la plástica sigue siendo el laboratorio para la reformulación de los modelos vigentes, también se confirma la apuesta del CA2M por asumir el papel del replicante en la escena institucional madrileña vinculada al arte actual.
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