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Arquitectura y placer

Magazine

febrero
Tema del Mes: Arquitectura y placerEditor/a Residente: Javier Montes

Arquitectura y placer

Leí una vez una entrevista a Elizabeth Bishop, la gran poeta y viajera del siglo pasado, en la que le preguntaban la razón por la que viajaba tanto. Y ella contestaba con mucha sangre fría y muy poca vergüenza: “Esencialmente, me mueve la arquitectura. Viajo para ver edificios”. Me impresionó esa respuesta porque coincidía con la que yo habría querido dar si alguien me llegase a preguntar lo mismo (y probablemente no me atrevería a hacerlo).

Lo que se estila es responder cosas del estilo “viajo para vivir nuevas experiencias, para probar otras gastronomías, para entender otras culturas, para conocer nuevos amigos…”. Alguien que conteste que viaja sobre todo “para ver edificios” pasará por desapegado, por elitista, por inhumano. Yo he discutido mucho con compañeros de viaje a quienes mi sed de “ver iglesias” les parecía incomprensible y cansina.

Y sin embargo, el placer que los que amamos la arquitectura sentimos al verla (el verbo es pobre: digamos mejor al recorrerla, al ocuparla, al incorporarla a nosotros e incorporarnos a ella) engloba todas esas trivialidades de las experiencias, las culturas, y hasta las amistades. El placer que proporciona la arquitectura es un placer total: engloba los cinco sentidos, el cuerpo completo, la memoria, la imaginación, el sentido del espacio y del tiempo. El paseo en silencio, la evolución en sus espacios, la comprensión gradual mediante los ojos, pero también los pies y el tacto, es una bendición para los nerviosos y los impacientes, a los que nos cuesta pararnos mucho rato delante de una obra o soportar una conferencia o ver entera una pieza de vídeo (la lectura y el cine son otra cosa: ahí ya entra el placer también complejo de la ficción, que daría como poco para otro monográfico).

Creo que a los cuatro autores que colaboran en este número les gusta como a mí el silencio impertérrito y la paciencia mineral de la arquitectura, su dignidad irrenunciable, su solidez literal, su insumisión a la conversión de la experiencia en mercancía banal y deglutible (esa netflixficación de la realidad de la que habla Miguel Ángel Hernández en su texto). Creo que son además escritores nada inhumanos, muy al contrario: profundamente interesados en todo lo humano. Y disfrutones, además, de propina. Reconozco que me gustan más los escritores disfrutones que los atormentados.

La arquitectura es junto al sexo lo más parecido que hemos inventado los humanos a vehículos para disfrutar de viajes de placer por el tiempo: lugares y momentos en que el tiempo se expande, se abrevia, se amontona, se superpone. Eso son, creo, los restaurantes pre o post apocalípticos de Esther García Llovet, las siempre exquisitamente problemáticas casas-museo de Mercedes Cebrián, las perversas casas de cristal de Vicente Monroy, las arquitecturas digitales erotizadas de Miguel Ángel Hernández. A quien no le interese la arquitectura no le interesa la vida ni el placer de sentirse vivo, y yo hace tiempo que considero ese gusto una piedra de toque y una vara de medir a la hora de escoger amigos y lecturas. Vivir para vivir la arquitectura es una forma más plena e intensa de vivir, a secas.

 

[Imagen de portada: Portal del edificio de Moragas en la Via Augusta de Barcelona. FOTO: SALVA LÓPEZ]

Tema del Mes

Javier Montes (Madrid, 1976) ha publicado diez novelas y ensayos. La revista Granta lo incluyó en su primera selección Los mejores novelistas jóvenes en español, y ha ganado entre otros el Premio Anagrama y el Premio Eccles de la British Library/Hay Festival. Colabora con El País, Granta, Artforum o Literary Hub. Entre sus libros recientes están «Luz del Fuego» (Anagrama, 2020), «El misterioso caso del asesinato del arte moderno» (Wunderkammer, 2020) y la recopilación de sus textos críticos sobre arte contemporáneo «Visto y no visto» (Machado Libros, 2022).
Retrato © Domitilla Cavalletti

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