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Hablar de un premio al activismo artístico o de la calidad exportable del arte político argentino sería de un sarcasmo fuera de lugar en un diario de tirada masiva. Por eso el suplemento de cultura del Diario Clarín de Buenos Aires se refirió al «salto a la fama» del grupo Etcetera (que había recibido un subsidio de 30 mil euros para un proyecto comunitario), elidiendo el significante «activismo» y subrayando el carácter participativo de sus acciones.
Hasta aquí, la noticia no sorprende. Si los Tupamaros o los artistas de Tucumán Arde tardaron algunas décadas en recibir una consagración académica e institucional, el período que va de la documenta X a Occupy Wall Street parece haberse caracterizado por una profesionalización acelerada del activismo político, cuyo siguiente paso (a juzgar por alguna gacetilla de Art & Education) parece moverse del marketing para jóvenes hacia el mercado de los masters y programas de curaduría. Con esta perspectiva en mente, valdría la pena releer aquellos textos de no hace tanto, que celebraban la utopía de las prácticas artísticas post-estudio, y el arte fuera del espacio del taller, como quien leyera documentos obsoletos de la historia del atletismo amateur.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)