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Hablar de Roma supone introducirnos en un sinfín de imágenes. A cada uno le vendrán las suyas, por supuesto, pero en más de una coincidiremos: visiones de otro tiempo a través de los frescos cobijados por la Capilla Sixtina y el inigualable instante creado por Miguel Ángel, ruinas que atestiguan lo que en otro tiempo pudo ser, desde el Coliseo o el Teatro de Marcello, hasta cualquier rincón remoto de los Foros. Otras, mitificadas a raíz de la acción cinematográfica, nos llevarán a la Fontana de Trevi y a la exuberante Anita Ekberg en La Dolce Vita. Podríamos extendernos hasta la saciedad con un listado inacabable. También tendremos acordes de vivencias personales, como aquel bar del Trastevere en el que el Negroni es impecable, o aquel café escondido cercano a la Piazza dil Fico.
Te preguntas, ¿seguirá siendo Roma la ciudad eterna?
Roma apasiona. Su sorprendente capacidad de acogida y misterio, su espontáneo modo de deslumbrar al paseante. Quizá, sea ese uno de sus mayores encantos, el poder vagabundear, y cuando piensas que te pierdes, encuentras. Así se erige en honor a la historia, con su inigualable eclecticismo, desde la gloria y decadencia del Imperio Romano hasta hoy. Y es en esta última decadencia en la que me detengo.
Quizá, no concibo sólo vagabundear. En un momento u otro decido dejar callejuelas, bares y cementerios (es literal) para visitar algunos de los templos de arte contemporáneo, digámosle, también, museos. Y aún sabiendo que podía decepcionarme, me empujó la idea de encontrar a Kentridge. Es costoso acercarse al MAXXI, mala comunicación y desplazado. Aunque, digámoslo claro, el espacio no ayuda. Sigo preguntándome ¿alguien creyó que ese espacio fue pensado para ser museo? Es uno de los tantos ejemplos arquitectónicos que permiten cuestionar los principios básicos de la arquitectura e incluso del arte, nunca viene mal tener presente que nulla aesthetica sine ethica. Pero, entro, me encuentro subiendo y bajando puentes y escaleras. Llego. Vertical thinking: podría ser mi sensación, pero es el título de la exposición, el mérito no es mío. La pieza Preparing the flute nos recibe a modo de teatro en miniatura. La instalación consigue unir los múltiples lenguajes que utiliza (música, danza, cine, teatro, dibujo…), aunque no consigue acoger tal y cómo suelen hacerlo sus proyecciones en el espacio.
Kentridge sabe envolver al espectador en esa atmósfera de fantasía decimonónica, sus puestas en escena deambulan entre las sombras chinas y una suerte de figuraciones que se confunden con lo onírico. Aseguraría que todos los que hemos podido asistir a The refusal of time en Kassel, guardamos esa especie de recuerdo: al final de una de las naves de la estación, bajo la oscuridad pero no solos, acompañados por las figuraciones que iban sucediéndose sobre el muro. En las salas del MAXXI se halla una variación de la pieza. Se construye a partir de los encuentros que mantuvo con el científico Peter Galison, el músico Philip Miller y Catherine Meyburgh. Esta vez las sombras no te rodean, funciona a modo de proyección múltiple. En el mismo espacio también encontramos la obra escultórica que viene a rememorar a alguna de las máquinas ideadas por Leonardo Da Vinci. La exposición se cierra con algunos objetos utilizados durante la preparación de la pieza y con otros tantos fragmentos de obras anteriores, bien audiovisuales o a modo de documentación. Las piezas contienen su propia fuerza, cada una de las obras que conforman la exposición emanan esa poética del trazo, permiten atravesar la exigencia de la mirada que las crea para dialogar con el espectador desde la categoría del fragmento. No falta material, como tampoco encontrar lo vivido en Documenta (13). Es más bien cuestión de selección, tanto en el orden del discurso como en la selección de los elementos.
Vuelvo a bajar escaleras y, de un modo rápido, ojeo la muestra sobre Le Corbusier. Sin duda, es el propio espacio, no permite juego a tres bandas (espacio-propuesta expositiva-espectador).
En otro de los paseos, rodeo el perímetro del Ara Pacis, el gran altar de la paz. Así descubro las pequeñas micro-instalaciones que de forma espontánea dispone un artista callejero: In hoc signo vinces. Todas me llaman la atención y todas ofrecen algo. Ecco!.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)