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Desde la posibilidad de «ensayar otros escenarios posibles» y desde la convicción de que la tarea curatorial es ante todo una práctica de cura y cuidado indesligable de los cuerpos, compartimos algunas reflexiones frente a las reacciones inmediatas que han mostrado diferentes instituciones culturales en respuesta al confinamiento y la imposibilidad de seguir realizando actividades presenciales abiertas al público. Creemos imprescindible ponerlas sobre la mesa porque ayudan a cuestionar las limitaciones y posibilidades de la curaduría y la mediación en el ámbito de las artes visuales.
La primera reacción por parte de las instituciones ha sido la de intentar trasladar los materiales y contenidos de los que disponían a plataformas en línea. Esta tendencia, que tan presente ha estado a lo largo de las últimas semanas en webs y redes sociales de museos y galerías de arte, no es algo novedoso: hace años que la virtualización se utiliza como herramienta para conservar y almacenar exhibiciones físicas o colecciones. Es un recurso que normalmente ya teníamos a nuestro alcance y al que nosotras mismas hemos recurrido en muchas ocasiones como material de archivo. Sin embargo, la respuesta institucional mayoritaria ante el cierre temporal de los espacios culturales y el distanciamiento físico ha convertido el material compartido en la red en el medio principal de relación con el arte y la cultura.
Las exposiciones son pensadas y curadas en un espacio físico concreto y situado, considerando los recursos materiales y espaciales del museo. Cuando las instituciones intentan trasladarlas a una dimensión virtual, sin repensar sus escenarios, acaban utilizando un mismo código de representación hegemónico. Este es un indicio de que los museos no han comprendido lo que realmente significa el «museo sin paredes» [1]. Están usando métodos de sustitución, en vez de nuevos tipos de mediación en la red, adaptando sin crítica nuestras prácticas analógicas al ámbito digital.
Las exposiciones que se intentan volcar en el marco digital se convierten en recorridos lineales, se traducen en visitas 360º que no hacen otra cosa que plasmar en la virtualidad una experiencia que vamos arrastrando desde el romanticismo: la de una contemplación solitaria e individual de las obras de arte en un museo, una experiencia de un cuerpo anclado en la mirada que se desplaza entre piezas colocadas a una altura «universalmente» fijada pero sin llegar nunca a tocarlas. Es una hiper-representación llevada al extremo porque reduce esta experiencia a la mirada técnica de una cámara sujeta a un trípode colocado en una posición determinada; porque la sitúa en un único sentido, el de la vista enfocada; porque la desplaza al universo del cuerpo estático sentado delante de marcos que estriñen la mirada: el marco de la pantalla, el marco del objetivo, el marco de la obra de arte; porque la traduce a una especulación intelectual donde desaparecen una infinidad de percepciones corporales; porque la disocia del cuerpo.
Encontramos una disociación parecida en las propuestas que han tenido algunos centros al plantear la creación de «residencias virtuales». Las residencias artísticas son espacios fuertemente marcados por la presencialidad de los cuerpos, escenarios por habitar que implican la vivencia de un lugar y tiempo relacionales enriquecidos al compartirse junto a otras compañeras. Son espacios principalmente pensados para mediar plástica y creativamente en relación con el lugar de acogida. Ante la propuesta de desarrollar estas estancias en formato virtual se rechaza el cuerpo, la materia, los movimientos e, incluso, los olores, negando la posibilidad de un trabajo colaborativo y la vinculación real que permite generar comunidad, una comunidad necesaria para el acceso al tejido-arte. La no-residencia se proyecta como un lugar especulativo, una abstracción tutelada que no hace sino parasitar el estudio o la vivienda actual en la que ya se encuentra confinada la artista. Una paradoja del residir en un espacio virtual no-habitable que puede suponer un gasto extra de tiempo y recursos.
Estas propuestas de reemplazo que nos trasladan de un plano físico a otro virtual, como también lo hacen las fiestas o conciertos en línea, quedan amparadas por la aparente horizontalidad de implicación, interacción e intercambio que nos posibilita la red. No obstante, la problemática del relato de «carácter horizontal» se hace latente cuando lo digital se convierte en un medio sustitutorio. Un medio sin el cual no se tiene acceso a la información: ¿es esta horizontalidad real? ¿en qué cuerpos están pensando las instituciones en el momento de compartir contenido?
El acceso a la información de forma desigual evidencia las diferencias sociales y las limitaciones que padecen los colectivos más vulnerables. La cuarentena y el acceso a las plataformas online visibiliza la existencia de la brecha social: no todo el mundo puede acceder a la cultura en línea del mismo modo y, más aún, no todo el mundo puede acceder al teletrabajo o transformar su casa en un taller. De este modo, las opciones telemáticas como un espacio verdaderamente horizontal se ponen en cuestión: en primer lugar, por la interacción entre los cuerpos y, por otro lado, por la disponibilidad no equitativa de acceso al contenido e información en red.
Quizás si esta traducción a las plataformas digitales a muchos les resulta tan simple es porque los dispositivos artísticos aún necesitan acercarse a ellas de manera crítica y cuestionar su presunta horizontalidad y accesibilidad. Deberían promover, además, prácticas comunitarias abiertas al roce y al desborde donde el cuerpo y sus vulnerabilidades se emplacen en el centro de sus reflexiones.
En estos momentos creemos que la respuesta por parte de las instituciones artísticas no puede y no debe ser una virtualización generalizada [2], sino un intento de explorar otras formas de contacto, de relacionarse y de acompañarse teniendo en cuenta la situación actual. Desde la mediación y la curaduría es el momento de ponernos a imaginar colectivamente las maneras de cohabitar el mundo que nos aprieta y nos da lugar; de recorporeizar los espacios de encuentro que habíamos ocupado hasta ahora; de aprender nuevas rutinas para convivir y amoldarse a lo que está ocurriendo lejos del aislamiento; de cuidarnos desde las distancias y las cercanías para ir más allá de una insostenible cultura de sofá.
[1] Algunos llegan a pensar que la idea del «museo sin paredes», propuesta por André Malraux, se ha hecho realidad a través de internet. Nosotras no compartimos esta noción de museo y creemos que los muros de las instituciones artísticas tan solo se podrán derrumbar explorando otras formas de relacionarse que vayan más allá de la virtualización y que permitan la participación activa de un público no estrictamente vinculado al hermetismo del ecosistema artístico.
[2] A este respecto recomendamos la lectura de «La necesidad de luchar contra un mundo ‘virtual’. Contra la doctrina del shock digital» Riechmann, Jorge; Almazán, Adrián y 300 firmas más (2020): en Contextos. Disponible desde: https://ctxt.es/es/20200501/Firmas/32143/riechmann-yayo-herrero-digitalizacion-coronavirus-teletrabajo-brecha-digital-covid-trazado-contactos.htm?fbclid=IwAR0LngKBTjzs87EWFJjoBniy0CpadVo4FEjPCs4ZmNIXqA8CPsYTwEhjssA#.Xq83elT1umI.facebook
(Imagen destacada: Fotografia de Beatriz Dubois)
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