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Spotlight

23 octubre 2019

Abrazar el mar, el último eslabón de supervivencia

¿Qué ocurre cuando no ocurre nada? ¿Qué sentimientos salen a flote? ¿Cómo afrontar la deriva, el vacío, la nada?

El mero hecho de flotar a menudo nos recuerda que somos vulnerables ante el inmenso mar que nos rodea. Un mar físico pero también social, presente y a la vez ausente, finito e infinito. Un mar que cada día nos recuerda quiénes somos y quiénes deberíamos ser. El simple gesto de escucharle es en sí mismo un acto político; significa que estamos dispuestxs a abandonar, por unos instantes, el contínuo murmullo de nuestras vidas. ¿Pero qué ocurre cuando ese mar no nos dice nada? ¿Cuando su silencio es tan inquietante que nos atormenta y, sin querer, nos enreda de nuevo en nuestros dilemas, decisiones y formas de supervivencia?

Vengo cada día por si acaso transcurre sobre ciertos vacíos que son fruto del diálogo entre Marc Vives y el mar. Durante un cierto periodo de tiempo, el artista adoptó el hábito de ir cada día a nadar frente al Club de Natació de Barcelona. Desde allí podía contemplar uno de los dos lados de la montaña de Montjuïc. Observarla se acabó convirtiendo en un ritual en el que le susurraba y le cantaba, como si de algún modo esa gran superfície pudiera descifrar todo aquello que como seres humanos nos preguntamos. Es así como la propuesta de Marc huye de la tan recurrida aproximación al paisaje. Cuando la mayoría de propuestas artísticas buscan forzosamente ese diálogo entre espectador/a y entorno natural, en la de Marc el diálogo es fruto de un ejercicio de escucha pero sobre todo de rebelión, causando una lucha constante entre ambas partes. Dialogar con la montaña es a la vez un acto de sumisión y rechazo, de escucha y protesta. Un gesto que se puede observar en el vídeo en bruto en el que vemos al artista nadando y llevando a cabo ese diálogo con la montaña. Una pieza que sitúa a espectador y espectadora en la situación del artista, a veces teñida de una cierta agonía. Una agonía que perdura a lo largo de los recorridos guiados que el artista organiza por el Club de Natació: aflora en la dificultad de huir de sus estrechos pasillos, en la burbuja temporal que se crea al bajar al fondo de las piscinas. 

Una cierta opresión que se ve liberada cuando Marc vuelve a cantarle a la montaña, esta vez frente a todxs nosotrxs. 

Todo esto me hace pensar en la necesidad que tenemos de aferrarnos a algo para poder afrontar ciertas situaciones. Nos abrazamos a ello dispuestxs a dejarnos guiar por lo que nos transmite, iniciando una especie de viaje en el que hay espacio para el diálogo, la improvisación y la frustración. A menudo adoptamos una determinada rutina como forma de supervivencia, pero la rutina acaba recordándonos que no somos más que cuerpos vulnerables y fácilmente guiables; incluso cuando tratamos de huir de ella. Sin duda vivimos encarnadxs en los ritmos de la productividad, pero generar espacios y tiempos de escucha es en sí mismo un acto de protesta y desencanto. Y lo es más aún cuando nuestro gesto no tiene ninguno de esos propósitos.

 Vengo cada día por si acaso se enmarca en el programa Composiciones del Barcelona Gallery Weekend 2019, comisariado por Juan Canela. Fotografías de Roberto Ruiz

 

 

Escritora e investigadora. Licenciada en Comunicación e Industrias Cultuales por la Universidad de Barcelona, actualmente está finalizando el Máster en Estudios Avanzados en Historia del Arte en la misma universidad y trabajando sobre su proyecto final: la exploración entre espacio público, institución-museo e identidad a través del arte relacional. Ha trabajado en el departamento de exposiciones del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA) y actualmente forma parte del grupo de comisariado On Mediation. Escribe sobre arte en Exit Express y ha colaborado en el Tentaciones de El País y PlayGround Mag.

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