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Un día en las carreras. Miguel Palma en el CGAC

Magazine

10 mayo 2013
fotografía de David Silva

Un día en las carreras. Miguel Palma en el CGAC


El Centro Galego de Arte Contemporánea ha comenzado a celebrar su veinte aniversario de un modo discreto (sin exposiciones que llenen sus salas de ávidos consumidores de arte buscando con su teléfono instantáneas para las redes sociales), pero con una interesante apuesta con nombres menos conocidos que están dejando buenas sensaciones en un centro que parece resiste a duras penas la crisis. Una de esas exposiciones es la de Miguel Palma, artista portugués que hasta el próximo 26 de mayo seguirá perturbando la visita con sus atronadores dispositivos electromecánicos.

Sin embargo, el trabajo de Miguel Palma no se adscribe al rótulo luminoso de arte tecnológico; sus maquinarias son en muchos casos simples, y descubrimos un mayor interés por lo simbólico de ciertos dispositivos que por la búsqueda de avances técnicos. Palma es más historiador que buscador de tesoros.

Nos encontramos con una exposición temática en la que la evolución tecnológica y el modo en que ésta condiciona al ser humano establecen unos puntos comunes. Puede recordar lo absurdo de muchos de sus mecanismos a algunas situaciones que se daban en «Mi tío», de Jacques Tati o incluso en «Playtime». Se da una especie de burocratización del proceso mecánico. Desde el momento en que una máquina desarrolla la acción, aunque este desarrollo roce el disparate, queda totalmente justificado y el ser humano a su merced. Cada una de las acciones que llevan a cabo sus mecanismos es lineal, se interrumpe pero podría prolongarse en el tiempo, sin fin.

Partimos con ese flujo de agua continuado que encierra un trasfondo de avance a costa de la naturaleza –»Bypass»-, pero no deja de ser un ciclo cerrado de agua. Una fuente de bazar chino con un falso todo fluye. De nuevo es un eterno retorno. Ese eterno retorno puede comprobarse también en la serie de fotomontajes «Up and down» en los que narra la hazaña de la llegada a la luna como ascenso y el descenso desde la estratosfera. Subir y bajar.

Recuerda por momentos al trabajo de Roman Signer; sin embargo éste fija un fin que en Miguel Palma no suele darse. Está por tanto la relación con Signer más basada en lo cómico que en lo procesual. Esto se ve claramente en «Suspenso», la performance con la que abrió la exposición. En ella, arrastrado por un motor, Palma se deslizó por el hall hasta que la pared le obligó a cambiar la trayectoria. A media altura, el motor se detuvo, y suspendido de un arnés, permaneció impasible ante la mirada del público que esperaba a que pasara algo. No pasó nada. Podría haber permanecido horas allí colgado, el mensaje sería el mismo. Tras esa acción desconcertante, accedimos a la sala principal y nos encontramos un avión cargado de bombas que giraba como un tiovivo sin un principio ni un fin. «Suspenso» nos habla de ese tiempo detenido, pero también de antecedentes claros. Nos habla del origen de los ‘happenings’, de la arqueología que a día de hoy practica el museo con esas acciones pasadas. Seguimos conservando los objetos implicados en la acción y todo tipo de documentación. Aquí, tras la acción, queda el vídeo y el arnés que pende de la pared, como si se tratase de una obra.

Uno de los puntos fuertes de Miguel Palma es sin duda el tratamiento del soporte, de la peana como parte indispensable. Desde el «azul boxes» que elige para disponer el kart de «Gravidade» hasta la utilizada en su «Already made» para otorgar esa categoría de objeto artístico a una gran pelota de pegatinas de neumático, elaborada durante tres años y comprada a los mecánicos de un taller.

Palma ha ocupado también el temido Doble Espacio con «Plataforma», una instalación de grandes dimensiones a cuya monumentalidad indiscutible se suma un detalle que resulta indispensable. El espacio, que ha funcionado a lo largo de estos veinte años como un caramelo envenenado, ha dejado grandes intervenciones y otras que se han comido al artista literalmente. Probablemente una de sus condicionantes, más allá de sus enormes proporciones, sea la existencia de esa pasarela que de obviarse puede desbancar totalmente al artista y a su propuesta. En el caso de Miguel Palma, el simple hecho de utilizarla como nexo, fijando entre ella y la obra un cable de alimentación eléctrica, posibilita que se genere el diálogo, otorgando a la pasarela un papel protagonista.

Interesante declaración de principios. Palma no utiliza la tecnología como manera de generar una maquinaria basada en el alarde técnico. Busca que el espectador comprenda, como si de un museo de ciencias se tratase, la construcción del objeto. Actúa como un mecánico que nos explica la naturaleza del fallo y su reparación. No es anecdótico, vivimos actualmente en un encriptamiento extremo del trabajo del artista. Accedemos al museo y se nos exige un conocimiento en profundidad de lo que nos vamos a encontrar dentro. Miguel Palma nos ofrece entrar en la obra, acceder al taller de un inventor loco y descubrir las claves del trabajo de un niño que aunque ya no es niño, sigue jugando a ser astronauta, a entretenerse con mecanismos absurdos o a observar los aviones con la mirada perdida. Con el brillo en los ojos de quien lo hace por una necesidad vital.

Ángel Calvo Ulloa nació en un lugar muy pequeño plagado de infames personajes. En la facultad en la que realizó sus estudios jamás le hablaron de la crítica ni el comisariado, por eso ahora dedica sus días a leer, escribir y de vez en cuando hace alguna exposición. Adora viajar y sentirse pequeño en una gran ciudad. También adora volver a casa a odiar de nuevo ese pequeño lugar.

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