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Ulises, el gato que observa a Llewyn Davis

Magazine

23 enero 2014

Ulises, el gato que observa a Llewyn Davis

El último trabajo de los hermanos Coen ahonda en el incesante deambular de Llewyn Davis, un joven que apuesta por hacer carrera con su guitarra colgada al hombro e interpretando folk. En una semana de su vida, se mueve por el Greenwich Village en Nueva York, visita la oficina de su representante, canta en un escenario vacío en Chicago para intentar conquistar al reconocido mánager musical Bud Grossman, recorre solitarias carreteras en las que se atraviesan gatos… La rutina de ir de un lugar a otro sin encontrar que su música arraigue entre los espectadores y productores introduce una noción del vagar que no está vinculada con el no saber qué hacer. El personaje tiene claro a qué se quiere dedicar y no se doblegará ante otros. Itinera por el circuito del espectáculo con una convicción obstinada que parece gritarle que su única garantía es su vocación errante.

Pero atención: Llewyn Davis debe aprender algo de Ulises, el gato que se asoma en el filme como una sombra, la verdadera contraparte del protagonista. En realidad el que nos está hablando del presente. La presencia del gato que no maúlla, no ronronea, observa y de vez en cuando salta, nos advierte sobre una constante. Se trata de “lo animal” (idea recurrente en determinados textos de Jacques Derrida) y de los atributos que se le han negado en la tradición del pensamiento que nos arropa. “Lo animal” es proyectado de forma brillante por los Coen, a partir de la representación de los contrarios, de lo que diferencia en apariencia al animal irracional (aunque domesticado) de la persona. La puesta en escena de las potencialidades del reino felino y algunas de las limitaciones del músico dan pie a varias revelaciones.

Las apariciones del gato hacen circular una crítica sutil a la soberbia que ciega al artista. Y es que el mizo, desde su mutismo y con sus acciones (escabullirse y reconocer el camino para volver a casa), desvela la carencia de Llewyn Davis para observar y tomar en cuenta lo que le comunica el público, los amigos, la familia… Sin embargo, el apasionado del folk tiene algo de salvaje y felino: solitario, independiente, nada gregario e incluso se defiende y saca las garras cuando le parece oportuno. Pero le falta un atributo esencial: la observación y el olfato para orientarse y labrarse un camino. Por eso, quizá una de las imágenes más fascinantes de esta propuesta es la escena en la que Ulises, en brazos de Llewyn Davis, explora los túneles del metro de Nueva York. Fisgonea y a través de su mirada nos deja entrever otra cosa, siempre desde el ángulo de su espalda y con el movimiento de su cola. Los espectadores somos interpelados y se nos enuncia una renovada forma de mirar que ya no sólo atiende a lo que le pasa al antihéroe citadino.

Ulises, el gato, introduce en la película un desvío, el secreto de cómo moverse en el tiempo de la travesía. Es él, actuando en silencio (y sin sucumbir al canto de las sirenas), el que tiene cobijo, guarida y libertad, incluso entre tinieblas. Los Coen intentan dirigir nuestra atención a las apariencias disímiles. “Lo radicalmente otro es la presencia del animal.” Vuelvo a Derrida. Se trata de un tiempo en espiral, pero que deja escapar la idea de que la responsabilidad recae en mirar hacia otras singularidades, alejadas del ego.

Aymara Arreaza R. es una curiosa empedernida que hace del pasear, la lectura, la crítica del desplazamiento y las preguntas sus herramientas de trabajo. Es un híbrido de oficios: se expresa a través de la escritura, algunas imágenes propias, la docencia y proyectos de investigación que sustenta desde la construcción de las geografías más personales. Desde 2011 dirige www.rutadeautor.com

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