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«Acepto mi disolución en el plasma ardiente de la materia. El resto es turbulencia.
El silencio eterno de estos espacios infinitos me tranquiliza».
Michel Serres[1]Serres, Michel. The Birth of Physics (Manchester: Clinamen Press, 2000), 38.
Lo que podría ser.
Una presencia plasmática nos rodea. Su densidad viscosa se extiende por las superficies, retomando el círculo de la evasión acuática. Su horizonte es incierto: esta masa se extiende más allá de los territorios vistos, delimitando vapores y materia con una continuidad persistente. Su superficie tiene una cualidad especular, que la transmite con una bruma intensificada, fundiendo su posible contorno con el horizonte en constante expansión, y omitiendo así los profundos secretos sumergidos bajo ella.
Ocultando su presencia, este fantasma plasmático permite la emergencia de un abismo profundo de absoluta transmutabilidad: define territorios precisos, borrando otros, y rodea islas, absorbiendo luego muchas otras. Es a la vez molecular y un continuo, forma y disolución. Más allá de las limitaciones de la certeza heliocéntrica, esta materia viscosa parece anunciar la presencia de alguna otra fuente, aún desconocida.
Se mueve.
Con una dirección imprecisa, esta masa incógnita reverbera infinitamente bajo un ritmo constante. Su oscura viscosidad fluye sin cesar, pulsando a través de la noche terrenal, avanzando, sin cesar. Su constitución cristalina le confiere una frecuencia armónica única, un zumbido eterno, que balsamiza los contornos sólidos de aquello que rodea. Inquieta, la presencia resonante de esta masa viscosa marca un tempo, lanzando un hechizo hipnótico sobre quienes se atreven a escucharla, incitando en ellos una urgencia inestable hacia el más allá.
Su superficie está electrificada por un impulso secreto, una señal continua que pulsa a través de la fluidez, siempre transgrediendo en continua fluctuación a través del tiempo planetario, a la deriva en un latido geosincrónico que expresa el infinito.
Dotada de un comportamiento de marea, esta masa pulsante parece anunciar la inminencia del núcleo terrestre, a través de las frecuencias de eco de un tempo no reconocido, se eleva como una observación cosmológica.
Su presencia está cargada.
Estático y sin embargo en movimiento, evaporándose rara vez en otra cosa, este elemento tiene un contorno enigmático que se disuelve y se forma de nuevo, transfigurando siempre su presencia en otra cosa. Filtrado por la evaporación y posterior condensación, traspasa toda la materia afectándola de manera fantasmal, a la vez inefable y catastrófica. Esta masa fluye constantemente con un impulso secreto. Su pulso desencadena un campo inconmensurable en movimiento infinito, transubstanciando elementos en nuevas formaciones, transformando todo lo que la rodea.
Su presencia está altamente cargada, es una superficie viscosa en constante adaptación que se polariza de manera cristalina. Es una membrana viva en constante trepidación, ondulando hipnóticamente, sin origen asegurado. Una membrana que emana, permanentemente, con un pulso similar al voltaje alterno de la corriente eléctrica, reactualizando su correntío continuamente, implicando una actualidad, una continuidad de sentido, de potencialidad cinética. No está ni centralizada, ni dispersa, sino intermitentemente entrelazada y pluralmente generada. La vibración sutil de esta materia nunca se desvanece, ni siquiera en sus rincones más distantes.
Esta entidad es magnética: es un resto plasmático de procedencia interestelar, una sustancia fluida gobernada por lo sobrenatural. Es a la vez fundamento y abismo, vapor tanto palpable como desvaneciendo. Está cargado de energía indómita, es un interludio para la catarsis, una fuente cinética de eternidad. Es una llamada del universo, una forma reeditada del devenir, un tumulto rítmico hecho visible. Esta membrana manifiesta la posibilidad de la transubstanciación, invitando a la materia a su propia disolución y al destino de su propia transformación. Es un manifiesto de conexión cosmológica, una prueba de energía vital, un brote de eterna mutabilidad.
La materia está en permanente agitación. Todo está en un flujo continuo, disolviéndose a través de un espacio sin bordes en constante expansión, entrelazándose continuamente, bajo las reglas de la colisión y la transformación. La conductividad universal está posibilitada por el impacto de órbitas interiores omnipresentes, frases gravitatorias puntuadas por el azar y la degeneración de las formas. La materia está en permanente agitación. Se acelera, alcanza estados de entropía caótica y muta permanentemente. Todos los estados de la materia están inmersos en circuitos continuos. No hay sensación de cierre posible, ni de estasis.
Los elementos se desencadenan en movimiento según los ritmos inherentes a la ciclicidad y la reverberación. La continuidad de estos acontecimientos está asegurada, al igual que la polaridad del día y la noche está implícita en la influencia heliocéntrica. Las esferas chocan y combustionan de acuerdo con estados desconocidos de impacto. La confluencia magnética está ligada por todas partes.
Las cosas se encuentran en un estado permanente de efecto comprometido. Transversalmente, este correntío plasmático, que se transmite a través del azar de la forma, no es más que una prueba sintomática de conductividad elemental. Una prueba de una potencia transustanciadora que genera entidades siempre nuevas que colisionan en eterno movimiento.
Posibilidades más allá de la entropía.
Aparentemente inmune a la mayoría de los acontecimientos, esta masa plasmática reside en el espacio-tiempo con una coherencia unificadora.
La incertidumbre tiene su propio flujo. Reverbera por el espacio como un susurro cinético, fluyendo sobre las superficies, seduciendo a la materia y haciéndola temblar, bajo el régimen de la mutación permanente.
La inquietante inmensidad del océano desmonta las certezas con su superficie especular. Nos recuerda que hay que dudar de cualquier estado de solidez inmutable, ya que cualquier existencia indiferente no es más que un posible detonante de posibilidades infinitas, una fuente cinética de alto potencial transformador, un vector que aún debe encontrar su propulsión hacia el infinito.
Es el elemento resonante que tiende puentes entre el vacío y lo desconocido, el rastro indistinto de la trepidación celestial, el devenir desplegado de algo nuevo.
Pero, ¿y si las posibilidades siempre transustanciadoras de la entropía excesiva pudieran conducirnos a un estado aún desconocido de pura potencialidad?
La inquietud de la materia es su interminable posibilidad de transustanciación y su predisposición radical a convertirse en lo desconocido.
Ha llegado la hora de la apertura[2]Ibid, 68..
(Imagen de portada: generada por el editor usando simulador virtual de reacciones químicas Reaction-Difussion de Karl Sims).
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)