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16 agosto 2018

La casa vacía de Louise Bourgeois en Berlín

Louise Bourgeois vuelve a Berlín con La casa vacía en el Schinkel Pavillon, la primera exposición individual, tras su muerte, que plantea las últimas dos décadas de trabajo de la artista en un tono tan íntimo y emocional que no podría haberse materializado en un espacio que no fuera éste.

La institución, dirigida desde 2002 por Nina Pohl, –curadora de la exposición en colaboración con Jerry Gorovoy– funciona como centro de arte en el que se suceden las muestras de escultura experimental e instalaciones contemporáneas que, sin embargo, a menudo acaban resultando perdedoras en una inevitable batalla con el espacio que ocupan. No es este el caso de las quince piezas de Bourgeois, las cuales conviven en abrumadora armonía con el entorno no intervenido ni remodelado del interior del edificio, dando lugar a una conjunción perfecta entre las habitaciones desnudas y vacías y las metáforas plásticas que hoy las habitan. Es por eso que una exposición como esta no podría haberse llevado a cabo entre las paredes blancas y asépticas de ningún white cube, ni en los interminables espacios de los museos e instituciones de arte contemporáneo a los que estamos ya más que acostumbrados.

La casa vacía llena los singulares espacios del Schinkel Pavillon de elementos escultóricos y arquitectónicos que exploran las formas orgánicas y las posibilidades del cuerpo completo e incompleto. En las obras seleccionadas, Bourgeois expresa su visión de los procesos vitales, del nacimiento y de la muerte. Y para ello plantea imágenes poderosas en respuesta a conceptos emocionales primarios, que en muchas ocasiones sobrepasan la cuestión del género para ahondar en sentimientos universales como el miedo o el abandono. Todo ello, esta vez, con un hilo conductor formal: el saco que, de una manera u otra, es siempre, como una casa, como un vientre materno, un lugar de alojamiento y seguridad que pierde todo su sentido si no alberga nada en su interior.

Peaux des lapins, chiffons ferrailles á vendre (2006), la pieza de mayor tamaño de la exposición, es una gran jaula entreabierta cuya puerta coincide con la puerta de entrada de la sala, lo que crea en el espectador una falsa invitación a introducirse en ella. En su interior descansa una gran variedad de objetos de diferentes texturas que aluden a sacos ahora vacíos que, sin embargo, parecen haber estado llenos. Tanto en esta obra como en el resto, los materiales y las formas, así como los colores, recuerdan a los órganos, a la piel e incluso –como la serie de gouaches rojos de la habitación final– a la sangre.

A medida que avanza la visita, la experiencia se intensifica. Las obras se despliegan en tres espacios diferenciados en los que varía tanto el tamaño de la sala y las piezas, como la luz. Así, todo va menguando progresivamente desde el primer nivel hasta el último, un espacio que funciona como una desmantelada cocina de azulejo y cemento visto, en la que la atmósfera es tan íntima como desgarradora, casi irrespirable. Pero a pesar de las diferencias, los espacios mantienen un tono común. Las grandes vitrinas que acogen las esculturas matéricas tan características de Bourgeois, que en muchas ocasiones entendemos como autorreferenciales, convierten la visión de estos objetos tan íntimos y personales en una especie de recorrido por un museo de ciencias o de historia natural. En este sentido, incluso la primera sala, un espacio octogonal de paredes acristaladas que alberga una sola pieza, la jaula, parece una anticipación de las vitrinas que están por venir.

Elementos icónicos de su lenguaje, como la araña, que en este caso se funde con el resto de la exposición, se entremezclan bajo una misma premisa: mostrar la Louise Bourgeois de los últimos años, intimista, delicada y psicológica, pero al mismo tiempo con una fuerza plástica y conceptual arrolladora que, como siempre, se plasma en su obra haciendo la diferencia entre arte y vida prácticamente imperceptible.

Historiadora del arte y master en estudios artísticos, literarios y de la cultura.
Actualmente reside en Madrid donde desarrolla su carrera en contextos de documentación, crítica y gestión cultural.

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