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La proclama desde el campo político de que en Berlín se organizaría una gran exposición con su joven e invisible creatividad artística, así como que se abriría un centro de arte con este motivo, desató algo así como una revolución entre los agentes de la ciudad. Frente a una voluntad de instrumentalización política, múltiples reuniones y debates están planteando el papel de artistas y agentes artísticos desde la base en la formulación de la ciudad.
El pasado día 29 de Enero, un domingo, tuvo lugar en Berlín la presentación del manifiesto «Haben und Brauchen» (tener y necesitar). Un escrito que toma deliberadamente la forma de un panfleto, un folletín en blanco y negro de 9 páginas, que vendría a ser el primer «resultado» de las discusiones, debates y reuniones que desde diciembre de 2010 se han ido sucediendo bajo el mismo nombre en Berlín.
El detonante de el comienzo de la actividad de un conglomerado de personalidades y colectivos dedicados al campo de las artes y cultura en Berlín en su vertiente más político-crítica cabría apuntar, fue el anuncio por parte del alcalde Klaus Wowereit de la convocatoria de lo que por entonces se llamó «Leistungsschau junger Kunst aus Berlin» (certamen de arte joven de Berlín). A través de este llamamiento, el alcalde de la ciudad instaba a los artistas jóvenes residentes en Berlín a formar parte de una ¨macro-exposición¨, convenientemente organizada pocos meses antes de las elecciones municipales, cuya pretensión era dar el merecido espacio y atención a la creciente comunidad artística de la capital alemana.
Como parte del proyecto, o más bien, como container para este contingente/conveniente resultado se planteó la construcción de «El» centro de arte contemporáneo de Berlín, ya que, según el ejecutivo, no existe en la ciudad un espacio adecuado para la exhibición de la profusa y vanguardista producción artística que se da lugar en este momento en Berlín.
Como era de prever ante semejante arrogancia, instituciones, galerías y espacios autónomos diversos, algunos de ellos con más de 40 años de andadura, no perdieron tiempo en reclamar el reconocimiento a la labor que realizan, así como subrayaron los obvios intereses electorales detrás de la convocatoria. En una gélida noche de diciembre, en el ahora inexistente espacio independiente Basso, empezó lo que después pasaría a llamarse «Haben und Brauchen».
Representantes de espacios como Ngbk, Kunstraum Kreuzberg Bethanien, Salon Populaire, así como artistas y comisarios, se reunieron con el fin de denunciar los errores, reclamar los logros y contestar a la cuanto menos conflictiva afirmación de Wowereit acerca de la insuficiencia del espacio existente para la cultura contemporánea en Berlín, revolviéndose ante el intento implícito a través de esta maniobra de apropiación de una creación que históricamente ha tenido que organizar sus propios recursos para existir.
La exposición pretendida por el alcalde finalmente tuvo lugar, con otro nombre -«Based in Berlin»-, en 5 lugares diferentes en vez de uno, y bajo una exultante ausencia de concepto. Sin embargo, las demandas enunciadas por «Haben und Brauchen», recogidas en una carta abierta al alcalde y firmadas por artistas, representantes institucionales y comisarios, fueron ampliamente implementadas en el programa (si bien este hecho fue facilitado por un drástico recorte de presupuesto para el proyecto): entre ellas, la inclusión de diversas instituciones como espacios expositivos.
La pregunta de muchos, entre los que me cuento, fue si con este gesto se había enmendado el problema, si tras el reconocimiento a la presencia y labor, si después de la denuncia al vacío de contenido, los intereses políticos y los daños colaterales, como el brutal proceso de gentrificación que implacablemente se está produciendo en Berlín, con un apaño paliativo como es la inclusión de ciertos espacios más por necesidad que por deseo, las voces críticas que finalmente se habían alzado habían que de darse por contentas.
Las instituciones participantes rechazaron cualquier responsabilidad o vinculación curatorial con la exposición, argumento alegado como excusa ante la pregunta de por qué dar cabida a un proyecto de estas características. Sin embargo, no se puede eludir la responsabilidad que conlleva el albergar y avalar una iniciativa mediante la ignorancia voluntaria sobre su contenido, más aun cuando las circunstancias en las que ésta se contextualiza son hasta tal punto cuestionables.
A pesar de todo, si hubiese que recapitular, quizá «Based in Berlin» trajo mejores resultados de los que una podría haber entonces imaginado, especialmente por lo inesperado. La acumulación de problemas y conflictos del mundo del arte encarnados por «Based in Berlin» consiguió reunir a los desconformes, hartos y voluntariamente excluidos de la manera en que la lógica neoliberal fagocita el arte contemporáneo.
Aquellos que deseaban afrontar y tratar de verbalizar la confusión e impotencia que la situación en la que nos encontramos conlleva, decidieron seguir unidos, encontrarse periódicamente para hablar, debatir, ganarle tiempo al capital y aunar fuerzas. Así, los encuentros de «Haben und Brauchen» se han ido sucediendo en lugares como Salon Populaire, General Public o Ngbk, empeñados en agruparse y discutir las circunstancias con las que artistas, comisarios y otros trabajadores de las artes han de negociar diariamente: la falta de reconocimiento laboral a su trabajo mediante contratos, salarios, regulaciones y participación en la seguridad social, por ejemplo.
«Haben und Brauchen» no es la primera iniciativa que recalca tal explotación. Organizaciones como la neoyorkina W.A.G.E, la sueca The YES! Association o la holandesa CASCO llevan tiempo reclamando, entre otras cuestiones, la regularización del trabajo artístico según los sistemas laborales sindicales, así como la puesta en práctica de contratos y honorarios por exposición para los artistas. Es obvio que la economía de mercado juega un papel determinante en la valorización del arte, sin embargo, exceptuando aquella minoría que ha constituido de su nombre una multimillonaria franquicia, los trabajadores de las artes, especialmente artistas y comisarios independientes, son ejemplos de explotación contemporánea: sin horarios, sin jornadas laborales ni semana, trabajando con la única motivación de realizar un proyecto y aguardar a que un futuro incierto reconozca su labor invisible.
Son estas características las que han hecho del artista el modelo de esa entelequia repetida hasta la saciedad por la maquinaria de formación capitalista: el emprendedor, que se entrega por la consecución de su proyecto, trabajando sin limite, sin salario, sin horario y sin pensión.
Son muchas las voces que gritan que si el arte carece de un movimiento obrero y sindical habrá que inventarlo, habiendo ya proyectos concretos para la creación de sindicatos de artistas, algunos de ellos históricos, como es el caso de Artist’ Union en los Estados Unidos o el Bundesverband Bildender Künstlerinnen und Künstler en Alemania. Por otro lado, también son muchos los que rechazan esta posibilidad, alegando que la introducción de un organismo sindical implicaría un aparato de control difícil de prever y limitar.
De cualquier manera, la proliferación de estas iniciativas es necesaria para tratar de contrarrestar organizadamente a la incontestable transformación de la concepción del trabajo que se está produciendo. Estructuración y re-unión, reformulación de un común más allá del asimilacionismo que provea de diversidad y fuerza para afrontar el evidentemente complejo panorama, mediante el dialogo, la crítica, el debate y la comunidad.
A pesar de todo, cabría hacer un último apunte al entusiasmo e interés despertados por las reivindicaciones y denuncias recogidas por Haben und Brauchen, y es que no puedo dejar de pensar que, al igual que el día en el que el manifiesto se presento públicamente, hoy me encuentro escribiendo esto, en domingo.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)