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El urubú es el legendario buitre brasileño y americano, comedor de carroña celebrado tantas veces por el tropicalismo como epítome de las posibilidades culturales de la antropofagia. Una relación sexualizada y culinaria con la tradición lo convirtió en tapa de una exitosa discografía que a su vez iba a volverse marca-país y permitirle a Brasil terciar en los mercados globales de materias primas y significados.
Según Daniela Castro, los urubús son la especie dominante, el predador máximo. Es 2030; la evolución genética y la crisis ecológica global los han convertido en una súper clase de comedores de hígados de los que se escapa una bohemia humana aletargada, con los hígados suficientemente consumidos por el alcohol. En el texto escrito para la exhibición «Capacete» en Portikus, el desarrollo económico brasileño se convierte en un problema global: un texto antropofágico en sí mismo.
Como parte del año Brasil instigado desde la feria del libro de Frankfurt, Portikus le abrió las puertas al complejo de entretenimientos artísticos animado desde Río y São Paulo por Helmut Batista, que ya lleva quince años en la faena de generar interconexión mundial y establecer relaciones de abuso mutuo con la institucionalidad brasileña. Junto a la exhibición, de la que el texto de Castro es parte, Capacete toma las riendas de la notable institución emplazada en la isla del Meno. Portikus se convierte así en la sede temporal del club carioca; la cocina se abre y los espacios de exhibición se cargan de humoradas tropicales e historia nacional brasileña: no faltan el Cristo Rey ni una buena selección documental sobre Rogélio Duarte y el movimiento tropicália.
Al cruzar la puerta de entrada sobre el viejo puente, la exhibición recibe al público con el aroma de la ruda instalada en montantes giratorios de Alexandre Voglers, y con discernibles ecos de otras obras que pasaron por allí: imposible no pensar, al menos, en los cactus de Simon Starling, ni dejar de compadecerse, al salir, de las pobres gaviotitas blancas que planean sobre el río. ¿Serán alguna vez, ellas también, víctimas o predadores de las enmarañadas ecologías culturales del estado?
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)