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Una de las cosas que nos dejó el final del s. XX es el alivio de no cargar con la reescritura de la historia sobre los hombros. Un gesto no es ya un gesto con pretensiones de universalidad; existe significando su identidad particular, enunciando su modo propio de estar en el mundo, en conflicto con otros, diferentes, similares.
Javier Hontoria recuerda en ‘Sin Motivo aparente‘ que una exposición es un contexto específico. Un lugar finito con reglas propias, en este caso construido entre las paredes del Centro de Arte 2 de Mayo de Móstoles. Habitado por obras de más de treinta artistas, y acompañado de un bonito catálogo con textos de Abel Hernández Pozuelo, Carlos Marzal y el comisario. El espíritu que mueve a esta comunidad es el mostrarse sencilla, insignificante, abierta para la recepción de las lecturas libres y espontáneas del público.
Dos ejes articulan la muestra: el reclamo de lo lúdico y poético del francés Robert Filliou, y la defensa de Laurence Weiner de la existencia de algo compartido entre arte y público. Ambos apelan a un algo común a la obra de arte y su audiencia; en el primer caso es de tipo actitudinal, en el segundo, lingüístico. Interesantes guías para definir un marco teórico hoy. Las obras, aunque con voces demasiado dispares, repiten lo que parece un diálogo beckettiano sobre lo tautológico de la ausencia de trama. Entre ellas, algunas aparentemente más contenidas como Sin actividad (Ignasi Aballí, 2013), A Long Day for the Form (David Maljovic, 2012), o Fear (Nedko Solakov, 2003) conviven con propuestas en principio más pictóricas como Lichtzeang (Daniel Steegman Mangrané, desde 1998), My Frontier is an Endless Wall of Points (After the Mescaline Drawings of Henri Michaux) (Joachim Koester, 2007), o Filipa Nomoro y Edwin Romualdo (José Díaz, 2013). Pero ninguna, pictórica o sobria, son simplemente forma. Quizá sea esto lo que habría valido la pena recordar al público: que aunque en este caso se intente obviarla, los integrantes de la comunidad sí tienen cada uno una trama individual.
El diseño de las salas incluye una serie de mensajes escritos en grande, dirigidos al público, con los que se fomenta una lectura abierta de la muestra. ¿Pero no es algo que haga siempre el público, eso de hacer una lectura propia de las obras? Por encima de las guías que normalmente proporciona el discurso curatorial de toda exposición, quiero creer que nadie reprime la inclinación natural a entender desde su cuerpo. Quizá los no iniciados sean, incluso, quienes más dispuestos están en general a alternar entre los dos juegos. Quizá a quienes esté dirigida la invitación de llenar las formas desde la propia subjetividad sea a aquellos que, por deformación profesional o demasiada convivencia con ciertos discursos, perdimos la práctica.
Pero lo importante es que Hontoria recalca la especificidad de la propuesta. Es por ello por lo que hacer un ejercicio de defensa de la autonomía del arte hoy no es igual que hacerlo en los años cuarenta. Ni en los sesenta. Esa ilusión está enmarcada en el primer caso en una llamada al orden mediante la persecución de la pureza universal de la forma del arte –para algunos necesaria tras tanta perversión-; en el segundo, es la dogmática inocencia de creer que tras la revolución de los regímenes estéticos la abstracción extrema de las formas hechas texto será norma. Ambas comparten un sustrato universalizante que es lo que precisamente les sitúa en el pasado. Es porque cada acto enunciativo define hoy sus propios parámetros de existencia, que podemos ir a una expo en la que se reivindica «un arte basado en la más pura y sincera espontaneidad» y no pensar que, de verdad, nos están pidiendo que olvidemos nuestro cuerpo. Merece la pena hacer el viaje, entrar en la comunidad ficticia un rato y dejarse llevar.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)