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A principios de esta semana, Le Monde publica una tribuna firmada por 100 mujeres francesas a favor de la libertad sexual y de la seducción a la francesa. Según las firmantes, entre las que se cuentan la actriz Catherine Deneuve y la escritora y crítica de arte Catherine Millet, el cúmulo de acusaciones contra Harvey Weinstein que dio lugar al movimiento #MeToo (y en Francia, a #BalanceTonPorc – denuncia a tu cerdo) ha desencadenado una caza de brujas y una ola de puritanismo que victimiza a las mujeres y las convierte en “objetos frágiles”. Las críticas al manifiesto no se han hecho esperar en las redes sociales, pero también en otros medios de comunicación franceses e internacionales.
Estas mujeres no se identifican con #MeToo, les parece bien que se libere la palabra pero “cuidado con ir demasiado lejos”. Dicen que la violación está mal pero que el flirteo pesado o torpe no es un delito y vaya, que #NotAllMen. Que lo de frotarse en el metro lo tenemos que entender porque es una muestra de miseria sexual, que ya cada una es mayorcita para salir de situaciones incómodas y que “del trauma de la violación también se sale”. Esto último lo ha dicho nuestra colega Catherine Millet, que también ha dicho que ojalá todavía se le frotaran en el metro, que siendo tan vieja ya no le pasa. Al parecer, el rol de las mujeres en ese juego de la seducción francesa que el manifiesto reivindica, un juego enraizado en una asimetría entre los sexos, es el de ser objeto de deseo y poco más. Hablan de placer pero no de consentimiento. ¿Dónde queda el derecho a no ser importunada?
Las mujeres firmantes muestran una total ausencia de solidaridad con aquellas que han sufrido y sufren abusos, una falta absoluta de empatía con las víctimas de agresiones sexuales fruto de la inconsciencia de las violencias que padecen muchísimas personas por el mero hecho de ser mujeres. Lo que en el fondo revela este manifiesto es que #FriendsWillBeFriends y que los de una misma clase tienden a protegerse entre ellos; revela que estas mujeres cultivadas y poderosas, a las que se escucha y respeta por ser personajes públicos del mundo del arte y la cultura, han alzado la voz para defender a los suyos, hombres blancos en el poder; revela que la seducción a la francesa, de la misma manera que el laicismo a la francesa, funciona como arma para tratar de mantener callados y complacientes a los subalternos: a veces las mujeres, otras veces las minorías racializadas.
Le Monde, y su tribuna, constituyen una manifestación más de la solidaridad interna de las élites, un mecanismo de defensa que se pone en marcha siempre que sea necesario proteger sus privilegios. Aquellas que no viajan en metro, que no temen por su trabajo, ni por no llegar a fin de mes, nos dicen que un gesto o un comentario inapropiados no son para tanto. Si las actrices americanas han puesto su imagen pública al servicio de las voces silenciadas, en Francia las mujeres de la élite cultural hacen todo lo contrario, como ya han hecho en el pasado defendiendo a Roman Polanski, a Dominique Strauss-Kahn y a tantos otros de los que se ha hablado menos.
Andrea Alvarado Vives, del fanzine feminista Bulbasaur, desmontaba en pocas frases el mito de la Francia moralmente avanzada en un post de Facebook. Es cierto que no están tan allí en igualdad de géneros: ellas no pudieron votar hasta 1944 y siguen tomando el apellido del marido cuando se casan. Ante las acusaciones al feminismo de ser un puritanismo a la altura del extremismo religioso, como las de las 100 francesas sexualmente liberadas en su manifiesto, cabe ponerse interseccional y recordar las polémicas recientes a propósito de las actividades no-mixtas de las asociaciones Mwasi (afrofeminista) y Lallab (de mujeres musulmanas), que fueron acusadas por discriminación siendo ellas las discriminadas y marginadas desde el principio.
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