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La noche toledana es una expresión que se construye oralmente a través de los siglos, utilizando un supuesto hecho histórico con evidentes matices de leyenda. El origen de su significado se encuentra en la jornada del foso, acaecida en el 797, pero documentada por primera vez ocho siglos más tarde. Según la tradición, durante el Emirato de Córdoba, momento en el que Toledo disfrutaba de cierta autonomía, se envió una expedición desde el sur para terminar con tal independencia. Para ello, se construyó un palacio con un foso, se invitó a las personas más influyentes de la zona (hasta 400, según algunas crónicas), y tras ser decapitadas fueron arrojadas al enorme agujero. Esta narración se establece como testigo de la naturaleza mitológica de la ciudad.
Las visitas de Luis Buñuel, Salvador Dalí y Federico García Lorca a Toledo han alimentado el imaginario mitológico de la ciudad. Hoy se sabe que el grupo era mucho más extenso y que hicieron de Toledo un escenario vanguardista, un lugar oscuro donde se admiraba el fervor religioso como una práctica surreal. Sin embargo, durante mucho tiempo, la única lectura de estos hechos se ha realizado a través del relato basado en los apellidos de estas tres figuras omnipresentes.
El joven Buñuel se sintió fascinado por el aire misterioso que Toledo desprendía en los años veinte y en su segundo viaje, estando borracho en el claustro de la catedral, tuvo una visión. De esta manera, gracias a un milagro como tantos otros santos, decide fundar su propia congregación: La Orden de Toledo. Al igual que en toda su carrera, el director va a hacer uso de su educación católica para construir un ideario en el que a veces es difícil diferenciar entre la apología y el sarcasmo.
A partir de 1923 y hasta 1936, Buñuel se convierte en el promotor de las excursiones que se realizaban desde Madrid en busca de episodios delirantes estimulados por la ingesta de vino de Yepes. El grupo elaboró para sus cruzadas una terminología basada en las organizaciones militares y religiosas. Buñuel se auto proclamó “condestable” y se diferenciaba entre los caballeros fundadores como los hermanos y poetas Federico y Francisco García Lorca, presentes en la visita inaugural, y los que se adhirieron con posterioridad como María Teresa León o Rafael Alberti. Para hacerse con el título de caballero era necesario quedarse despierto toda la noche, quien prefería dormir era relegado a escudero, o incluso a invitado, como el arquitecto racionalista Luis Lacasa.
Desde el principio, se imponen unos preceptos que se repiten a modo de ritual: se hospedaban en la Posada de la Sangre, comían en la Venta de Aires y visitaban la tumba del cardenal Tavera, última obra de Berruguete, realizada a partir de la máscara mortuoria del arzobispo. Durante aquellas visitas recitaban poemas, subvertían el orden disfrazándose de clérigos o mendigos y acudían a lugares como la Plaza de Santo Domingo el Real para escuchar los rezos nocturnos de las monjas. Sin embargo, una de sus primeras narraciones se desarrolla a la luz del día, cuando un ciego lleva a algunos miembros de la Orden hasta su casa. Allí, el grupo descubre que se trata de una familia de invidentes y que no hay ningún tipo de lámpara o vela en las habitaciones. Además, encuentran numerosos cuadros realizados con pelo que cuelgan de las paredes. En ellos, cementerios de pelo con sus tumbas y cipreses también creados a partir de cabellos.
A pesar de que la historia contemporánea ha intentado diferenciar categóricamente entre lo real y lo imaginario para, en la mayoría de las ocasiones, eliminar lo segundo, Buñuel utiliza sus memorias como una oportunidad para rescatar sus aventuras juveniles a modo de autoficción. En Mi último suspiro (1982), el director dedica un capítulo a la Orden de Toledo y desglosa su funcionamiento además de repasar sus anécdotas más surreales, como haber hipnotizado durante su primera noche toledana a una prostituta con la que nunca tuvo sexo. Aunque se ha criticado al director por la inexactitud de sus versiones, es evidente que este discípulo del subconsciente encuentra mayor veracidad en la memoria construida que en los propios hechos, permitiéndose el lujo de aportar pistas y detalles a través del ocultismo.
La esencia crítica contra la Dictadura de Primo de Rivera y la ridiculización de la institución eclesiástica, son partes fundamentales del planteamiento del grupo, la Orden de Toledo se presenta como una oportunidad de descentralizar la visión de la vanguardia y enriquecer el mosaico de colaboraciones e influencias que supuso. Dentro de sus casi cincuenta miembros, se encuentran personalidades que han permanecido en la sombra como la del polifacético Moreno Villa, cuya cultura ejerció un influjo en la obra de la generación de la Residencia de Estudiantes. Delia del Carril supone otro gran ejemplo porque fue borrada de la historia a pesar de haber corregido durante años los poemarios de su segundo marido, Pablo Neruda, y haber influido en la sofisticación de su estilo.
Durante los años treinta, después de su estancia parisina, Buñuel seguirá actuando de cicerone con los visitantes que provienen de la vanguardia francesa. De esta manera, llega a Toledo René Crevel, el desbordante escritor surrealista que tuvo que esconder su bisexualidad por la oposición de los de Breton. El condestable también acude en repetidas ocasiones junto al compositor Gustavo Durán, con el que comparte la ideología comunista y al que se ha relacionado con Lorca. Durán tuvo una vida atípica para su época y antes de casarse y formar una familia, mantuvo una relación amorosa de once años con el pintor canario Néstor, cuya obra obsesionó e influyó a Dalí. La guerra encuentra a Durán en Madrid trabajando como doblador de películas, se enrola entonces en el bando republicano, y tras trabajar como espía en varios países, pasará los últimos años de su vida en Grecia, donde recibe las visitas de Gil de Biedma.
Durante los últimos años de la Orden de Toledo, uno de los más asiduos será Eduardo Ugarte, codirector del grupo de teatro universitario La Barraca. Con él, Buñuel trabajaba en diferentes guiones, pero además de sus borracheras, el aragonés recuerda una psicofonía que los dos presenciaron en los callejones de Toledo. Sin miedo a ser tachado de fantasioso, el director narra en sus memorias como los dos escucharon a un grupo de niños recitando de memoria las tablas de multiplicar dentro de una habitación que resultó estar vacía.
El estallido de la guerra supuso el final de la Orden de Toledo y la pérdida de la mayor parte de las pruebas materiales, con ella desaparecieron los títulos de los caballeros y el mural que Dalí pintó en la Venta de Aires. Sin embargo, las listas realizadas por Buñuel y las menciones que realizan María Teresa León, Alberti y Moreno Villa en sus respectivas memorias, permiten evidenciar la retroalimentación que se produjo entre la Generación del 27, el Surrealismo y las Sinsombrero. La Orden recupera numerosas biografías truncadas y muestra la esencia de la vanguardia española, la cual tuvo un especial arraigamiento a la tierra y a la historia. Rescatar las prácticas del grupo supone una lectura alternativa que fue censurada por el Franquismo y que posteriormente se puso en entredicho por su subjetividad y esencia esotérica. Quizás haya llegado el momento de utilizar el privilegio de los grandes nombres para resignificar la noche toledana desde el mito y enriquecerla con el legado crítico de un discurso más inclusivo.
(Imagen destacada de izquierda a derecha: Pepín Bello, Moreno Villa, Luis Buñuel, Ernestina González, Salvador Dalí y José María Hinojosa (sentado) en la Venta de Aires, 1924)
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