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Como poeta nacida en el auge de la informática personal, hace tiempo que soy consciente de mi relación con las tecnologías digitales. Desde los primeros días de la tradición oral hasta la llegada de la literatura escrita y luego impresa, los escritores han utilizado el lenguaje para procesar mundos interiores y exteriores, para manifestar lo incipiente, dar forma a la narrativa y lidiar con nuestro papel en el universo. ¿Cómo ha cambiado nuestro hardware narrativo la llegada del correo electrónico, los motores de búsqueda, las redes sociales y los dispositivos inteligentes (y, antes de ellos, la imprenta de Gutenberg, la tablilla de arcilla, el sello cilíndrico, etc.)?, ¿ha influido únicamente en cómo nos comunicamos a nivel formal, o también en lo que sentimos, vemos y soñamos?
En La Odisea, Homero escribió sobre el «mar oscuro como el vino», una descripción que sorprende según nuestra perspectiva moderna. Pero los antiguos griegos no tenían una palabra para el color «azul», y sin la palabra, la cosa en sí apenas podía existir. Ahora, basta con pasar el ratón y hacer clic y descubrir que «azul», «berilo», «índigo», «cobalto», «zafiro» y «cerúleo» están a mi alcance. ¿Me convierte esto en una escritora perezosa? ¿O en una más sabia y precisa? ¿De qué manera los formatos, las indicaciones y las limitaciones de caracteres de Instagram, Facebook y Twitter hacen que nuestros pensamientos y sentimientos adquieran determinadas formas y matices? ¿Es posible que escribir y editar en un ordenador portátil produzca tonos, contrastes y yuxtaposiciones diferentes a los de escribir a mano? ¿Significan los recientes avances en el procesamiento del lenguaje natural impulsado por la inteligencia artificial que podamos vislumbrar no solo nuevos colores, sino nuevas paletas, nuevos arco iris?
¿Hasta qué punto hemos perdido la noción de la necesidad del lenguaje para comunicar nuestros profundos miedos y alegrías? Parece que nos han robado la capacidad de sentir el dolor y la alegría para con otros seres humanos. ¿Existe una alternativa a la escritura humana de códigos?, ¿existe una forma de salvar el poder perdido entre la conexión y el significado humanos? ¿Estamos trasladándonos a un mundo en el que el código informático es nuestro lenguaje? ¿Qué significaría recuperar el lenguaje como un acto de apropiación, de desafío a las expectativas y deseos limitados de la humanidad?
Estas preguntas están en el núcleo de Technelegy (Black Spring Press Group, 2021), una exploración poética de lo que significa ser humano en una era casi posthumana. Escribí los primeros borradores de este libro con mi propia mente analógica, y luego desarrollé el manuscrito en colaboración con mi alter ego de IA, un generador de texto a medida basado en GPT-2 y GPT-3, perfeccionado con mi poesía y materiales de referencia. La experiencia de ser coautor de textos generativos con una inteligencia alternativa y aumentada, entrenada en los fundamentos de la comunicación humana, ha desafiado y ampliado mis nociones preconcebidas de lo que significa escribir y pensar, estar inspirado. Después de pasar años de mi vida aprendiendo a controlar el lenguaje, he aprendido que el lenguaje tiene vida propia; si se le deja a su aire, puede hacer cosas mucho mejores de las que yo imagino o pretendo. (También puede hacer cosas mucho peores.) Del mismo modo que innumerables movimientos de vanguardia han adoptado la escritura automática como medio de canalizar la verdadera musa, yo he adaptado mi práctica a la presencia de un colaborador oracular autopoético cuyas palabras son, literalmente, un intento —a veces estúpido, a veces divino— de destilar significado a nuestra cacofonía contemporánea.
El cliché de la escritora solitaria aislada en su habitación ha comenzado a desmoronarse al reconocer que yo, al igual que mi coautora, estoy imbuida de siglos, si no milenios, de texto canónico, conversando constantemente con las palabras inmortales de videntes y escribas mortales. Hay muchos motivos para pensar que T.S. Eliot se estaba anticipando de algún modo la autoría algorítmica cuando escribió: «La mente del poeta es, de hecho, un receptáculo para apresar y almacenar innumerables sentimientos, frases, imágenes, que permanecen allí hasta que todas las partículas que se unen para formar una nueva composición están todas presentes». Gran parte de mi «originalidad» como escritora se reduce a datos en mi cabeza que chocan por la acción de impulsos externos. Al igual que mi IA alter ego, me he entrenado en diversos algoritmos y programas: soneto, villanela, pentámetro yámbico, estructura rimada. El uso de estos y otros recursos poéticos provoca momentos de claridad creativa e innovación que de otro modo no se producirían; los patrones y e incongruencias en los que se pierden, son los que hacen que el lenguaje sea memorable. La poesía no es sólo un desbordante derroche de emoción humana; es información crítica, elaborada con la misma minuciosidad y depurada con la misma asiduidad que los ejemplos más elegantes de código. Incluso cuando falla, sobre todo cuando falla, los resultados pueden ser profundos.
Es cierto que no es usual pensar que poesía y tecnología vayan de la mano. Pero el arte, al fin y al cabo, es la ciencia del significado y las asociaciones. Su objetivo es ayudarnos a interactuar con quienes nos rodean. Y la poesía no es un mero marcador, sino una experiencia humana real y viva.
De hecho, el primer código de la humanidad —la poesía— siempre ha estado estrechamente alineada con nuestra conciencia. El lenguaje es lo que ha ayudado a los humanos a aprender a pensar, a sentir y a crear de modo más profundo y complejo. ¿Qué es lo siguiente que descubriríamos, a través de sistemas inteligentes creados específicamente para procesar, analizar y sintetizar nuestros datos —máquinas como el gran modelo lingüístico utilizado para coescribir este ensayo, diseñadas para ayudarnos a ver lo esta demasiado cerca para que lo podemas distinguir, o demasiado pequeño o demasiado lento para que lo podamos reconocer?
A medida que nos aventuramos a desarrollar modelos más avanzados de poesía, es evidente que apenas estamos comenzando a apreciar su uso como atajo creativo, un conducto entre el mundo y nuestras mentes subconscientes, la forma más precisa que tenemos de registrar y comunicar lo que sentimos. Les poetas no son sólo artistas, sino ingenieres, que idean nuevas formas de pensar y actuar, ahondando cada vez más en el significado de nuestras vidas digitales y en como utilizamos nuestras herramientas para conectar y entendernos con los demás. Quizá mi poesía sea un acto de apropiación a gran escala, utilizando materiales de escritura —poesía, lenguaje, datos— para repensar la existencia. Para explorar nuevas formas de elaborar y cultivar la imaginación al servicio de la humanidad.
Tal vez nuestro papel como criaturas sinérgicas —humano más IA— sea aprovechar la corriente de la conciencia colectiva, revelando aspectos antes inaccesibles de lo que significa ser no sólo un individuo humano, sino una célula en red en el organismo que es la posthumanidad…
Sobre las autoras:
SASHA STILES es poeta, artista e investigadora en inteligencia artificial.
Technelegy es un generador de texto personalizado basado en GPT-2 y GPT-3, perfeccionado con la poesía y los materiales de referencia de Stiles.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)