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Las miradas más cálidas dentro de la Berlinale 74 buscaban los talismanes y los altares, la esperanza en la reencarnación y la amistad como el Edén. El gesto principal fueron las manos palpando el mundo: a los muertos, a los recién nacidos, al enemigo, a los huérfanos. Una provocación del festival para que el cine que nos vea este año nos convoque a sentir la existencia del mundo entero mudando, quebrándose y resucitando bajo nuestras manos.
Después de diez días de cine, escribo aquí tres ideas fundamentales que resonaron entre algunas de las obras presentadas en el festival y que, inevitablemente, se harán brújulas del cine que nos depara este año y las historias porvenir.
1. Deshacer el destino
Siempre es emocionante encontrar películas que quiebran ese cierto sistema que es el destino. Que nos demuestran que la vida no es solo una secuencia de causas y de consecuencias. Cuatro películas brillaron en la Berlinale bajo el impulso de personajes dispuestos a quebrar la vida y el futuro que, se supone, deberían asumir.
Vogter, del danés Gustav Möller, es una película de la que es imposible no salir ileso. Eva es guardia de seguridad en una prisión a la que transfieren al asesino de su hijo. Comienza su descenso al infierno: a la venganza. La película se mueve bajo el gran dilema que la humanidad no ha sabido responder: ¿cómo castigar al otro? Nos revela que ese invento que tuvimos de la cárcel es tan insuficiente como ridículo. Nos pone las manos sobre el ser maldito. Una película para pensar en el deleite en esa cosa extraña que es el castigo y de su apariencia de justicia mientras se quiebra el pecho y se contraen las heridas.
My favorite Cake[1]Premio Federación Internacional de la Crítica de Cine (FIPRESCI): My Favourite Cake, de Maryam Moghaddam y Behtash Sanaeeha (Irán, Francia, Suecia, Alemania) del dúo iraní, Maryam Moghaddam y Behtash Sanaeeha, es una película bajo la hermosa idea de, un día, levantarse y decidir cambiar de vida. Mahin, una mujer de 70 años, una mañana sale de su casa, se fija en un hombre de su edad, lo espera y lo invita a su casa para vivir las mejores horas de su vida. Aquí se derriba, con facilidad, la idea de que el amor es casualidad y que solo le pertenece a la juventud. La película, como la vida, contiene una cruda advertencia: ese paso al amor, a la felicidad absoluta, también es el paso a la tristeza más desgarradora. Película de altares, de esperanza, de despedidas. La vida entera en un día: todo para sonreír y todo para llorar.
Hong Sang-soo presentó A Traveler’s needs[2]Oso de Plata Gran Premio del Jurado: A Traveler’s Needs, de Hong Sang-soo (Corea del Sur) en la que se sostiene en una posición simple y preciosa: no existen los idiomas, solo existe la poesía. Isabelle Huppert es una desconocida que deambula por Corea. Tiene una característica envidiable: está dispuesta a escuchar lo que el mundo le quiera decir. A su personaje no le interesa el destino sino el azar. Alguien que se le adelanta a la vida porque está dispuesta a improvisarlo todo. Enseña francés sin ser profesora y con un método difícil: pensar, con atención, en sus sentimientos. Una lección para la vida llena de mal entendidos, de alcohol, de coincidir con personas. Todo eso y nada más. Dentro de A traveler’s needs, uno termina por aceptar lo que Hong Sang-soo siempre ha dicho con su cine: el mundo necesita de nosotros.
En La piel en primavera, de la colombiana Yennifer Uribe, Sandra empieza un romance con el conductor del bus que, cada mañana, la lleva a su nuevo trabajo: celadora de un centro comercial. Uno ve esta película y entiende y envidia la complicidad entre mujeres de Medellín: la pureza, la intensidad, la ternura. Una película en que los gestos del hombre se invisibilizan, no se les presta atención, no nos importan. La película se revoluciona contra todas las certezas de la mujer en el cine colombiano y nos revela la amistad como un refugio. Propone un destino forjado entre amigas. Sandra se da cuenta del abismo que representa seguir con el romance: hacerse la madre, la cuidadora, de otros. Se retira con prudencia (basta con cambiar de bus), sigue trabajando, satisfaciendo antojos, saliendo a bailar y disfrutando de su terraza. La vida se apaña.
2. La mujer sin cabeza
Como una restitución al cine que, hasta hace muy poco, solo enaltecía a los personajes masculinos, la Berlinale evidenció la búsqueda de historias con protagonistas mujeres. Sin embargo, uno encuentra que sobre las protagonistas, hoy, existe un deleite de filmarlas como mártires y bajo una promesa aterradora: el mundo no será de ellas.
Some rain must fall[3]Premio Especial del Jurado de Encounters: Ex aequo Some Rain Must Fall de Qiu Yang y The Great Yawn of History de Aliyar Rasti, del director Qiu Yang, sigue a Cai, una mujer a la que la vida se le desborda entre incidentes e infelicidades. La película no le perdona nada. Inicia con ella recibiendo un balonazo y será este el golpe más leve. No hay sonrisas ni esperanza. La historia solo avanza entre malas noticias, mala suerte y pocas decisiones. La única propuesta, aquí, es no perdonarla.
The devil’s bath[4]Oso de Plata a la contribución artística: Martin Geschlacht, director de fotografía de Des Teufels Bad (Austria, Alemania), de Veronika Franz y Severin Fiala, recrea la condición de las mujeres en el siglo XVIII en Austria. Agnes es una joven a la que casan con un hombre que evita el contacto sexual. Agnes empieza a padecer la locura en su matrimonio, una crisis de fe y las exigencias sociales como mujer. La película se siente como un precipicio: el vacío y el temor a lo que ya sabemos que le espera. Agnes enferma lentamente.
La pantalla se llena de carne, heridas, infecciones. La película solo oscurece y nos empuja al desastre, a la burla por lo espiritual y a la desgracia. Bajo la misma línea está From Hilde, with Love, de Andreas Dresen, donde Hilde, una revolucionaria en estado de embarazo, es capturada por apoyar las fuerzas revolucionarias en Berlín durante la segunda guerra mundial. La película juega en el montaje con el contraste de los recuerdos de felicidad del personaje mientras vemos su miseria en la cárcel. Las dos películas terminan siendo, apenas, un recorrido a la decapitación de las protagonistas.
Las tres películas comparten el castigo a la sonrisa y el encierro físico de todas las mujeres. Lágrimas, prisión y silencio. Nada más. Poco ha cambiado.
3. Un movimiento anticolonial
Tres películas de la competencia oficial revirtieron el imaginario europeo de “los cines del allá”. En La Cocina, Alonso Ruizpalacios lo destruye todo. Es una película de adrenalinas. El director va filmando y desgarrando. Nos encierra en una cocina de un restaurante en Nueva York que sirve desde hamburguesas hasta langostas. Dentro de la cocina todos tocan la comida, todo es afán, gritos y sudor. Se repite, cada pocos minutos, una acción que enmarca toda la película: la mayoría de comida se va a la basura. Un gesto inquietante cuando casi todos los que allí trabajan conocen el hambre de sus naciones. La apuesta anticolonial, el motín de Ruizpalacios, es impedir al espectador que no conoce ese mundo entrar plenamente en él. El que no entienda el español latinoamericano se quede en el limbo, apartado: se vuelva un inmigrante en el cine.
En Dahomey[5]Ganadora del máximo galardón del festival Oso de Oro: Dahomey, de Mati Diop (Benín, Francia, Senegal) la directora franco-senegalesa Mati Diop, le otorga voz a una de estas estatuas que, desde un museo, cuestiona la ética francesa de devolver solo 26 de las 7000 piezas que se llevaron del Reino de Dahomey (hoy la República de Benín) en 1892. A Diop le bastan 67 minutos para exponer la ridiculez del gesto Francés con la cultura de Benín. La directora va poniendo fragmentos de un debate universitario en que alumnos y profesores reflexionan sobre la devolución y la lectura que tiene sobre el colonialismo contemporáneo. Diop filma la elocuencia y la firmeza con la que debaten. El gesto más revolucionario es ignorar, no darles ni un segundo de presencia a los franceses y agarrarse con firmeza en la premisa que se enuncia muy al inicio: “los franceses ya hicieron suficiente”.
Pepe[6]Oso de Plata a la mejor dirección: Nelson Carlo de los Santos, por Pepe (República Dominicana, Namibia, Alemania, Francia), del dominicano Nelson Carlos De Los Santos, entregó anarquía: el cambio de formatos, de idiomas, la dislocación geográfica. Desde un animal, la película hace trizas las certezas de cómo el cine latinoamericano debe narrar los legados de violencia de personajes como Pablo Escobar. Las voces, aquí, son un elemento de independencia estética. Suena la guerrilla, la fuerza militar, los presentadores de eventos, los dibujos animados: un territorio donde todo se escucha. La película se hace una bestia aterradora, imponente, robusta. Pepe revuelve y compacta la historia: impone sus propias reglas. A la película no le interesan los datos sino los ecos. Se siente, dentro de ella, una mirada inquieta y desafiante que resalta la circularidad de la colonización en América Latina y África. La recompensa es que la película se tornar su propio personaje: indomesticable, terrorífica, una bomba puesta bajo el asiento del espectador.
[Foto de portada: My Favourite Cake, de Maryam Moghaddam y Behtash Sanaeeha (Irán, Francia, Suecia, Alemania)]
↑1 | Premio Federación Internacional de la Crítica de Cine (FIPRESCI): My Favourite Cake, de Maryam Moghaddam y Behtash Sanaeeha (Irán, Francia, Suecia, Alemania) |
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↑2 | Oso de Plata Gran Premio del Jurado: A Traveler’s Needs, de Hong Sang-soo (Corea del Sur) |
↑3 | Premio Especial del Jurado de Encounters: Ex aequo Some Rain Must Fall de Qiu Yang y The Great Yawn of History de Aliyar Rasti |
↑4 | Oso de Plata a la contribución artística: Martin Geschlacht, director de fotografía de Des Teufels Bad (Austria, Alemania) |
↑5 | Ganadora del máximo galardón del festival Oso de Oro: Dahomey, de Mati Diop (Benín, Francia, Senegal) |
↑6 | Oso de Plata a la mejor dirección: Nelson Carlo de los Santos, por Pepe (República Dominicana, Namibia, Alemania, Francia) |
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